Alavés y Athletic jugaron un partido entre dos equipos que están pidiendo a gritos cerrar este 2018. Aunque su situación es distinta, muy distinta, ambos se vieron como dos conjuntos cuyo mayor objetivo fue no perder. El de ayer fue uno de esos encuentros con pocas ocasiones, muy cerrados y sin grandes alegrías para el espectador. De los que antes se llamaban tácticos pero que creo que ya se pueden llamar truños. Entre los dos conjuntos sumaron más de 180 pérdidas. Dos por minuto. Y media ocasión cada uno. El empate fue la respuesta del fútbol a la propuesta de ambos. Para los de Bilbao esto tiene que ver con el proceso de reconstrucción anímica y futbolística en el que está sumido. Sabe que tiene que ser sólido, intentar volver a ser fuerte en San Mamés e ir rascando algo fuera. Y hasta donde no pueda llegar, ahí estará el sistema. Lo del Alavés, que ostenta la segunda mejor racha sin perder como local de toda LaLiga, tiene que ver con mirarse a sí mismo hace un mes. Continúa siendo un equipo sólido, los fundamentos de su plan son los mismos que durante toda la era Abelardo, la ejecución sigue siendo notable en términos de ajustarse a lo que sabe hacer y es, por encima de todo, un equipo. La única diferencia con el conjunto que se asomó al liderato del campeonato es que ya no tiene el mojo. Ibai ha perdido el duende, Sobrino es muy Sobrino, los delanteros han extraviado la pólvora y los últimos cinco minutos de partido han dejado de ser ese vértice en el que todo empate se convertía en victoria. Ese último centro al que Bastón no llegó por un metro y medio en octubre era gol. Que se lo pregunten a Lopetegui.

El Glorioso ha sumado cinco de los últimos dieciocho puntos y encadena tres derrotas consecutivas fuera de casa. De todas formas no creo que haya mucho de lo que preocuparse porque el equipo no ha perdido las señas de identidad que por pura inercia le deberían llevar a puerto sin problema. De esta serie, hizo un gran partido contra el Sevilla, dio la cara en el Wanda y ayer tampoco ofreció ninguna facilidad a un rival sumido en dudas. El Alavés sigue más cerca del líder que del descenso y manteniendo esta solidez colectiva debería volver a encontrar las pildoritas de talento de sus jugadores de ataque para sumar de tres en tres. El derbi nos volvió a dejar claro que en Mendizorroza da igual el día de la semana y la hora. El estadio registró su segunda mejor entrada de la temporada en el encuentro en el que desembocaron unos día marcados a nivel social por la reivindicación de Iraultza 1921 ante lo que el grupo considera un ataque contra ellos por el mero hecho de existir. No tengo toda la información de lo que está pasando pero el apoyo que he palpado en las redes sociales de gente ajena a ellos, e incluso distante a nivel ideológico, me ha parecido significativo. Más allá de discrepancias creo que cualquiera es capaz de reconocer el trabajo social que han hecho dentro del alavesismo en los últimos años. Iraultza le da colorido al campo, ánimos incondicionales al equipo y una diferenciación a Mendizorroza como estadio. El Alavés no podría tener una afición mejor que la que nace en Polideportivo y se permea al resto de las gradas.