bilbao - A Mikel Larunbe se le escapó la final del Parejas de entre los dedos como si se le hubiera roto un reloj de arena. Los cristales anunciaron tambores de guerra, la sangre se filtró y el olor atrajo a las bestias, a Iker Irribarria y Beñat Rezusta. Le llamó. Se les afilaron los dientes, el estómago empezó a pedir su ración y el aroma cedió al tiempo del tiburón, al que le dicen vil y matón por genética, pero la realidad es que su voracidad viene impresa en sus genes. Ya nació así. El regusto sedujo a los de Aspe y condujo el camino de la txapela por océanos de trabajo, poco experimento y mucho músculo, en los que un brioso Rezusta, de zurda nerviosa, aliento largo y electricidad en un armazón de atleta, asomó protagonista absoluto. El guardaespaldas de Bergara, de perfil extraño pero eficaz, capaz de mandar con una sola mano, capaz de arreglarse dieciocho jornadas de batalla sin sacar la navaja suiza, sin explotar una diestra con la que en los entrenamientos luce, fue el más hambriento de la cita. Fue el más lanzado a por la sangre en una masa de músculo, todo piel y hueso, todo furia, dispuesta a tragarse a Larunbe. Una anguila de mano arrebolada, venenosa y pegajosa cercenó el partido y sus esperanzas. Al galdakoztarra se le fue la final entre los dedos. No tuvo una buena tarde y se la amargaron aún más. Las rosas también tienen espinas.

La clepsidra amargó al vizcaíno cuando el 13-12 coronaba el frontón Bizkaia de Bilbao y dos propuestas distintas arribaban a la cita. Por un lado, los guipuzcoanos asomaban serios y en una versión conocida: ni seda ni laboratorio. Abrieron la fábrica de martillos. Bum. Bum. Bum. Oinatz era el terror conocido, el hombre del alambre, el funambulista de brío y bullicio. Bengoetxea VI es el conductor de la montaña rusa. Oinatz era el hombre a evitar. Un mal compañero de trinchera. La cuestión, pragmáticos, era incomodar su presencia y abaratar costes civiles. En definitiva, que Larunbe cayera de servicio.

La idea de sus contrincantes era otra: arte, ensayo y entretelas. Puro delirio. Vacaciones en un volcán. Artificieros en un campo de minas, Oinatz se vio talentoso y enchufado, todo chispa en movimientos y sacrificio, y Larunbe, a pesar de su carácter autocrítico, enderezó varios pelotazos de genio, pero la incertidumbre le hizo naufragar en un mar de dudas. Aun así, la fotografía era de revolución.

Y es que, en sensata rebelión, de ánimo incendiario, como las declaraciones que precedieron la tormenta, un ciclón de críticas al material, Bengoetxea se puso el mono de trabajo. El leitzarra, cerebro de artista y antebrazos de peón, trató de desatascar la final del Parejas armando de paciencia a Larunbe y marcando territorio cuando alguna pelota se le acercaba al morro. Los colorados iniciaron la cita con las ideas claras pero la pólvora mojada. Rezusta, el péndulo del reloj, el metrónomo, la brutalidad vestida de regularidad, se destapó incómodo, con las piernas de palo. El de Bergara no se puso bien a la pelota. Pero, en la batalla particular, tampoco Larunbe amaneció claro. Se le zurcieron nubarrones en la quijotera. Los buenos pelotazos, que los tuvo, se le acomplejaron por algunos errores a la hora de administrar el golpe: escapadas, fallos a la hora de encontrar la pelota? Y los de Aspe levantaron un 1-3 de salida con una tacada de tres tantos, donde se vieron cueros que andaban hasta cuatro cuadros. El de Galdakao sufrió. Las dudas le llamaron a la puerta. La tensión de una primera final pidió peaje. El duelo apuntó a colorado por sensaciones.

Aun así, Bengoetxea VI -el manista más brillante del partido- tuvo arrestos para atarse al telón. Oinatz comandó a Larunbe y le dio protagonismo, trabajando en el resto y asumiendo riesgos. Jugar siempre con el gancho es muy complicado contra un combinado superior en pegada, pleiteando en base a su pegada, descendientes de Darwin, de las reglas de la selva. La épica, aun así, le guarda un as en la manga a la canalla. La historia lo dice: hubo un James Douglas en Japón ante Tyson, todo lo largo que es, en la lona mientras las apuestas cantaban 42 a 1; hubo un Ivanisevic en Wimbledon mientras Patrick Rafter no se creía que un wild card fuera a llevarse el título, y hubo un Urrutikoetxea en Bilbao ante el todopoderoso Olaizola II, invitado a la gloria por una lesión del finalista, Oinatz.

Sin embargo, de lo que no saben las historias es del olfato de los tiburones ni de rodillos. Rezusta se recompuso sin errores tras el 6-6 y no quiso más guerra. Olió la sangre. Se le estimularon las papilas gustativas y la propuesta dejó al navarro seco y a Larunbe derrotado, en una segunda parte de la final en la que los errores le robaron la confianza y le desangraron el júbilo.

Se escaparon los colorados hasta el 12-7. Y Bengoetxea tomó el mando. Se puso a sacar del txoko, quiso cambiar la tendencia y la cosa se puso bonita. Con las pelotas del combinado de Asegarce, Larunbe encontró un respiro y los de Aspe no saltaron al rematador de Leitza. El navarro se puso valentón y el partido encontró igualdad. El público disfrutó en ese tramo. La tajada llegó con una verbena de paradas al txoko milimétricas y un ritmo descomunal. La magia de Oinatz fue un ariete. La falta de kilómetros colorados les pasó factura. El dueto, un binomio programado por Aspe como una exhibición de fondo de armario y fuerza -campeón del Manomanista y subcampeón del Parejas y mejor zaguero de la empresa en el mismo bando, demasiada tela que cortar-, vio las orejas al lobo. Un gran tanto, el mejor del partido, que acabó con un gran derechazo de Larunbe, anotó el 13-12 y abrió nuevas vías.

Después, la siguiente pelota de derecha se le cayó al vizcaíno. Y los zurdos vieron dónde estaba la brecha. Rezusta asomó reiterativo y violento, acelerado, bien acompañado por un Irribarria serio, y Larunbe se vino abajo. El galdakoztarra terminó la cita con once yerros y el gesto lívido. No hubo experimentos. Solo músculo. Oinatz quedó fuera de la cita. Los guipuzcoanos aplicaron el rodillo, sin arte ni ensayo, y se llevaron la txapela.