Cuando saltó la chispa quizá cogí desprevenido al protagonista y enseguida aceptó la proposición. Hacía frío en el frontón de Laguardia. Eran las cinco de la tarde del último sábado y la primera jornada del Torneo Provincial que se celebraba en La Rioja Alavesa. La publicidad a medio poner en la pared izquierda, sólo faltaba la pegatina de la Federación. Se abrió la puerta y entró el primer hálito invernal del año que dejaba un par de grados en Herrera y en el frontón peor sensación. Tras el frío, llegó Aimar Kintana, el primero de los ocho pelotaris que debían jugar esa tarde, y sus padres, Javier y Blanca. Por último un señor mayor y grande, Eladio, el abuelo. Las luces aún no se habían encendido y surgió la típica conversación de los preliminares. Que si qué frío, dónde estarán los vestuarios y a ver si encontramos un bar donde tomarnos un café mientras empieza esto. La conversación deriva hacia atrás y la chispa surge en cuanto Eladio me cuenta que algo ya jugó, que lo hizo junto a Txikito de Bernedo, con sus primos, los Compañón, con Oguetilla, y que allá, en el frontón del pueblo todo el mundo jugaba a pelota. Menos o más, pero todos. El frontón de Bernedo era escuela y universidad de los pelotaris de la época, donde el deportista se hacía por sí mismo contra su sombra y céntimo a céntimo apostado con el resto de los chavales del pueblo. “Pues me lo tienes que contar”, le digo. “Pues vale”, asiente, seducido a bote pronto. Y llega el lunes y le entran los miedos y la modestia: “Yo sólo he sido como otros cientos de chavales que han jugado a pelota en los pueblos de Álava”... “Pues venga, empieza?”, le espeto. Y tiro de bolígrafo y van surgiendo las ideas y oscureciéndose el blanco del papel.
Eladio Marañón San Vicente es un hombre de 77 años. Nació en Bernedo el 18 de febrero de 1941. Años duros de postguerra. Jugó un par de temporadas por la Federación, de los 16 a los 18, cuando el pelotari lo hacía con “ropa y zapatillas prestadas y se nos pagaba el billete del autobús desde el pueblo y la comida en el Zabala o en el viejo Poliki”. Eran los años en los que Luis Azua Zubeldia marcaba el paso en el seno federativo. Junto a Echazarra, compañero de juego desde crío, se mantuvo imbatido todo el año y ganó el único trofeo y la gran txapela de campeones. “Recuerdo”, me dice, “que en una de las eliminatorias, el autobús que me traía a Vitoria perdió una rueda y llegué dos horas después de la hora del partido”. Ya se había jugado. Echazarra, viendo que “nos lo daban por perdido”, se decidió a jugarlo él solo y lo ganó. Al año siguiente les pusieron con los mayores, con los de Primera, “y apenas ganamos dos o tres partidos”. Chiguito de Bernedo debutaría aquel año en Empresas Unidas, me cuenta Eladio. “Se desarrolló pronto y hasta tenía un gimnasio en casa y podía dedicarse en exclusiva a la pelota”. La familia regentaba La Catalana, el bar del pueblo, y “a nosotros no nos quedaba otra que trabajar en el campo. Esa era la prioridad”. Tocaba jugar el fin de semana o a la hora que el padre se echaba la siesta. Y entrenar con el cereal y la patata. En la pieza.
La afición le viene de niño, de cuando, con cinco o seis años, pegó los primeros manotazos en los porches de la escuela en invierno y en el frontón del pueblo en verano. Corretearon juntos Antonio Etxazarra, Compañón y Rufino Antoñana hasta darse de bruces con la adolescencia. Sería entonces cuando un cobrador de autobús de la Compañía de Álava -“se llamaba Josémari”, recuerda-, vio jugar a Compañón y le convenció para bajar a Vitoria a que le vieran. El efecto mariposa les llevó al poco, también a ellos, a jugar en la Federación, cuando por ahí andaban Armando Alegría, los hermanos González de Ciordia y los mayores, Zerain, Jodra, Belategui? ¡Todos de Primera! Así comenzó la etapa de juventud, corta, que acabaría al llegar la mili, a la que fue voluntario con 18 años. A la vuelta, claro, seguiría jugando en el pueblo con todo tipo de gente, con los de la misma edad y con gente más joven. Con Josemari Compañón, el Coronel, hermano de Chiquito, con Ignacio Sáez, Oguetilla, primo carnal de Ogueta, con Etxabarria? Eladio tenía casi 25 años, estaba casado y andaría próximo a cerrar el ciclo de la segunda fase de su historia pelotazale, jugando el Interpueblos durante tres o cuatro años por Bernedo. Hasta cumplir los 33. A esa edad jugó la última vez. Justo después de un funeral, un día de labor, por mera distracción y algo de dinero de por medio. Se le cayó Paquito Compañón encima y “adiós muy buenas”, a descansar la pierna mes y pico. En aquellos días, por esos años, era costumbre jugarse unas pesetas en el frontón, fruto de aquellos céntimos que iban sobrando de un sitio y otro. “Cobrar por jugar sólo una vez”, asegura, “cuando me tocó bajar a Oion con Chiquito”. Dice que jugó peor que mal, pues “tenía la mano hecha polvo después de aquel año de juveniles” cuando ganó todo y jugó tanto. Apenas se ponían protección. “Algo de esparadrapo” y las manos acababan muy estropeadas, por no decir rotas.