Acodados los Dolomitas el domingo, tamborileando los dedos en Piancavallo, y con la contrarreloj haciendo rodillo, Almeida adelantó el reloj del Giro. El joven líder, convencido y confiado, giró la corona del contador de la carrera para regalarse media docena de segundos extras. El portugués hizo acopio de tiempo. Unas manecillas para sus alforjas rosas. Seis segundos más. El portugués cuenta con una ventaja de 40 segundos sobre Kelderman y de 49 respecto a Pello Bilbao, enquistado entre los mejores. El gernikarra sigue firme en el extrarradio del liderato del portugués. Almeida discutió con Diego Ulissi y Patrick Konrad la gloria en Monselice después de un trepidante final con aroma a clásica. Se impuso el italiano. Su segundo festejo en el presente edición, el octavo de su carrera en la corsa rosa. El Giro son muchas carreras en una. Matriuska italiana. Entre carreteras quebradas, añejas, de memoria agrietada por el paso del tiempo y la huella de la decadencia, Almeida mostró su exuberancia a un palmo de la contrarreloj. La lucha individual de 34 kilómetros en Valdobbiadene, con un muro al inicio, 1,1 km al 12,3%, con rampas de hasta el 19%, servirá para reordenar el Giro.

La carrera italiana es una maravillosa locura, lejos del ordeno y mando del Tour. Sagan brotó con su muchachada para herir a Démare, el rey de la velocidad. El eslovaco esprinta desde lejos porque en las distancias cortas el francés es imbatible en el Giro. Sagan incluso se apresura en las cuestas, en las paredes que tabicaron la cota de Roccolo, una ascensión corta pero con alto voltaje donde Bouchard y Tonelli respiraban aún la libertad de la fuga. No pudieron con la siguiente cota. Sagan trató de electrocutar al francés, su pesadilla, mientras los favoritos se agolpaban cerca los unos de los otros, conscientes de que al examen del reloj no convenía llegar con retraso. Pello Bilbao reclamó su espacio en el salón de la aristocracia en una carretera hipnótica, serpenteante, abrazada por los bosques espesos, aún verdes, del Véneto.

El Bora dispuso a sus corredores para apretar la soga sobre Démare, al que llevaban sobre los los hombros sus sherpas. El esprint se armaba entre rampas de garaje, a kilómetros de distancia. Es el modelo de Sagan, que ha perdido velocidad punta, pero no competitividad. Fabbro actuó de ariete para laminar a Démare, pero el Groupama respondió a la afrenta. Plegado Roccolo, Démare se personó en el puente de mando. Un aquí estoy yo de manual. Restaba otra chepa. Allí se encrespó Nibali, al que persiguió Almeida, siempre atento. El portugués no quiere distracciones. Calaone propuso el mismo ajedrez, aunque los favoritos dispusieron sus piezas. Nibali, Fuglsang, Almeida, Bilbao y Kelderman no se dieron espacio.

En dos kilómetros verticales, Guerreiro y Tao Geoghegan revolotearon. Su aleteo descompuso a Démare y descascarilló a Sagan. El eslovaco alcanzó la cima con un puñado de segundos sobre el francés, pero ambos se quedaron colgados, en una lucha por las migas. El banquete estaba delante. Entre los jerarcas la consigna era no perder. Ahorrar energía para lo que viene. Salvo para Almeida, que perfectamente protegido por sus pretorianos, viajó en carroza. El líder, temperamental, decidido, sin peajes ni facturas, solo pendiente del péndulo del presente, se dispuso a dejar su sello. Deceuninck quería la etapa, que el rosa de Almeida fuera fucsia. El resto de candidatos a Milán se encolaron a ese tren de lujo. Almeida, descarado y seguro de sí mismo, no pestañeó cuando se midió con Ulissi en el respiradero de la etapa. El italiano, experto llegador, con siete victorias en el Corsa rosa, su especialidad, le batió, pero el líder sonrió. Era más rico. Se quedó con seis segundos más para encarar la crono. Almeida adelante el reloj del Giro.