Roquetas de Mar evoca al verano de modo inequívoco aunque sea febrero y por ahí se cuela la Clásica de Almería cada invierno, que es casi estío en ese punto donde la luz no descansa. El sol no está de alquiler en una tierra de westerns crepusculares, mares de plástico y conciertos extravagantes de los Rolling Stones en el Ejido, cuando el Estado era una burbuja de que enladrillaba el cielo. Ahora, la burbuja es sanitaria por eso de la pandemia, pero los bicis escapan hacia la libertad, más si cabe al sol, siempre reconfortante. La caricia cálida se posó sobre Giacomo Nizzolo, que conquistó la carrera con un espasmo de velocidad inaccesible para el resto de velocistas, a varias brazadas del italiano del Qhubeka, el equipo que lidera una vida mejor a través de las bicicletas en África. "Esta victoria da mucha moral", analizó el italiano.
Nizzolo, campeón de Europa, un maillot moderno alejado de la aristocracia del ciclismo, agarró el triunfo por la pechera con energía. Jon Aberasturi (Caja Rural) gastó la suya, pero no le alcanzó ante el relámpago italiano. "Al verme delante en los metros finales, he querido lanzar el esprint desde atrás pero me han faltado las fuerzas y he tenido que gastar en la colocación", expuso el gasteiztarra. Aberasturi fue cuarto en una cita de alcurnia, con la presencia de los equipos del WorldTour en el estreno europeo. El gasteiztarra se desgañitó, pero no pudo debatir con Nizzolo, que venció al esprint aunque pareció un escapado por la diferencia que logró en meta. Ni Florian Sénéchal (Deceuninck) ni Martin Laas (Bora) pudieron rastrearle la sombra.
Al podio de Almería se subió Luis Ángel Maté, que debutaba con el Euskaltel-Euskadi, por las alturas. El marbellí fue el mejor en las grupas de la clásica tras compartir fuga con Oier Lazkano, entre otros, y se llevó el premio de la montaña. "Nuestro objetivo era meter a Luis Ángel en la fuga y que se llevase la montaña", describió Jorge Azanza, director del Euskaltel-Euskadi, dichoso con el comportamiento de los suyos. El entusiasmo estaba impreso en el rostro de Xabier Mikel Azparren, que al fin lucía el naranja de los sueños. El donostiarra, que se crió en el vivero de la Fundación Euskadi, era un tipo risueño al comienzo de su aventura profesional. Al final, cuando se reordenó la carrera, hostigada por el viento y remendada por las caídas de García Cortina y Hodeg, en el callejero de Roquetas de Mar, Giacomo Nizzolo agarró un trozo de moral y un manojo de alegría.
Sosa, rey del Tour de la Provenza
En paralelo, en Francia, el Tour de la Provenza cerraba la cremallera de la competición con un jornada que se resolvió en un esprint, una vez resuelta la general el sábado, cuando Iván Ramiro Sosa se colgó del Mont Ventoux para festejar el triunfo, tricotado en un maillot que recuerda a los cuadros de Mondrian. Otro apellido ilustre, vanguardista, Bauhaus, diseñó un final feliz en Salon de Provence. El alemán del Bahrain venció en un apurado esprint en el que Ballerini, que había vencido los dos asuntos de velocidad que se litigaron con anterioridad en la carrera francesa, tuvo que rendirse ante el empuje del germano. Tampoco Bouhanni encontró el éxito. A Ballerini no le sirvió ni la catapulta de Alaphilippe, presente en escena como lanzador. Mejor le fue al campeón del mundo en un esprint intermedio. Acumuló tres segundos que le fueron suficientes para rebasar a Bernal en la general y ser segundo tras Iván Ramiro Sosa, rey de la Provenza.