- 66 días después la Bundesliga retomó ayer el pulso. No se trata de una vuelta ortodoxa, sino todo lo contrario. La pandemia del coronavirus ha dado la vuelta a todos los ámbitos a nivel mundial y el fútbol no es ajeno a la realidad que dibuja la crisis sanitaria. La vigésima sexta jornada de la competición alemana proyectó el nuevo orden, repleto de medidas preventivas, gradas vacías, falta de pasión a la hora de celebrar los goles, productos desinfectantes, mascarillas en los banquillos de los diferentes equipos, controles exhaustivos… Una puesta en escena un tanto espectral, alejada del bullicio del pasado reciente. Mucho eco.
La visión a través de la pequeña pantalla resulta extraña. Se aprecia cierto alejamiento, incluso frialdad. Como muestra, un botón. El derbi del Ruhr, el choque más atractivo de la jornada de ayer, careció de esa tensión que obliga un duelo de semejante atractivo popular. Ganó con holgura el Borussia Dortmund, que goleó a un flojo Schalke’04. Abrió el triunfo local el noruego Erling Haaland, que tuvo que evitar el contacto con sus compañeros para celebrarlo. Es la norma, que, en cambio, no se cumplió en otros encuentros. Eso sí, los jugadores del Borussia quisieron homenajear a sus aficionados ausentes en el Signas Iduna Park. “Fue algo espontáneo”, explicó el centrocampista Julian Brandt a la hora de explicar el gesto del equipo de celebrar el triunfo, que mete presión al Bayern Múnich, en la conocida curva sur, que en tiempos normales es el corazón de la afición del Dortmund. Se conoce como la pared amarilla o, también, como la tribuna con puestos de pie más grande del mundo.
Se entiende que la Bundesliga enseñó ayer el camino a LaLiga Santander, a la Serie A y a la Premier League, que tienen previsto regresar a lo largo del mes de junio y cuyos responsables estuvieron ayer muy atentos a lo que llegaba desde Alemania. Pero no solo desde dentro de los estadios, sino que esa frialdad también se diagnosticó en el exterior, donde se evidenciaron las restricciones a las que están sometidos los ciudadanos. Y el derbi del Ruhr sirve de referencia. Apenas subieron los decibelios en los bares de alrededor del Signas Iduna Park. A la hora del inicio del partido, en un local próximo al recinto se contaban apenas once personas, repartidas en cuatro mesas notablemente distanciadas entre sí. En la barra no descansaban litros de cerveza, sino una botella de gel desinfectante.
Los seis encuentros que se disputaron ayer ofrecieron matices a tener en cuenta. El temor a que se produjeran lesiones después de tan larga inactividad se hizo realidad. El precio a pagar por dos meses en cuarentena, sin poder entrenarse con normalidad, fue alto para algunos jugadores, que contó con un total de ocho lesionados, una cifra que quizá no sorprenda cuando los futbolistas solo han dispuesto de una semana para entrenarse en grupo con cierta normalidad. Tres de ellas se produjeron en el choque de Dortmund e incluso Giovanni Reyna, del Borussia, se lastimó en el calentamiento. También cayó sus compañero Thoargan Hazard y Jean-Claire Todibo, del Schalke. Rudy (Hoffenheim), Skjelbred (Hertha), Bebou (Hoffenheim), Gjasula (Paderborn) y Thuram (Gladbach) se sumaron a la lista.
No están permitidos los saludos con las manos ni los besos, entre otras costumbres de la prepandemia. Pero, como era previsible, se dieron acciones prohibidas. El ímpetu traicionó a varios jugadores. Dedryck Boyata, del Hertha, agarró con fuerza a Marko Grujic para besarle; Marcus Thuram, hijo del exfutbolista del Barça, besó a otro compañero y hubo quienes no pudieron reprimirse y escupir sobre el césped, que tampoco está permitido. Hoy se juegan otros dos partidos y asomaran más detalles.