En la salida estábamos con las orejas tiesas porque se temía que hubiera viento. Al final, no pasó nada reseñable y se formó una fuga con solo tres corredores. Era una escapada que, a priori, no debía dar muchos problemas a los equipos de los velocistas. Afortunadamente, de vez en cuando, las fugas de este tipo consiguen llegar a meta cuando nadie se lo espera y gracias a etapas así es por lo que la gente sigue creyendo en las fugas. De lo contrario, nadie se animaría a escaparse en jornadas condenadas al esprint. Si por lo menos, cada 20 o 30 fugas de estas locas, que tienen poco futuro, llegan la gente sigue con esa ilusión de que por una o por otra circunstancia lleguen a meta. Rodamos a una media de 47 kilómetros por hora durante todo el día. Entramos en los últimos 30 kilómetros de etapa y la fuga todavía mantenía 2:30 de ventaja. La gente, por detrás, se empezó a preocupar porque teniendo en cuenta el terreno favorable que había, era complicado echarles mano. Entonces los equipos de los velocistas apretaron de verdad, pero los últimos 15 kilómetros eran bastante sinuosos, con muchos giros, y la fuga lo hizo perfecto. En el tramo definitivo, los escapados lo hicieron de maravilla para poder jugarse la victoria entre ellos. Uno se alegra cuando ve una etapa así y cuando se rompen los esquemas y pasa algo que se pensaba impensable. Esto es lo bonito del ciclismo, más si cabe en el ciclismo de hoy en día, donde los guiones parecen escritos. Por lo demás, estamos a la expectativa de lo que ocurra en las dos etapas de Andorra, donde se resolverá la Vuelta.