soy un mal ejemplo para los jóvenes”. Resulta paradójico que Nikola Jokic (19-II-1995, Sombor) pronunciara estas palabras el pasado mes de agosto, escasas semanas después de firmar un megacontrato que respaldaba su condición de gran estrella de la NBA en las filas de los Denver Nuggets: 148 millones de dólares por las próximas cinco temporadas. Resulta curioso que esa frase, contundente, sincera, saliera de la boca de un jugador que en menos de quince días de curso ha firmado ya dos hitos sobresalientes: fue nombrado mejor jugador de la Conferencia Oeste en la primera semana de competición y en el duelo contra los Phoenix Suns firmó una actuación sideral, el primer triple-doble con más de 30 puntos y sin fallos en el tiro ni pérdidas (35 puntos, 12 rebotes y 11 asistencias) desde que el mítico Wilt Chamberlain firmara dos en 1966 y 1967.
Joker es a día de hoy, en su cuarta campaña en los Nuggets, una estrella de la NBA, un pívot inteligentísimo y con un entendimiento del juego superlativo, probablemente el poste con mejor capacidad de pase de la competición y un jugador de notable lanzamiento exterior que, a sus 23 años, debería alcanzar la condición de All Star más pronto que tarde. La mayoría de esas cualidades le acompañaron siempre. También en sus años de formación en el Mega Bemax, ese conjunto confeccionado por el superagente de jugadores Misko Raznatovic para la promoción de sus mejores perlas. Su problema poco tenía que ver con su calidad y sus cualidades. Lo que ocurría es que al serbio no le llamaba demasiado la atención este deporte, odiaba entrenar y sus hábitos de alimentación eran horribles. “Ni siquiera me interesaba demasiado el baloncesto, no me exigía mucho a mí mismo. Solía llorar cuando tenía que ir a entrenar, mi padre tenía que convencerme constantemente”, añadía Jokic en agosto rodeado de futuras promesas del Basketball Without Borders de Belgrado.
El serbio empezó a jugar a baloncesto tras la estela de sus dos hermanos mayores: Strahinja, que llegó a ser profesional, y Nemanja, formado en la NCAA y compañero de mansión y fiestas de su compatriota Darko Milicic, uno de las peores elecciones de draft de la historia de la NBA, en su periplo en Detroit. Nikola tenía un don, pero no se lo tomaba como una pasión. En 2012, cuando firmó por el Mega Bemax, medía ya casi 2,13 metros y rozaba los 140 kilos, nada extraño si se tiene en cuenta dos de sus hábitos alimenticios de aquella época: beber tres litros de Coca Cola al día y atiborrarse de boreks, un tipo de pastel de queso local. No era capaz de hacer ni siquiera una flexión. Su jugada favorita consistía en colocarse en el poste alto y lanzar pases por la espalda. ¿Lo único que le gustaba de entrenar? “Los tres contra tres, no tenía que correr para bajar a defender”, recordaba hace un par de años su hermano Nemanja en Sports Illustrated.
Pero su talento era innegable. Fue puliendo su figura, en el curso 2013/14 promedió 11,4 puntos y 6,4 rebotes en la Liga Adriática y aquel verano se presentó al draft. “Carecía de la más mínima definición muscular y apenas saltaba”, relataba a SI un general manager anónimo sobre un jugador que en las pruebas físicas fue incluso objeto de mofa por sus michelines y al que no pocas voces empezaban a comparar con el nefasto Milicic, con dudas incluso sobre su profesionalidad cuando se supo que llegó a perderse una semana de entrenamientos por un dolor de muñeca que se hizo... ¡firmando autógrafos! Al ver la falta de interés en su pupilo, Raznatovic llegó a anunciar su decisión de retirarle del draft, pero entonces surgieron los Nuggets, convencidos de que la falta de atleticismo de ese cuerpo ocultaba un diamante en bruto. La franquicia de Colorado le eligió en segunda ronda, puesto 41, pero Jokic no veía claro lo de cruzar el charco.
EL AMAGO DEL BARCELONA Su idea era seguir un año más en su club y luego firmar un gran contrato con un club de Euroliga. De hecho, el Barcelona viajó a Serbia y estuvo muy cerca de ficharle, pero su interés se diluyó por un partido que el propio Nikola calificó de nefasto. Mientras tanto, en Denver seguían monitorizando su progresión y finalmente lograron su incorporación el verano de 2015. Jokic decidió que había llegado el momento de tomarse el baloncesto en serio. En su vuelo a Colorado, se bebió su última Coca Cola.
Jokic no llamó la atención en la Summer League, tampoco en los partidos de pretemporada. En los entrenamientos era constante víctima de los mates de Kenneth Faried, pero su trabajo con el preparador físico de Denver cambió su carrera deportiva. Antes del primer mes de competición protagonizó ya un partido de 23 puntos y 12 rebotes y acabó tercero en la votación del mejor novato del año. Desde entonces, su progresión ha sido constante y esta temporada parece preparado para dar el salto definitivo dentro de un equipo que ha arrancado el curso de manera notable. Sigue sin saltar demasiado, no juega por encima del aro y, a diferencia de otros interiores, su cuerpo no es un saco de músculos, pero sus fundamentos y su visión de juego no tienen rival entre los pívots de la NBA. Jokic disfruta como cuando jugaba totalmente despreocupado siendo un crío, pero ahora, además, es efectivo para el equipo. Y cuando Joker sonríe, todo el mundo se divierte.