SAN CANDIDO - Como si de la metáfora de su derrota se tratara, las puertas del podio se atrancaron cuando Mikel Landa asomaba a recoger la maglia azzurra con una media sonrisa colgándole del rostro. Feliz a medias. Amagaron las compuertas de la gloria para el murgiarra. Otra vez esquiva la victoria, como esas miradas que se cruzan en el metro y que tienen mucho de imaginación y menos de realidad. A la poesía de Landa, un ciclista heroico, egregia su figura, le derrotó la prosa. El murgiarra, un escalador sublime, tuvo que bajar la vista al suelo de Ortisei, otra vez torcida su exhibición por los cielos dolomíticos. Su paseo por las nubes, en una expedición con aspecto de gesta y piel de campeón, se estrelló en una curva trazada con el compás de la inocencia. A Landa, como le sucediera en Bormio frente a Nibali, se le cayó el festejo que tejió a través de las entrañas del Paso Pordoi, Valparola, Gardena, Pinei y Pontives, por una cuestión de geometría y cálculo. Dice la ley del sprint que, pase lo que pase, hay que colgarse de la chepa del rival. Landa, que corre a pecho descubierto, se resfrió en un final en el que se dejó la puerta abierta. El murgiarra descuidó una rendija. Por el ángulo muerto de la corriente se le coló Tejay Van Garderen, resucitado. Lázaro. Lloró el norteamericano, que se rompió por dentro. Un río de lágrimas le recorría el rostro rubicundo. Una avalancha de emociones se arremolinó en un palmo de Ortisei. Tan cerca de la euforia, a Landa le tocó mascullar la bilis de la rabia.

Luego, en el podio, agrietó la máscara de la derrota. El murgiarra garabateó sonrisas y enfocó el saludo. El ramo de flores lo lanzó para los familiares que le arropan con camisetas rosas en el Giro y que le han visto tan cerca de ganar, que no deja de ser un triunfador. Ese sentimiento de bienestar invadió a Tom Dumoulin, duro como las rocas de los Dolomitas en una jornada picuda, repleta de salientes, en la que alimentó la moral tras responder punto por punto a los desafíos que le plantearon Quintana y Nibali, dispuestos al entente para derrocar al gobernante de la carrera. El holandés, que es un Gary Cooper en Solo ante el peligro, el sheriff sin ayudantes, -su equipo se disecó en Valparola, desintegrado- sacó brillo a su estrella con un dominio absoluto del escenario. Dumoulin, Quintana y Nibali llegaron más revueltos que juntos a meta después del ataque crepuscular de Pinot, que persevera en busca del podio. Nibali no quiso atender al francés y tampoco se inmutó el colombiano. Pinot se merendó un minuto frente a la pasividad de los centinelas del holandés. Vista la quietud, Dumoulin arrugó los hombros después de negociar un relevo. Quintana no pestañeó. Nibali mantuvo la cara de póquer. Dumoulin, que es el que más ventaja dispone, no les entiende ni con el lenguaje gestual.

El de la Mariposa de Maastricht revolotea alegre. Sus alas se ven más rosas después de muscular su liderazgo en una jornada que el Movistar tejió el cuadrilátero. Ese espíritu de combate invadió a Landa, siempre en guardia. El murgiarra corre a toque de corneta y con el redoble de timbales. Obstinado, dispuesto para el abordaje, se enganchó a la marcha de los fugados, en la que también encendió la luz Omar Fraile, otro que se pasa el día en duermevela. Formada la escapada, Landa, el azul de monarca de las cumbres cubriéndole el deseo, gestionó magníficamente la gran evasión. Con un enorme Diego Rosa de sherpa, el murgiarra enganchó montaña tras montaña. En el skyline del Giro, Landa fue un rebelde con causa, donde la broca de los Dolomitas taladró voluntades a granel.

Dumoulin domina El amor propio de Landa es gigantesco, del tamaño de las montañas del Giro que tanto ama. Su carrera es la del amor infinito y en esta edición, por el momento, imposible. Landa, que no sabe lo que es la bandera blanca, se elevó sobre el palo mayor y envolvió con papel de regalo otra actuación para los arcanos. Gane o pierda, Landa permanecerá en el archivador de las emociones. Memorable Landa, timonel del ciclismo de antaño, cuando la épica vertebraba la vida en la carretera. En un ciclismo de ajedrez, Landa tiró el tablero para ser libre. Un Quijote que combate gigantes. Nadie en el Giro sube las montañas como el murgiarra, con la pasión agarrada en la parte de abajo del manillar, como si quisiera estrujar las gotas de cada momento. Rinde pleitesía el Giro a Landa, que le ama tanto que no le deja ganar. Las victorias dicen acomodan los estómagos y el mejor Landa es el hambriento. Al que le duelen las tripas del deseo. Indomable, Landa desgranó el grupo, un racimo al sol entre los Dolomitas, el ring de la supervivencia.

En esas está Dumoulin, con el equipo presente en el control de firmas. Después se desvanece. Nada que ver con el populoso pelotón que maneja Quintana. El colombiano envió por delante a Anacona y Amador, sus zapadores. Movistar movió a sus alfiles para tender la escalera a Quintana. El colombiano midió a Dumoulin en Val Gardena. Le tomó la temperatura. Se desabrochó por un instante Quintana y le siguió el juego Nibali. Dumoulin apuró la reacción. Con Quintana y Nibali a golpe de vista, sofocó el conato de incendio. Nadie está para incendios y las brasas no pueden con el holandés y su traje ignífugo. Arrestados los sublevados antes de coronar, Dumoulin, Quintana, Nibali y el resto de favoritos se citaron para la esgrima en la última cumbre.

Al portal de Pontives, la corona que se desplomaba en Ortisei, llegaron de la mano Van Garderen y Landa, que plancharon al resto. Atados en la misma cordada, Landa y Van Garderen tomaron vuelo. En el retrovisor, Dumoulin gestionó los tiempos en una arrancada sin pólvora de Quintana y otro empeño de Nibali. El líder resolvió con diligencia. Apaciguados Quintana y Nibali, Dumoulin jugó con sus voluntades con dos ataques burlones, con paradinha. El juego a tres lo aprovecharon los secundarios de lujo para ganar metraje. Pinot, Zakarin, Pozzovivo, Mollema y Kruijswijk se revolvieron en el desagüe de una etapa bella. Por ella pujaron Landa y Van Garderen. Al de Murgia le pudo el pasado. Se quitó el arnés de seguridad Landa y saltó al vacío. Sin red. Como le sucedió en Bormio, Landa no recortó la trazada lo suficiente y se le torció el triunfo en la última curva. Van Garderen le agarró el interior y le arrancó de la victoria para llorar a mares de alegría. A Landa le quedó el lamento.