“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Campos de Castilla y poesía seca y dura de Antonio Machado. Un mirada a lo esencial: la tierra, el sol, el cielo y allí dos hombres que viajan para compartir la soledad. Aritz Bagües, la voz de Xabier Muriel, director del Caja Rural, en carrera, y Juan Felipe Osorio, otro peón del Burgos-BH. "La verdad es que no hemos hablado mucho", dijo el guipuzcoano. Los dos se entregan en un paisaje de lo concreto, del trigo que da pan, de girasoles que no miran al sol. Despojado de la superficialidad, nada sobra. Todo tiene sentido. El lenguaje conciso. Código morse. Racionalismo.

Camino de Aguilar de Campoo, que enlaza inexorablemente con el recuerdo trágico de Alberto Fernández, discurre el día plácido para los favoritos, que después de tanto ajetreo entre cumbres borrascosas, decidieron recorrer la postal castellana con calma. Incluso en días de entretiempo, de perfil costumbrista y aire burocrático, el sobresalto agarró a Héctor Sáez, al que se le fracturó el casco en una fea caída tras golpearse la cabeza con un bordillo. Felizmente, con otro casco y el hombro derecho magullado, continuó la marcha. En el tránsito le acompañó el susto y los pensamientos grises en los que uno sabe que ha tenido mucha suerte pero prefiere no pensarlo demasiado porque asusta.

El miedo no tiene cabida entre los velocistas, tipos que se disparan con la adrenalina, felices balas de cañón. Kamikazes entre vallas y codos. Creyentes de la acción-reacción. Solo cuentan los hechos. El aquí y el ahora. Ese presente correspondía a Sam Bennett, el señor de la velocidad de la Vuelta. El irlandés gritó su dicha nuevamente tras batir a Pascal Ackermann. Bennett remontó con suficiencia y pudo extender los brazos mientras el alemán y Thijssen agacharon la cabeza, aún en apnea en el último esfuerzo.

Para entonces, Bennett mostraba su superioridad, pero el esprint no había acabado. La etapa era un asunto judicializado. Su camino hacia la victoria fue polémico, por eso perdió lo que creía suyo. La euforia se le enfrió a Bennett cuando los jueces constataron que para ganar se abrió paso a empujones. Esa maniobra irregular, siempre temeraria, le sacó del podio cuando los jueces revisaron el proceder del irlandés. A la peana del triunfo se subió Ackermann, que fue segundo pero jugó limpio. Venció tras la repetición el alemán. En diferido. El pleito judicial fue lo más emocionante en un día lento que finalizó con el muelle del esprint y el solaz de los favoritos, pendientes de la montaña que viene. Eso es lo que les preocupa. La Vuelta está en las alturas, no en la meseta, donde la carrera se tomó un respiro.

En ese ambiente de otoño suave, Bagües y Osorio olfatearon el olor dulce de las galletas. Es el aroma de Aguilar de Campoo, un horno que fabrica galletas. Aguilar de Campo se huele antes de ser visto. Ese perfume lo paladearon el guipuzcoano y el colombiano, unidos por un destino repleto de certezas, contemplaban las migas de sus últimos segundos de libertad. En el pelotón se activó algo en el primer paso por la ciudad. Se desperezó un instante antes de volver a repantingarse en el sofá y continuar con las charlas y los asuntos mundanos ajenos a la competición. No corría el pelotón, sin prisa.

Sabían que Bagües y Osorio acumularían kilómetros y planos para ser el más combativo de la jornada. Cuando el aroma de Aguilar de Campoo se introdujo en el imaginario de los corredores de nuevo, el pelotón subió el tono. Los favoritos se abrazaron a sus equipos, protegiéndoles en el parchís del gran grupo, ordenados por colores. Osorio y Bagües que tanta carretera compartieron, se despidieron amigablemente tras una tarde sentados sobre las misma aventura. Hay parejas que se aguantan menos.

Polémico esprint

En un día lánguido, la carrera adquirió cierto voltaje para colocar el andamiaje del esprint, aunque la corriente era discontinua. Ni el pinchazo de Primoz Roglic, a poco más de diez kilómetros, sirvió de acelerante en una carretera estrecha, taponada por la espesura del asueto. Roglic regresó a su posición sin acalorarse, abriéndose paso sin necesidad del altavoz de su estatus, tal era el relajo. El pelotón continuó con su discurso destensado a la espera de que los equipos de los velocistas trazaran las líneas maestras del esprint y aliñaran la jornada.

Reducida la etapa a cinco kilómetros, cuando se colocaron los trampolines para el esprint. Lotto, Bora y Deceuninck trazaron con celeridad. El Ineos blindó a Carapaz en esa carrera por la velocidad. Una vez dispuesto el pleito de los espasmos y la agitación, Bennett demostró su ímpetu haciéndose hueco a hombrazos. Los empujones le arrancaron del éxito. Condenado por los excesos. Los comisarios despacharon su triunfo, que se lo quedó Ackermann, vencedor en diferido.