Vitoria - Que las mujeres de Badaiotz Kirol Taldea hayan sido seis veces campeonas del mundo de sokatira, subcampeonas en otras tantas ocasiones y que ahora se encuentren en China aspirando a reverdecer de nuevo sus laureles como club y también como representantes de Basque Country solo se entiende como uno de esos pequeños grandes milagros que jalonan la historia del deporte. Una historia de éxito que, además, permanece prácticamente invisible a pesar de que lleven sumando medallas prácticamente sin cesar desde el año 2000. Hay países en los que serían profesionales dedicadas en exclusiva a su especialidad al contar con becas específicas, disfrutarían de instalaciones del máximo nivel y serían reconocidas públicamente por sus éxitos. Pero no. Más al contrario. En Taiwán, donde la sokatira es una religión y donde protagonizaron la película Step back to glory, son más reconocidas que en su propio entorno. Aquí se tienen que conformar con un pequeño pasillo en el frontón de Abetxuko -donde, aseguran, les tratan “de maravilla”- para sus entrenamientos por el que tienen que pagar el alquiler como los grupos de amigos -con los que también se ha establecido un vínculo especial- que a su lado se juntan para pelotear un rato; las subvenciones que toca trabajarse a posteriori después de una cosecha anual de medallas en eventos para los que ellas mismas han tenido que poner antes dinero de sus bolsillos; y, en el mejor de los casos, unas equipaciones que tienen que devolver al final de las citas internacionales. Los éxitos solo se pueden explicar por el sacrificio de una familia cuyo vínculo es una larga y gruesa soga. Una comunión que les ha llevado en múltiples ocasiones a lo más alto de un podio. Una experiencia triunfal que esta semana quieren repetir en China, donde la sokatira no es solo un deporte rural. Este jueves y el viernes compiten como club en las categorías de 500 y 540 kilos; el sábado y el domingo, representando a Euskadi en esos dos pesos. Una vez más, las tiradoras del Badaiotz tratarán de superar a las mejores del mundo a base del tesón y sacrificio que ha caracterizado todos sus momentos de gloria.

Susana Sánchez, Ruth Linaza, Amaia Leiza, Sonia Archeli, Eva González de Matauco, Lorea Rojo, Arrate Chillón, Jone Uhalde, Maider Etxezabal, Ruth Cayero y Garbiñe López de Uralde, a las órdenes del entrenador Ion Lapazaran, componen la actual familia que a lo largo de una soga conforma el Badaiotz. Trabajadoras, madres, estudiantes, jóvenes y un poco más mayores. Procedentes de todos los puntos de Euskadi y que tres días a la semana se juntan para entrenarse con disciplina espartana y que compiten los fines de semana. Todas ellas representan el presente del club. Algunas seguirán siendo su futuro porque rondan la veintena y ya tienen el gusanillo metido en el cuerpo. Y varias componen desde hace años su pasado. Glorioso pasado, cabría decir. Compiten como equipo femenino desde 1991, pero el núcleo duro se formó en el año 2000, coincidiendo con la primera medalla mundialista, una plata en Slagharen (Holanda).

Al ritmo de hotz y hetz Ni siquiera las veteranas del grupo conocen la procedencia de estribillo que marca el ritmo de la competición. “Hotz, hetz, hotz, hetz, hotz, hetz...”, repite toda la fila al unísono mientras dan pequeños pasos hacia atrás para elevar los muchos kilos -las planchas son de 55 cada una y en cada tirada en el entrenamiento se va incrementando el peso hasta llegar a los 800 kilos- que sujeta una máquina de poleas similar, en mayor magnitud, a las que se utilizan en los gimnasios para desarrollar los músculos. Pie derecho, pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo... La perfecta sincronización de hotz y hetz. Hasta que el peso alcanza su tope de altura. Entonces toca aguantar, ceder metros hacia adelante y volver a aguantar -los gestos de sufrimiento se agudizan con el incremento progresivo del peso- antes de regresar al punto de partida y tomar un respiro antes de volver a empezar de nuevo con más peso enfrente.

El entrenamiento se hace con ayuda de una máquina, pero es muy distinto a la competición contra otro grupo de ocho mujeres, en el caso de Badaiotz en 500 y 540 kilos. Lo que puede parecer fuerza bruta no es tal. Tirar de la soga requiere de una técnica especial, de una compenetración milimétrica y también de una enorme capacidad de concentración y sufrimiento. Un pie que se mueve a destiempo o un resbalón y todo el trabajo se va al traste. Pero, además, en el cuerpo a cuerpo también cuentan la estrategia, el saber resistir las acometidas del rival y el conocimiento para apretar los dientes en el momento exacto para llevarse la tirada.

Preparación espartana Una sincronización que requiere de una preparación espartana. Para las deportistas del Badaiotz, la soga no es solo un entretenimiento. Los vínculos que se han creado entre ellas van más allá del pasatiempo. Solo así se explica la perseverancia de casi todas ellas para desplazarse a Vitoria desde sus lugares de residencia. O para robarles horas a la familia, los amigos o los estudios. O para que las vacaciones se inviertan en competiciones internacionales. O para abonar de sus bolsillos el coste del material deportivo, los billetes de avión o los alojamientos -hay subvenciones a posteriori que les sirven para cubrir gastos y participan en exhibiciones para conseguir fondos-, una cuestión que se convierte en una odisea en esta ocasión en la que ha tocado ir hasta China. Tampoco se puede comer con libertad, ya que el tema del peso va a rajatabla. Las juergas son “siempre fuera de temporada” y, en alguna ocasión, han servido “para sumar una nueva tiradora a la causa”. El poderoso vínculo que genera la soga.