Será esta la página de más rápido crecimiento de cuantas hayan florecido los viernes de los últimos tres años, con personajes de lo más variopinto de la pelota alavesa. Uno no presume de ordenado -no puede-, tampoco de metódico -un caos “controlado” se ocupa casi siempre del modelaje-, pero al menos procura que las arenas del reloj le dejen tiempo para que aparezca la estructura, el sentido, la pausa y cierta belleza.

Hoy, que era ayer, jueves, me pilla el toro y casi la manada, el encierro al completo, de espaldas, con el periódico desplegado frente a los ojos, en plena Estafeta, con la locura pasándome por los lados y yo sin enterarme que ya han soltado a las bestias.

Una estampida alrededor y yo despistado. Sin tiempo para pensar y en mitad de Sherwood, desorientado y perdido. Una emboscada, la del día antes, el pasado miércoles, cuando por fin pude estar un rato con el protagonista de estas líneas, John El Largo, el menor y el más alto de la familia de Bernedo, Igor, la bestia, en El Prado, una vorágine de idas y venidas de gentes corriendo alrededor de la cafetería, con un puesto al lado de los elegibles de Podemos para las cámaras alta y baja del parlamento español, un apreciable número de personas arregladas y bien vestidas a punto de entrar a la capilla, de funeral, los clientes y camareros, paseantes, el buen tiempo, Little John, el fraile Tuck y la pandilla al completo.

Cuatro días de persecución y, por fin, anteayer, Igor de Bernedo Zulueta me cita y el caos choca con otro caos. Me gusta ver a Mikel, el patriarca, el origen, hombre de sonrisa permanente y despistada, en su lindo limbo. Está Estitxu, la mujer. Y Gaizka y Saioa, los niños. Y el osaba Aitor que no para de meter baza todo el rato, “para aclarar alguna cosa”, meter cizaña y echarle algo de sal a la conversación. Igual que en la cancha, donde solemos vernos todos los jueves, Aitor -tuvo aquí su página, igual que el padre- es un “tocacojones profesional”, divertido, acerado, listo y desquiciante. “¿Quién está contando la historia?”, le corta Igor cada dos por tres. Y “calla”, reitera el padre acompañándose con un manotazo, “déjale que hable”.

Igor nació en Vitoria un cuatro de julio de 1972. Es el menor de los hermanos varones. El más alto. Vino tras Gaizka, Aitor, Josu y Asier, justo antes que Izaskun, la hermana, secretaria muchos años en la Federación. Todos pelotaris. Los cuatro que le antecedieron estudiaron en los Corazonistas. Él lo hizo en Ikasbidea, en cuyo club, Iturribero, comenzó a jugar a mano recién cumplidos los siete años, junto a los hermanos Llanos y Aitor Ruiz entre otros. “Dolía tanto”, me dice, “que enseguida me cambié a la pala”. La verdad es que Igor lo intentó antes con el rugby -Little Igor tiene cuerpo y carácter para ello- pero “aquel año no salió equipo y me quedé con las ganas”. A partir de entonces sólo pala. El romance con el rugby lo han continuado sus dos hijos.

Me cuenta la de mañanas y almuerzos que “disfrutamos con Arrieta y Aramendía, cuando Bengoa y yo cumplimos el sustitutorio de la mili en la Federación”. Rafa Arrieta y Antonio Aramendía, “fáctico, gruñón, una persona excepcional”, reconoce Igor, “nos lo permitían, aunque a regañadientes, y lo pasábamos en grande”. A los 14 acompañaba al padre, al zurdo Ortigosa y Etxebarrieta, un ex cargo de ELA, en el nº 3 de Mendizorroza. “Días inolvidables”, reconoce, “recuerdo que me daba prisa en ducharme y subir a todo correr y para dar unas vueltas con el coche por el aparcamiento”. El padre hacía que no se daba cuenta pero, claro, “o el capó estaba caliente o pillaba el coche aparcado en otro sitio?”.

Con chufla, dice Aitor: “este es un maula que no ha jugado nunca con los grandes”, para apuntar algo después que “sí, una vez jugamos juntos contra Insausti un Open en El Estadio y nos dejó en 15”. “Es que era como jugar contra Messi”, apostilla Igor. De inmediato, Aitor coge al padre y se van juntos a la capilla. Nada, aguantan seis minutos, salen a todo meter y con otra más en las cuerdas vocales. “El cura es hermano de Goikoetxea, el segundo mejor saque después de Beitia”, me susurra, “no tenía más que eso, del grupo de Igartua, Ciaurriz y Larramendi, que luego fue profesional en el Deportivo”. Los hermanos crecieron viendo jugar a éstos bajo el arco del viejo frontón del Estadio. “Recuerdo”, dice Igor, “una vez que Javi Ciaurriz me vino a ver jugar el Provincial. No le pegas ni hostias, me dijo, eres un paquete. Ya estaba preparando el terreno para el social de una semana después, comiéndome la oreja y haciéndome la psicológica”.

A los 17 jugó el GRAVNI junto a Ballesteros en pala corta. El mismo año que, en el Provincial, “a Roberto le pusieron con Sergio Martínez y yo jugué por detrás de Aitor Vicuña”. Desde entonces, Sergio, un magnífico especialista de cuero, no paró de ganar también a corta. Eran los tiempos del gran Balta en la selección, “un crack, una gran persona”, quien formara dúo mágico junto a Armando Iriso años atrás, imbatibles navarro con navarro. A los 20 se proclama campeón alavés de corta y pala con Barambones. Por cada título un cheque de 5.000 pesetas de Galerías y, con las 10.000, -“a ver quién le decía no a doña Irune, mi madre”- una cazadora “tan bonita que? me la puse una vez”. Con 21 disputó junto a Iñigo Iturritxa el Estatal de pala. Jugaron en Riazor, “un frontón inmenso”, recuerda, y la final en Barcelona, en el 93. “Habíamos ganado a la potente Vizcaya en semis y nos confiamos”, reconoce. En la final se vieron las caras con Guipúzcoa. Pasaron de ganar 39-36 a caer por uno. Subcampeones.

Aitor mete baza para recordar “su mejor partido en Liga Vasca”. Beldarrain y su compañero “les dieron una buena paliza, eran muy buenos, pero los nuestros la liaron. No pensaban en ganar, sólo en pegarle lo más fuerte posible. Fue impresionante. Yo fui su botillero”. Sin embargo, Igor, destaca otro de Liga Vasca, con Mikel Elio de compañero, -“un portento, un animal”-, con victoria en Vitoria ante otra pareja local, Valera y Elías. El primero que fuera profesional y el segundo, “un pelotari elegante, pelotari con mayúsculas, con dos buenas manos”. Con Elio, diez años juntos, se recorrió media Euskal Herria en el Renault 5 de su madre. El viejo casete del coche reproducía una y otra vez las canciones de Queen. Con la reina, Little John? El viejo Tuck, con su jarra de cerveza de miel en mano, haría sonar su zumbido de otra forma, por otros lados.

Animado y despistado.