El elegido era el hermano, el zurdo, el zaguero. Quedamos el martes por la tarde pero le pillé en el camión, camino de Bilbao. “No me da tiempo, no llego? otro día”, me dijo después de detener el vehículo en el arcén para llamarme por el móvil . Como debe ser. “Llama a mi hermano, a ver si tienes más suerte”. Y le llamé. Quedamos un día después, anteayer, el miércoles. Temprano.
Vino Abel Aragolaza González de Artaza con la foto que veis en medio, con su hermano José, zaguero, “el mejor de los dos, seguro, con picardía y muy jugón”, reconoce sin ambages. El pequeño continúa subido al camión. El mayor, transportista y autónomo, dejó de coger el volante para terceros un poco antes de la jubilación mientras va completando la cotización de su bolsillo. “Para la Manoli y para mí nos sobra”. Al acabar la conversación, Abel corre a la cita con la gimnasia de mantenimiento en Iparralde y luego queda con su mujer y se toman juntos un café.
“Abel es como yo, idéntico”, me cuenta Julián González, amigo y presidente del Club Errekaleor, “da igual lo que le digas, hace lo que le sale. Perdía lo que tenía medio ganado. Sin embargo José era un estratega. Podía pasarse una semana entera estudiando el calendario, los cuadros y los rivales. Seguía un guion. Lo tenía todo controlado”. Ríe un instante y sigue: “estaban liándola todo el día pero eran serios y comprometidos. Son muy buena gente. Una pocholada”. Coincide José con Julián cuando reconoce que “mi hermano no perdonaba, mientras que yo, como Julián, me relajaba cuando la cosa pintaba bien y? así me iba”.
Los hermanos ganaron un Torneo Provincial de segunda en 2010 ante Javi Etxazarreta y Oscar Arizaleta. La final de primera categoría la jugaron a continuación Ellakuría y Urto de Herriaren contra Subijana y Arroniz de Errekaleor. Aquel fue su primer y único triunfo de blanco. Un año antes habían caído en el partido decisivo contra Gustavo Jodrá y Oscar Arizaleta, zaguero, maestro y tenaz. El debut de blanco se había producido diez años antes, con la entrada del nuevo milenio, a los 45 años. Abel es tres años mayor. Los dos formaban parte del grupo de Los Intocables, los amos de Errekaleor cada sábado del año. Lo formaban 16 paletistas que competían a 30 tantos, de 8 a 12 del mediodía, 28 sábados, medio año casi, ocho parejas y horario diferente cada fin de semana, donde el triunfo valía tres puntos y la derrota uno. Si fallaba alguno de la pareja, la victoria sumaba dos puntos. Si faltaban los dos, ganar no contaba. “Vestíamos con camiseta y sudadera reglamentarias pero íbamos de corto”, aclara “y lo pasábamos muy bien”. Hasta el año pasado. Abel y José son ex pelotaris. El hermano pequeño por culpa de una lesión en el pie, “yo, porque me operaron de una hernia y el médico me dijo que ya valía”. Hoy mata la inactividad con la gimnasia y algo de pádel en San Andrés.
Todo comenzó en el ecuador de los 80, “cuando vivíamos en Vitoria”. Se juntaron cuatro locos, amigos y familiares, para formar el germen del que surgiría luego la brigada de intocables. Nombra a Basilio, el cuñado, a su hermano José, Aris, Fernando y el hermano de éste, Ignacio, el Pinchos, Juan, Arturo, Juanma, Julio? Echaron una miradita al frontón del barrio de Errekaleor y, hasta ayer. Hoy ya no.
En diciembre cumplirá 64. Nació en 1955. Estudió en el colegio Luis Eusebio de Abechuco, barrio en el que al poco levantarían los primeros bloques de casas para los obreros. Él, y muchos como él, nacieron en las casas bajas levantadas por cada cual. Como cualquier otro crio, le pegaba patadas al balón y golpetazos a la pelota en uno de aquellos frontoncitos al uso con columnas a la derecha. En los recreos. Y punto. A los 14, con el certificado de estudios en la mano, se puso a trabajar. La madre, Rosario, repartía el pan en el barrio. El Ancora había nacido en la calle Aldabe, pero se trasladó a Abechuco, donde un viejo molino alimentada a la ciudad de Vitoria desde mediados del XIX. Y levantó una fábrica. El pan para ganarse el pan. Luego llegó la mili, de voluntario, a tiro de piedra del barrio, en Araca. Se licenció con el dictador, aquel “generalísimo” recién fallecido.
Dice, ha quedado apuntado, de refilón, que “de Los Intocables y que, “aunque no tenía derecha, y siendo zaguero, además de llevar hacía mucho tanto”. Una vez que el grupo se refugió en Errekaleor y entraron en el club la licencia abarataba las canchas y, con la cuota, “hasta podíamos comprar regalos para los torneos internos”.
Cuando acababan las sesiones de los sábados ellos acababan en la Venta de la estrella. La cerveza y los pinchos del bar de Juan se hacían a escote. En la cancha, tras aquellas batallas sabatinas, quedaban los restos de “más de una pala rota contra los hierros de la canasta de peligroso hierro”. Estampadas. Contra el hierro. Al acabar la temporada, acompañados de mujeres y novias, tocaba celebrarlo en el Mesa o en el Conde de Álava. De aquellas quedadas, las más, “fueron celebrándose luego en la casa del pueblo de Lázaro, en Miñano Mayor”. Lázaro ponía casa y buena mano en la cocina. Tesón culinario que apoyaba con gusto Rafa, su ayudante. Eladio, el Juvenil, era el más viejo del grupo.
Entre todos, destaca a Arroniz como “el zaguero más destacado”. Entre los suyos apunta a Iker Gereñu “que anda de escándalo”.
No me dejo nada. Quizá me dejo “aquella caja con las sobras de premios y regalos”, medio llena tras la entrega de trofeos que “al ir a recogerla tras el lunch, había desaparecido”, cuenta González. Al parecer se la llevó José; “si sobra? me lo llevo”, dicen que dijo tiempo después. Son cosas que pasan.