Es una saltamontes incapaz de estar quieta o pasar desapercibida. Gurú, consejera, motivadora y cabezona. Algo pasota. Un cóctel de mil ingredientes imperceptibles por su variedad y número que, según el día y a la hora en el que lo llevas a la boca, te vigoriza o te envuelve en el sopor y en una manta frente al televisor. Es una locura. No he podido descubrir ninguno de los secretos que marido o amigos guardan. “No sé, no recuerdo? mañana igual. Ando pillada? espera un poco”. Y hasta ahora, hasta hoy, cuando toca ordenar estos tres folios de datos e impresiones que van sobre la semanal del DIARIO cada viernes. Un desastre. Muy divertido. Como ella, como Gemma Aparicio Santos, presidenta del Club de Pelota Henaio de Dulantzi, que toma el nombre de un viejo Castro sobre una colina del pueblo de Alegría de Álava. Me dice que “el club ha salido por cabezonería, que el pueblo es muy pelotazale, con dos preciosos frontones -el descubierto, en la plaza, y el del polideportivo, un multiusos que compartimos con patinadores, escaladores y jugadores de fútbol sala- que necesitan moradores y afición”, y se queja de “la poca ayuda y el corto cable que nos echa el ayuntamiento”. No les resulta sencillo conseguir horas para que los chavales entrenen y más complicado lo tienen para que les llegue dinero desde la institución: “no podemos ni contratar a un chaval que entrene a los críos”, exigencia, lo del contrato, a la que “debemos responder” para conseguir alguna subvención del municipio. “Somos muy pequeños y no nos llega”, reconoce Gemma, “ojalá tuviéramos más estructura”. Asier Esnaola, el entrenador, hace virguerías “para echarnos una mano y nosotros se lo agradecemos como podemos”. Entre las cuotas de los padres y Billares Alegría, “nuestro patrocinador”, van llenando el saco con la ilusión y las pequeñas fuerzas que les permiten salir adelante.
Los que no recordaban y andaban pillados eran, son, Iñigo González de Lopidana, esposo, y Arantza Martínez, la amiga. Son las otras dos columnas que sustentan al club de La Llanada. Entre los tres y “el marido de Arantza, Jesús, movemos un poco el cotarro”. No es fácil, pues el pueblo es “sobre todo futbolero”. Hay chavales que sólo entrenan, porque cuando llega el fin de semana “prefieren jugar al fútbol”. Lo que les va a sus padres. El esfuerzo y la pelea de este pequeño grupo y el apoyo necesario y fundamental de Aitor Ruiz de Luzuriaga desde la Federación -“nos ayuda en la captación, búsqueda y el papeleo con las instituciones”- les abrió la posibilidad de seguir adelante. David Kortabarria, pelotari de Agurain, se empeñó en buscar chavales “allí donde estuvieran”. Acabaron encantados con él. Precisamente David, hace ya unos años, “cuando mi hijo Akaitz era todavía muy pequeño -hoy tiene 14-, y él era el socorrista en las piscinas del pueblo, me convenció para que le apuntara a pelota tras verle trastear con una de ping-pong contra la pared”. Akaitz juega a mano desde los cuatro. Comenzó en Eskuhuska, club de Dulantzi ya desaparecido que funcionara bajo las riendas de Cristina Suárez y sus dos hijas, pelotaris ambas, Naroa y Garazi. Según Asier, Akaitz podría jugar muy bien a pala, “pero él prefiere la mano”. El hijo tiene la culpa “de que ande yo loca con esto”. También Entzia, la nena, “que anda un poco alejada de la pala? por culpa de la adolescencia”, me susurra ante la proximidad de la chavala. Con Entzia y Arantza ha peloteado Gemma de cuando en cuando, pala en mano, bagaje escaso de su corta, breve y rala experiencia práctica con la pelota. Entzia jugaba de zaguera con las aún practicantes Irati Amor y Jone Mendíbil. “Espero que un día vuelva al frontón”, confiesa su madre. Akaitz ha ganado campeonatos escolares junto a otro chaval del pueblo, Egoitz Fernández. Tiene dos buenas y fuertes manos -ahora le ha salido su primer callo-, aprendió con Garikoitz Resano a dar sus primeros manotazos y perfeccionó su técnica, “sobre todo el dos paredes”, con Asier Jauregi.
Gemma llevó a los escolares en el viejo Eskuhuska, donde fue máxima responsable una temporada. Luego recogió el testigo del club de atletismo Henaio, ya desaparecido, que tenía sección de pelota y “ahí andamos, con 15 críos entre benjamines e infantiles”. Los mayores se marcharon a Zaramaga. Necesitaban calidad de entrenamientos, frontón libre y un trinquete. Una lástima.
A estas alturas Arantza me envía un mensaje de voz. La fiel amiga y escudera que ha perdido 40 kilos y ganado salud desde que la salsera Gemma la cogiera por banda: “ven, que pareces una ternera, ya verás cómo te pongo en funcionamiento”. Amiga y compañera de correrías. Juntas viven el escolar. Juntas se van al Labrit, a Miribilla, a Tolosa? al Ogueta. “Solas”. Pendientes del Memorial Goñi de Zumarraga, pelota de promoción y buen ambiente. Y pendientes de Aimar, el preferido, del añorado Irujo y de los jóvenes Artola y Albisu. Capaces de levantarse de la toalla, tarde de piscina y calor y preparar un viaje relámpago a Logroño para ver pelota. Y allá que se fueron, bien dirigidas por los municipales, para juntarse a la cuadrilla de La Pipa, “y ver poca cosa y pasarlo de miedo”, para acabar la noche con “una gente de Amurrio”. Jugaba Artola, y jugaba Irujo “el día de la silla”. Y de madrugada vuelta a casa. O la última, el primer día de Mariezkurrena en el Astelena, hace nada, contra Aimar y Albisu, en un pronto y tumbada en el sofá, una llamada a Arantza y “¿qué, nos damos una vuelta?”. De prontos y locuras.
Gemma lo mismo te prepara una dieta, unas sesiones de gimnasia -está preparada para ello-, que coge la bici o se calza las zapatillas para echarse una carrera por el monte. O se te pone a bailar. O enfila Eguino a mano limpia y con cuerdas. La montaña le unió a Iñigo cuando juntos coincidían de jóvenes por lo viejo; “a las cuatro nos íbamos para casa y a las cinco lo mismo salíamos para Pirineos”. Puro fogonazo. Como el fútbol. Padre e hijo siguen al Deportivo Alavés y lo llevan en el alma. La peña albiazul de Dulantzi es su bandera y en el corazón, por culpa de la abuela de las Ameskuas, comparten el rojillo osasunista como si fueran glóbulos encarnados. Salsa y locura.
El abuelo Isaac, alguacilillo de la vieja plaza de toros, el que llevaba las llaves de toriles, era pelotazale. El padre no, “a Elías le va más el fútbol”, reconoce Gemma, “pero el tío Santos, el capitán, José Antonio, ese era un gran aficionado. Veíamos pelota juntos muchas veces”.
Fogonazos, chispazos y locuras. Las historias sélficas de movida y vida de la señora presidenta.