lieja -Ganar con una pata. El término lleva tantos años circulando como la rueda del ciclismo, aunque siempre se refería a un triunfo fácil, sobrado. Era en sentido figurado. No se recuerdan victorias a una pata hasta que Sagan inauguró una nueva especialidad, que certifica la realidad del concepto. Con una pierna le alcanzó a Sagan, incluso en escenarios majestuosos como el Tour, que no son precisamente el decorado de una carrera de barrio, aunque para él el ciclismo posee el aroma de la infancia y el recreo. Los triunfos de Sagan se colorean con Plastidecor. Con ese tono naïf que invoca a la niñez y a esas disputas entre amigos que siempre ganaba el vecino del quinto porque era el mejor. Enfundado en su maillot de campeón del mundo, inconfundible la bandera del espectáculo, el eslovaco de colorines conquistó el muro de Longwi, una llegada regia, de granito, como si se tratara de un juego de niños. A Sagan se le salió la zapatilla de la cala cuando arrancaba y tuvo que volver a empezar. Qué más da. Tiene otra pierna. De oro. Dos en uno. Valen un mundo. O dos.

Cualquier otro dorsal hubiese jurado y golpeado el manillar con rabia mientras vería la película de su derrota. Sagan negó ese final con una genialidad. El eslovaco, que tenía cerca la gloria, y una sola pierna anclada en los pedales, prefirió enganchar el pie derecho, que se le había escapado, tras un lapsus de un par de segundos, y festejar la victoria trazando círculos con el dedo, garabateando su salto mortal en el lienzo azul de Longwi ante el riñón de Matthews y la claudicación de Dan Martin. Era su firma. A Sagan le sobró una pata y sacó el dedo. Un Frigopie y un Frigodedo para refrigerar su esfuerzo en una llegada exigente que agitó a los favoritos pero pactaron un combate nulo. BMC colocó el trampolín para Richie Porte, que ganó unos metros, hasta que reaccionó Sagan y los favoritos se soldaron unos a otros. Cuentas de un rosario. “Tenía que cerrar el hueco”, dijo el eslovaco, que acumula 99 triunfos. Una vez cicatrizado el corte provocado por el filo de Porte se le salió el pie del pedal, lo metió y trazó un festejo. Lo contó Sagan con ese tono costumbrista de una conversación sobre el tiempo en el ascensor. Hay charlas en los elevadores con más drama. “¿Qué es la presión?”, respondió Sagan con unas gafas de esquiador colgadas de su cuello tras su nueva hazaña. Otra avalancha. Al eslovaco solo le falta batir al resto de rivales mientras pedalea en un bicicleta con ruedines. Nada es imposible para Sagan, que probablemente nació pedaleando.

Su lección en la Côte des Religieuses, una rampa de 1,6 kilómetros al 5,8% de desnivel, rompió otro molde. Nadie pudo con su rock&roll en una cuesta que agitó los decibelios del Tour sin que fuera por el sonido de la lluvia y el truene de los truenos que han desestabilizado la carrera en los dos primeros días. No hubo danza de la lluvia sobre la rampa la empalizada, solo una descarga eléctrica de vatios. Trallazos. El BMC se puso la pintura de guerra y avivó la subida con Porte, el australiano que pretende saltar sobre Froome como lo hizo en el Dauphiné. Porte mostró los incisivos y sus postura felina, esa que le acerca el pecho al manillar. “No fue un ataque premeditado. Los chicos me pusieron en una posición fantástica, me sentí bien, pero a 500 metros de meta estaba un poco alejado”, describió Porte, que sacó las garras para arañar segundos. El ímpetu de Porte lo pretendió Contador, que bamboleó los hombros muy cerca de la línea de combate hasta que entró en combustión la carrera y se le quemó el gas. “Ha arrancado Richie muy fuerte delante de mí; he visto que quedaban 700 metros, pegaba mucho aire, y he decidido que pasaran otros corredores porque se me podía hacer largo hasta meta. Yo creo que no tenía al final gas suficiente para atacar y mantenerme hasta meta”.

los favoritos, atentos El de Porte expresaba ambición y rabia. El australiano tocó la corneta. Quería la carga de la caballería en la primera chepa del Tour, al fin en el tendal de la ropa seca tras un par de jornadas girando en la lavadora. Contador mostró más espuma que oleaje. Se calentó pronto y tuvo que bajar las revoluciones. Su motor le pidió resuello. Espabiló Froome en el momento que debía, al lado de Thomas, el líder. “Estábamos un poco lejos en la entrada a la última subida del día y eso nos obligó a hacer un poco de trabajo extra para recuperar posiciones justo antes de que Porte atacara. A partir de ahí nos dedicamos a aguantar nuestra posición”, estableció Thomas. Ambos compartiendo sidecar del Sky, hermanados en la ascensión. Nairo Quintana se arrimó al británico, el imán de la Grande Boucle. “Hemos librado un día de mucho peligro”, apuntó el colombiano, que siente la ausencia de Valverde. Arremolinados los favoritos, no hubo desajustes. Todos reunidos, a dos segundos del estupendo claqué de Sagan.

Hasta que salió el espléndido arcoíris sobre territorio francés, el día amaneció en el brunch de Verviers, el pueblo natal de Philippe Gilbert. El recorrido conectó con el circuito de Spa-Francorchamps, donde descansa Eau Rouge, la curva más difícil, un giro que hay que tomar a fondo y cerrando los ojos, confiando en la trazada y el instinto. Con esa determinación partieron Politt, Brown, Backaert, Hansen, Hardy y Sicard en busca de aventuras en un día soleado que atravesó parajes de las Lieja, y saludó a Luxemburgo. Tres países en una etapa. Con el sol, el pelotón respiró cierto asueto, una cabezadita tras el duermevela que provocan las carreteras líquidas. Los fugados recibieron el beneplácito del pelotón, pero con reservas. Un sí pero no. Nunca tuvieron opciones los aventureros, ni cuando Hardy, Périchon, Calmejane y De Gendt se incrustaron a 35 kilómetros de meta. Se desgajaron mientras Bardet, que padeció un percance mecánico, se horneó durante un rato para contactar con el grupo. Enfocados ante la Côte des Religieuses, bizquearon las miradas, buscándose unos a otros. Se encontraron todos ante el arcoíris. Les deslumbró su visón, la de Sagan, que ganó a la pata coja.