l espíritu y el carácter del deportista suma ventajas al comportamiento y cualidades de los seres humanos. El compromiso, la solidaridad y la superación son tres de los rasgos principales de una persona que practica deporte, de ahí el reflejo constante de la actividad física en la educación y formación del individuo. Académico o voluntario, los padres convenimos en la necesidad de formar a nuestros hijos en la práctica deportiva. Ahí dejo el punto de partida de la página de hoy.
Iñaki Saralegui Reta nació en Pamplona hace 53 años. Hasta la adolescencia compaginó diversas prácticas deportivas que moldearon su carácter. Jugó al fútbol, hizo atletismo -llegó a competir con la selección navarra- y practicó tenis, uno de sus deportes favoritos. Y, por supuesto, pelota. Al cumplir los 16 se centró en el frontón. Casi vivía en el Club de Tenis Pamplona. Jugador de cuero y corta. Practicante de frontón y trinquete. Los buenos años le duraron hasta bien entrada la carrera de Medicina, a los 23 años, cuando decidió volcarse hacia el lado profesional de la vida.
Doctor en Medicina y toda la vida en cuidados intensivos. Más de veinte años. “Algo tendrán los cuidados que le gustan tanto”, dicen sus amigos. Quizá sea el poso de años de servicio y rasgo principal de su personalidad: cuidar y sanar a los demás, estar pendiente. La fibra y el punto vocacional derivado de su carácter preocupado, delicado y tranquilo. Hace un par de años se cambió a cuidados paliativos y preside el comité de ética de OSI Araba, dependiente de Osakidetza, organización sanitaria que busca la excelencia en la calidad asistencial al paciente a través del compromiso de las personas que la integran: pacientes, usuarios, profesionales y ciudadanía.
Le ha tocado servir en la zona cero de la pandemia, en primera línea. Más exposición, más trabajo y “mucho aprendizaje”, nos confiesa. “Hemos aprendido según pasaban los días y cambiábamos los protocolos”, reconoce. La consigna inicial era evitar la transmisión a toda costa. Esa era la prioridad. Aislar al paciente, separarlo de sus familiares, “lo que supuso un impacto emocional terrible”. La pelea quedaba circunscrita al ámbito sanitario y “olvidamos que el contacto de enfermo y acompañante es vital”. El paliativo es un paciente susceptible de contagio y de máximo riesgo al que “debemos proteger todos juntos”. “La pandemia”, reconoce, “la hemos combatido mejor conjuntando la red familiar y ciudadana con los cuidados profesionales”.
Iñaki Saralagui insiste en “lo mucho que hemos aprendido estas semanas”. “Nuestro éxito consiste en cuidar y proteger a las personas que están en la última fase de la enfermedad. A todos, estos cincuenta días de encierro nos han hecho recapacitar”. La política sanitaria es importante, prioritaria, sustancial, también en el tratamiento paliativo. “Pero la base más que la institución, depende de la solidaridad ciudadana, de la red y entramado social de alrededor”, resume. Como antaño, unas décadas atrás, cuando la familia y los vecinos velaban por el enfermo con el fin de aliviar su sufrimiento y mejorarle la vida en lo posible. En resumen: brindarles bienestar.
Iñaki y su equipo de la Unidad de Medicina Paliativa compuesto por cinco médicos, cuatro enfermeras, un psicólogo, un trabajador social y un administrativo se han batido en un doble frente: contra el virus y el riesgo de contagio de sus pacientes primero. Y después, a partir del cuidado y apoyo de estos, sumidos en el tránsito de la última etapa de su vida; aliviar el dolor mitigar la pena.
La base y modelo de este modelo de actuación “lo encontramos en la Ciudad Compasiva que nació en India”, nos descubre Saralegui. El ejemplo ha cuajado en ciudades como Sevilla y Getxo y aquí, en Gasteiz, “desde la Asociación Vivir con Voz Propia que lidera el principio y el fomento del cuidado en red”, del que Cruz Roja y Cáritas forman el par de brazos de voluntariado efectivo “que se suma a familiares y vecinos”. La red solidaria se extiende a partir de la unidad con sede en Santiago hacia el resto de hospitales, residencias y domicilios particulares.
En la pelea contra el virus que nos ha encerrado en casa “hemos ido aprendiendo paso a paso y en base a la experiencia de los demás. Luego veremos qué cosas se han hecho mejor y peor. Ahora, ¡todos a una!”. No queda otra. La pandemia ha doblado el número de fallecimientos y multiplicado el sufrimiento emocional. “El paciente asustado, la familia infectada o sola, los profesionales al límite, desbordados, sin equipo y desorientados. Así se resumen estos días”, nos dice el doctor. “Lo peor”, añade, “ha sido comunicar un deceso por teléfono. La soledad. Las soledades”. Y el combate ha sido posible, resalta, “por el trabajo en equipo, de los equipos. De toda la red”.
Iñaki Saralegui ha vivido el confinamiento junto a Elena, médico de familia, Ainhoa, joven economista de 24 años, teletrabajadora dos meses para su empresa madrileña, y Leire, de 21, estudiante de medicina en Valencia y acuartelada en casa. Padre e hija han compartido la bicicleta de spinning para mantenerse activos, más algunas tablas gimnásticas, las habituales. Las chicas y la madre, además, le han dado a la zumba y aeróbic online. Así, con algunos libros, juegos y series, están pasando el tiempo durante el largo encierro.
De niño, hasta los 23, jugó a pelota. Coincidió con los Araujo, Óscar Insausti, Arbeloa, los hermanosMendiluce y PeioEraña. Con ellos “quedamos algunos años campeones de España”. Tirado, si repasamos la lista. Campeón en el campeonato navarra contra su hermano Fermín, cuando el padre de ambos, Joaquín, era directivo de la federación navarra y el DiariodeNavarra, antes del partido, decía en su interior: “Esta noche, un Saralegui campeón navarro”. Acertó. Han pasado treinta años. Años después volvió al frontón con Crespo e Imanol y al trinquete con los Bernedo, Garai, Ruiz y Carlos. En septiembre, ha prometido, volverá a la argentina. Sin dejar colgados al grupo de los lunes en Jundiz. Pádel y Salazar, Pereda y Guinea. Siempre deportista, siempre equipo. Como en la vida, serio, atento, formal y luchador. Otro esencial.