a ritmo sostenido pero alto. De recorrido largo, a todo velamen y el foque a punto de estallar. Y con poco viento o sin combustible, y si las velas se sueltan y el mayor -el palo- se resquebraja, entonces, toca apretar los dientes, atarse los machos -y las hembras- y romperse la cabeza para que el resto del cuerpo responda con lo que quede. Dice Monreal que “es competitivo, sufridor, tenaz y cumplidor”. Como cuando jugaba a pelota. A su ritmo, a su nivel, a su manera “pero dándole mil veces si fuere necesario”. Le ocurrió, sucedió aquello, en 2015, en la maratón de Pamplona, “uno de esos días donde uno diría aquello de, ¿dónde va ese?, mirándome a mí, derrotado, vacío, desgastado y absorto, seco y sin apenas reservas”, recita Carlos, el personaje de esta semana, obligado a trabajar de cabeza, paso a paso, sin rendirse porque, “en esta y en todo tipo de pruebas de larga distancia se corre más con la cabeza que con las piernas”. Aquel día no le quedaban piernas y “terminar fue mi victoria”, me confiesa Carlos García Cebrián, que tardó 4 horas y 10 minutos en recorrer los 42 kilómetros y 195 metros de la prueba navarra, mucho menos, seguro, del que usó Filípides para contarles a los atenienses la victoria ante el persa, aunque este lo hiciera -seguro que sólo los primeros kilómetros- con una armadura de 20 kilogramos y guardando aliento para soltar a su llegada a Atenas: nike, que significa victoria. Bien le hubieran venido unas de esas para aguantar la distancia y no morir en el intento. En cinco semanas de aquel año, Carlos había corrido dos maratones y una prueba de 61 kilómetros. Andaba sin gasolina, enfermo y “pegué el petardazo”. Su mejor marca la hizo en Vitoria, en la Martín Fiz, con un tiempo de 3 horas y 16 minutos. “La he disputado ocho o nueve veces”, dice. Ya está bien.
Echó a correr en 2006 y no ha parado hasta hoy. Anda buscando el más difícil todavía. Pasa de las distancias cortas. La próxima cita la ha fijado para el mes de junio, junto a Asier Monreal, en la prueba de Los Montes de Vitoria. Once montes y 63 kilómetros. “Cuánto más grande es la distancia más placer. A más dureza más grande es el reto”. Esa es su máxima. Y el reto pendiente, repetir la prueba de Castellón, “donde hace un par de años tuve que abandonar junto a Fran por culpa del tendón rotuliano”. Aguantó diez kilómetros y le costó casi un año de baja. El asunto lo comenzó medio en broma con un grupo de amigos con los que todavía coincide, “en Vitoria en zapatillas”, los originales Pepe, Fran e Inés, y los más recientes Miguel, Eneko, Asier, Franji y Juan. Al principio era el único que marcaba el paso con un medidor de tiempo. “4:30:15?vamos lentos. 4:15:00? Vamos mejorando. Cuatro, cero, cero el kilómetro. 15 kilómetros por hora. Ese es el ritmo”. Ese es su mote desde entonces. Carlos cuatro cero cero. Asfalto y monte y, desde no hace mucho, el swimrun, deporte sueco en el que corres y nadas con la misma ropa, entrando y saliendo del agua, subiendo y bajando barrancos hasta cubrir 30 kilómetros a pie y 5 en el agua. Ha disputado dos pruebas, ambas en Vitoria, la última el mes de octubre último, junto a Iván Domínguez -es obligatorio hacerlo en pareja por el riesgo que conlleva- “donde pasamos un frío del copón”. Deporte moderno o? ¿La misma tortura de siempre?
De los 25 a los 35 probó con el squash. Otra locura con la que “si andas con chispa te pones como una máquina”, dice. Deporte sacrificado que practicó por puro divertimento, sin ánimo competitivo y ”con mucho sacrificio personal”, pues era tiempo de “pasar horas con Aiala”, una jovencita de 15 años hoy, central y capitana del Vitoria de fútbol.
Nació Carlos, en Vitoria, el 4 de enero de 1972. Pelotari desde que cumplió los cinco. Entró en el frontón cuando Amancio, el padre, tuvo que abandonar el fútbol y cambió de deporte, en el que hoy es juez y antes directivo de Adurtza, pelotari y pelotazale. Muy de Adurtza desde entonces. “Está en mi corazón”. Carmelo Asurmendi era el alma mater del club y Amancio uno de sus tentáculos. Por sus manos pasaron cientos de pelotaris, y “por el 850 de mi padre nos movíamos con cierta calma y algo justos, once críos, cada vez que nos tocaba jornada del escolar”; sonríe Carlos cuando lo cuenta. Javi Mendibil y Sergio López fueron sus primeros compañeros. Con Mendibil “gané mi primera final del Ametza -así se llamaba entonces el escolar- sin haber jugado antes ningún otro partido”. Aquel trofeo desapareció con la primera limpia de cosas inútiles. Lo dejó pronto, justo cuándo le tocaba entrar con los senior. “Andaba justo de calidad y recursos”, reconoce, “si llegué a jugar GRAVN fue porque no había más”. Cruzar la muga con el resto de provincias era “chocarnos con la cruda realidad”. Así, -“no era tiempo de verde/moco sino moldura de esparadrapo y tacos, de vela e infiernillo”-, hubo de jugar el torneo de Federaciones con un chavalillo delante, “un crío que luego fue un gran pelotari”, que no podía ni sacar. Aquel dos contra uno de Lezama “me marcó”. Por aquellas mismas fechas, con 15 o 16 años, jugó el partido “más desastroso”. Aitor Ruiz Zolina, Huici, Iñaki Redondo, la perla de Zaramaga y Hugo Llanos eran los tres mosqueteros con los que coincidió en el frontón, él de zaguero. Tiempos de vacas famélicas donde la tecnificación y el gasto brillaban por su ausencia. Se entiende entonces un 18 a 2 en contra, en el Labrit, donde “dándolo todo nos quedamos con esa cara de desesperación de los inferiores”. Enfrente estaba Lasa, y “ni se puso los tacos”.
De la pelota, del deporte en general sustrajo respeto, trabajo, generosidad y “alguna que otra decepción”. Con todo ello se fabricó la coraza y el mono del oficio para rendir luego en la vida y, tras prepararse en Lejona en relaciones laborales, rendir y servir los últimos 26 años en EPS Comunicación. A un ritmo más distendido pero igual de sacrificado? Tipi, tapa, ¿o 4:00:00?