as grandes historias se tejen con hilos finos, casi invisibles, de manera inopinada y sutil. Eso las fortalece aún más, hasta convertirlas en extraordinarias. Beñat Intxausti y Abner González (9 de octubre de 2000, Moca, Puerto Rico) cruzaron sus vidas en tiempos convulsos, en los que la única certeza es la incertidumbre. A ambos les cosió el destino o tal vez los giros de guión de la vida, siempre dispuesta a chasquear los dedos y cambiarlo todo. “Para mí Beñat es como mi padre. Le llamo aita. Sin su ayuda no estaría donde estoy. Siempre le estaré muy agradecido”, reflexiona Abner González, el primer ciclista de la historia de Puerto Rico que alumbrará en el WorldTour de la mano del Movistar. Esas palabras de Abner reconfortan la mirada serena de Beñat como el baile hipnótico que provoca el fuego en una chimenea. “Sí, el me llama aita”, sonríe el exciclista. Los lazos se estrecharon tiempo atrás cuando el mundo estaba recluido en casa ante el tsunami de la pandemia, que no hace distinciones.
Ciclista del Telco’m navarro aficionado, el porterriqueño se hospedaba en un hotel hasta que las restricciones del cierre total le obligaron a salir e instalarse con un compañero de equipo en un piso en Asturias. Encerrado. “Fueron semanas complicadas”, resume el ciclista, lejos de todo, a un océano de distancia de los suyos. “Mi familia estaba en Puerto Rico y yo aquí. Además, el confinamiento no ayudaba. En ese tiempo mi padre se infectó de covid-19 y yo no podía hacer nada. Lo pasó muy mal durante dos semanas, pero ahora está bien”, rememora de aquellos días en el que cada amanecer era tenso, un drama humano, un golpe al alma. Cuando pasó lo peor, la desescalada le situó ante un dilema: aprovechar para volver a Puerto Rico o abandonar su sueño de ser ciclista profesional.
“Tenía claro que quería ser ciclista. Mi idea era hacer bien las cosas y poner todo de mi parte para lograrlo”, explica Abner. En Puerto Rico el ciclismo es un deporte minúsculo y humilde. Abner agarró el manillar como un modo de jugar. Se lo habóa visto a su hermano mayor. En su primera carrera, Abner ganó. Tenía 14 años. A partir de entonces comenzó a interesarse por el ciclismo. “Veía el Tour y recuerdo que la primera imagen fue a ver a Froome de líder”. Un clásico del julio francés. El portorriqueño fue creciendo hasta que un compatriota, auxiliar del Ciudad de Lugo, un equipo juvenil, le acercó a Europa. “No tenía ninguna cultura ciclista. Digamos que no sabía correr”. A pesar de ese déficit, Abner mostró su capacidad ganadora. Venció una etapa en la Vuelta al Besaya, la carrera más importante de la categoría. “Hice un carrerón, pero iba a lo loco”. Espíritu libre. Aventurero. Valiente.
Abner piensa en grande. “Es ambicioso. Sabe lo que quiere. Escucha y está dispuesto a aprender”, destaca Intxausti sobre el ciclista caribeño. El muxikarra conoció a Abner a través de Diego Milán. Él les concectó. De Asturias a Bilbao. La solidaridad de la familia Intxausti hizo el resto. “Fui a recogerle a termibus”, recuerda Beñat. Tal y como sucedió en el aeropuerto de Casablanca con Rick y el capitán Renault, aquel encuentro fue el inicio de una larga amistad entre los dos. Con la competición amateur suspendida, Abner, un hombre a una maleta pegado, se instaló en la casa de la familia de Intxausti. “Me adapté de maravilla. Es muy buena gente. Son parte de mi familia ya”, describe el corredor.
En cuanto llegó a Gernika, su puerto refugio, Intxausti inició con paciencia la talla de Abner, un ciclista que destaca en la montaña.“Puerto Rico está lleno de montañas, así que no queda otra que subir”, radiografía Abner. El joven ciclista también se maneja bien contra el crono. “Es un corredor muy completo. En cuanto vino fuimos a hacerle una prueba de esfuerzo. Algo que nunca había hecho. Quería conocer cuáles eran sus umbrales. Los números decían que tenía mucho potencial, pero solo con eso no vale”, rememora Intxausti. Aquel proceso fue un descubrimiento para el portorriqueño, que corría a su modo. “Es inquieto. Gastaba donde no debía. Había que corregirle esas cosas”, desgrana Intxausti.
En el ciclismo de los vatios, las tablas de excel y el ahorro de energía, Abner necesitaba embridar su caballaje para que fluyera. “Gastaba demasiado en carrera. Eso luego te penaliza. Atacaba cinco veces en lugar de hacerlo solo una vez, pero la buena. Beñat me ha corregido eso”, subraya Abner. El portorriqueño quemaba pólvora en exceso. Fogueo. Se quedaba sin munición. “Era demasiado nervioso en carrera. Cometía muchos errores de ese tipo”, analiza el vizcaíno. Se para Intxausti en la Vuelta a Cantabria. Beñat vio la carrera. Se llevó las manos a la cabeza. “Recuerdo que tuvimos una larga charla en el sofá cuando volvió. Lo hizo todo mal. Hablamos mucho para corregir cosas y él aprende”, se ríe Intxausti recordando aquella charla de padre a hijo. Con todo, Abner, progresó. El portorriqueño tenía tendencia a correr atrancado, con demasiado desarrollo. Intxausti le aligeró la pedalada durante las sesiones preparatorias, que incluían series y trasmoto. “Eso para mí era todo nuevo. Nunca había entrenado de manera específica”.
Adaptado a Euskadi, -“me encanta la pasión del ciclismo que hay”, establece el caribeño- Abner era parte de la grupeta donde ruedan Castroviejo, Fraile, Pello Bilbao o Jon Barrenetxea. “En eso no ha tenido problema. De hecho, antes de que volviera a Puerto Rico, le hicieron una cena de despedida. Ha encajado muy bien y eso que está todo el día con el reggaetón”, apunta Beñat. “Yo salía más por Gernika con su familia que el propio Beñat”, bromea Abner. El joven ciclista solía presenciar carreras con el tío de Beñat cuando este volvía del tajo. “Nos poníamos a ver carreras antiguas. Es un loco del ciclismo. Lo pasábamos muy bien”.
Reanudadas las carreras, Abner dio un respingo. El corredor venció en una prueba de la Copa de España, en Torredonjimeno y fue tercero en el Memorial Valenciaga. Para entonces, varios equipos le seguían el rastro. “Me puse en contacto con algunos equipos. Les pasé los informes y los datos de Abner”, desliza Intxausti. Los resultados convencieron a varias formaciones. Movistar, donde corrió Intxausti, apostó por Abner, que ahora es una celebridad en Puerto Rico. “Cuando salgo a entrenar todos me saludan. Me sacan fotos. Es una locura. Esto es un sueño para mí”, dice. El puertorriqueño tiene como objetivo aprender pero, sobre todo, ser “un grande” en el ciclismo. Ese crecimiento no se puede entender sin la figura de Beñat Intxausti. En el nombre de aita.