gasteiz- Suele subrayar Mikel Landa en sus reflexiones ciclistas que a él le gusta atacar para ser feliz. Cuando lo dice le sale una sonrisa de niño que le encola irremediablemente con el sentido lúdico que para él tiene el ciclismo desde la infancia. De alguna manera, Landa compite más para el recuerdo y la cuneta que para el palmarés, que suele saludar porque es un portento que se expresa de fábula en las cumbres, la sede de su latido. En el corazón del Giro seguro que asomará como un neón rojo el arrojo de Mikel Landa, otra vez iluminado entre la luz cegadora de la grandes montañas del Giro, las que cincelaron mitos y leyendas. Como la de Coppi, la más grande de todas, a la altura del gigantesco Stelvio. Landa, -un ciclista singular, un dinamitero al que le entusiasma el ciclismo añejo y la ropa vintage-, honró a Il Campionissimo, siempre presente en el Giro. Ayer, su legado único, se posó sobre el Stelvio, la cima Coppi, la más alta, y por ella pasó Landa en primera posición dos veces. Un ciclista a la antigua. Doble Stelvio con hielo para Mikel. En la retina quedará impregnada la hermosa e inolvidable etapa que regaló Landa para la historia y que le colocó la maglia azzurra del líder de la montaña. El de Landa fue un relato majestuoso, repleto de intriga, épica, clase, ambición... Al que solo le sobró un lamento, la rabia del murgiarra golpeando el manillar en Bormio, atizando una derrota inmisericorde, un cruel giro del destino. En el último renglón le superó Nibali. Fue el epílogo agónico de una jornada bellísima y exuberante, solo posible en el Giro del centenario. Amor infinito.
La tappone fue una locura maravillosa, no solo por la rebeldía y el espíritu indomable de Landa, en fuga desde el Mortirolo, otro montaña a la que venerar, en la que también estuvieron presentes Igor Antón, tremenda actuación la suya; Omar Fraile, que dejó que Luis León Sánchez acariciara la memoria de Michele Scarponi, al que el Giro dedicó el Mortirolo; Gorka Izagirre, lugarteniente de Quintana y Pello Bilbao, esforzado en mostrar su perseverancia en carrera. El Giro entró en una nueva dimensión en su semana de pasión, un calvario que señaló a Tom Dumoulin, negado porque su organismo le detuvo en seco con el ataque de una diarrea. “En el descenso del Stelvio ya me sentía mal”, dijo lacónico el holandés en un día de “mierda”. Antes de la segunda ascensión al coloso, el líder, que había mostrado fortaleza y solvencia, tuvo que parar para hacer sus necesidades. Se desnudó en la cuneta, el pecho blanco, como la nieve del Stelvio. Allí se le congeló la carrera y la sonrisa, una mueca disgustada y contrariada en meta. Ni la ceremonia pudo reconciliarle el ánimo. “Estoy muy enfadado y muy decepcionado”, apuntó antes de subir al podio para vestirse de rosa después de una defensa heroica del liderato. Aislado por el tiempo que perdió por el apretón a un palmo del Stelvio, que aguardaba por la vertiente suiza, a Dumoulin se le esfumaron 2:16 segundos de la ventaja que lucía rutilante el día de descanso. Ayer no tuvo resuello. Tampoco consuelo. Quintana, tercero, acecha al holandés a 31 segundos mientras que Nibali, en su enésima resurrección, entra en la pelea con 1:12 de desventaja.
la urgencia del líder El Renacimiento del Giro se produjo porque el organismo blanqueó a Dumoulin de mala manera. Jinete pálido. Hace 60 años Gastone Nencini ganó un Giro porque Charly Gaul paró para orinar. La urgencia del líder holandés fue mayor. No pudo aguantar los retortijones. Tiró la bicicleta y se fue a una cuneta a aliviarse. “Me estaba cagando”. Dumoulin se quedó entonces en la más absoluta soledad. Por delante, el grupo de Quintana y Nibali, no paró. Dejó que girara la rueda. No hubo una aceleración, -las energías parpadeaban en el sótano de las baterías-, pero tampoco se paró como cuando Dumoulin tiró de la maneta para facilitar el regreso de Quintana cuando este se cayó el domingo en el descenso de San Salvatore. Bahrain y Movistar silbaron, disimularon, y el líder tuvo que emprender una persecución por el mastodóntico Stelvio cuando Zakarin prendió la mecha. En una montaña de pura supervivencia, Dumoulin se agarró al orgullo de campeón. “Solo me quedaba pelear y pelear”. El holandés apeló a sus entrañas, las que le traicionaron, para no dejarse derrotar después. Elevó el mentón y guerreó por cada segunda en una ascensión homérica. Corrió con las tripas. Ulises hacia Ítaca.
En el viaje a la Luna, a más de 2.700 metros de altura, la nieve del invierno aún repantingada en la primavera del Stelvio, Landa orbitaba con la fe ciega de las misiones espaciales recordando que en 1975, Paco Galdos, un paisano, había dejado su huella en la cumbre mágica. En el sueño que perseguía Landa, el de Murgia se deshizo de Kruijswijk, Birt, Amador e Igor Antón, los partisanos que habían resistido en unas montañas capaces de derribar cualquier ejército. El interminable Stelvio es un asesino que dispara con silenciador y asfixia con corbata de seda. El paraje es bello, desquiciantemente hipnótico, pero muy cruel. El Stelvio empequeñece al ser humano a una escala insignificante, lo miniaturiza hasta caricaturizarlo. Landa, armado con el valor de los exploradores y las piernas de un cíclope, se adentró al más allá. El Stelvio aplaudió el coraje de Landa, repleto de agallas. En una ascensión que deshabita el alma de los cuerpos, que despega la piel de los huesos, Landa perseveró. Dumoulin, solo y en silencio, boxeó la montaña con entereza. El líder, sin ninguna mano amiga tras la dimisión de Ten Dam, fue cediendo en la cara amable del Stelvio, si es que la tiene.
el asalto de nibali Quintana, Nibali, Pozzovivo y Zakarin se enrolaron para astillar a Dumoulin, que no se desquició a pesar de que su situación invitaba a apretar el botón del pánico y tirar de la cadena del váter. El holandés, que había sostenido la mirada a Quintana y Nibali mientras no le acosaron los problemas intestinales, decidió sufrir. Dio sentido a su defensa numantina en cada pedalada a pesar de que Nibali, con su despegue, en el que se llevó a cola a Quintana, le exigió al límite. Le arrastró a los confines del dolor. Landa, agotado, las piernas duras y los pulmones suplicando refrigeración, también se movía por la cuerda floja, desencajado el marco de su rostro por un esfuerzo conmovedor. Coronó el reverso del Stelvio con una pizca de segundos sobre Nibali, que le alcanzó en el tobogán, en el que Quintana perdió contacto con el siciliano, un maestro del rápel, capaz de brincar en plena bajada para evitar un corrillo de agua. Dumoulin, sin referencias, palpaba la bajada para seguir siendo rosa.
Landa y Nibali se retaron en Bormio entre curvas y ánimos en una desenlace propio del motociclismo. Landa fue el primero en abrir gas. Allí derrapó su triunfo, al darle la espalda a Nibali. En la última curva, Landa trazó un poco largo. El siciliano se pegó al vallado y acortó para acabar con la sequía italiana en el Giro. Esa maniobra le dio la ventaja para batir a Landa por media rueda. Después, entró Quintana. El reloj comenzó a contar los segundos a Dumoulin, que frenó la guillotina sin que rodara su cabeza en el Giro, que se aprieta el día en el que Landa homenajeó a Coppi.