El ciclismo es ligero. Siempre a dieta. Los cuadros son de carbono. Peso de papel, resistencia de acero. La ropa, un celofán de colores. El casco, duro, pero liviano. Las gafas, una colección de plumas. Los ciclistas, piel sobre huesos, desean ser pájaros. El jueves a media mañana, en esa hora indefinida, -un madrugón para los poetas y bohemios, una invitación al hamaiketako para quienes vieron levantaron las persianas del sol-, se posan Igor Antón (Galdakao, 2 de marzo de 1983) y Pello Bilbao, (Gernika, 25 de febrero de 1990) -dos colibríes, veloces, delgados y ágiles-, sobre el nido de Aia, un pueblo engastado en la montaña. Respira Aia entre paredes en las que se estampan los ciclistas. Aia es la cabeza de un alfiler construido sobre muros imposibles y empalizadas de cuello largo. El día es pintón. Los pájaros no cantan porque quieren contemplarlo. El cielo, de intenso azul, rasgado el lienzo por los arañazos de alguna nube que se estira como la estela que dejan los aviones; la temperatura ideal y el sol expansivo abren el estómago de los dos corredores que se refrigeran en una cafetería, el check point para el rastreo de la tercera etapa de la capitalina Vuelta al País Vasco, la que transcurrirá entre Gasteiz y Donostia el próximo miércoles.

El avituallamiento es un asunto serio para los ciclistas. Ya lo decía Rafa Carrasco, director del Kelme. “Ganes o pierdas, pero con la tripa llena”. Antón y Bilbao vienen danzando desde Santa Ageda, un puerto con nombre de mártir y mirada torva. Gesto adusto. Ceño fruncido. El ciclismo y el sacrificio comparten colchón. “Es duro, pero está muy lejos de meta”, describe Pello Bilbao. Después del bocado de Andazarrate, una subida que acumula semáforos provisionales, peones camineros y maquinaría dispuestos para atusar la carretera y maquillar la cuneta para cuando pase la carrera, se adentran Antón y Bilbao en la liturgia del desayuno. El tentempié incita a la reflexión, a sentarse y hablar mientras el cuchillo extiende mantequilla y mermelada sobre una tostada teñida de aceite que humea calor. El café con leche resalta el momento como un neón. La comida bien merece una charla. Pello Bilbao e Igor Antón tienen sed y hambre. Las series del entrenamiento, esas que susurra el potenciómetro, queman energía, pero no apagan el incendio de entusiasmo que emana Antón, que con los ojos, gesticula con la mirada y modula la voz con las pupilas.

“Yo la subida a Igeldo la conozco, pero fui en coche. Hay un hotel muy chulo, con spa. Y dan un desayuno muy bueno”, descerraja Igor Antón, un enamorado de su profesión. Frente a él sonríe Pello Bilbao, recogido sobre su maillot azul del Astana, donde debuta. El gernikarra comparte excursión con Antón, dispuestos ambos a reconocer el remate de la tercera etapa de la Vuelta al País Vasco. “La etapa es un sube y baja constante”, descubre Bilbao. “Se irá a latigazos”, calcula Antón, que siente pasión por una carrera que, sin embargo, nunca ha mezclado del todo bien con su almanaque y su organismo. “Entre finales de marzo y abril siempre me falta un puntito y en esta carrera, si vas al 80% no hay nada que hacer”, dice con el sosiego que ofrece la experiencia. “Eso está claro, aquí la gente viene a tope. Si no estás así, sufres, más en un terreno sin descansos, en los que no se para”, agrega Pello Bilbao, que trata de enderezar su inicio quebrado. La caída en Abu Dhabi le trastabilló el arranque. Su cuerpo se lo recordó. Una amalgama de dolores le colocó una mueca. “En Catalunya no pude estar como me hubiera gustado a mí”, apunta el gernikarra con la realidad dictándole el discurso.

Asumen ambos que la Vuelta al País Vasco -“a la que le falta un poco de dureza, una etapa como la de Garrastatxu del año pasado o algún muro”, estima Antón- les servirá como pértiga para otras citas con más jerarquía a lo largo de la campaña. “Quiero estar en el Giro, y supongo que Pello también quiere entrar en el equipo para ayudar a Aru. La Itzulia nos servirá para ir cogiendo ese punto necesario”, explica Antón. “Aquí hay que estar al 100% si quieres hacer algo”, considera Bilbao, que miraba con ojos enamorados la Itzulia hasta que se fue al suelo en el desierto y desde entonces persigue un espejismo. “De todos modos iré como capitán del equipo y tengo mucha motivación para correr aquí. Siempre me ha gustado esta carrera”. El café con leche se abre paso en la conversación y las tostadas son una especie en peligro de extinción. Mientras tanto, fluye la charla, que gira sobre los socios del club de la lucha por la corona en Eibar.

atención a Henao e Izagirre Además de la esperada esgrima entre Valverde y Contador, que se retaron en la Volta a Catalunya, donde Valverde devoró al madrileño, Antón apuesta “por la fortaleza de Sergio Henao”, ganador de la pasada edición de la París-Niza y un habitual del podio en Euskal Herria. La contrarreloj final de Eibar, -27 kilómetros y Karabieta como paso fronterizo-, animan a Pello a pensar en la figura de Ion Izagirre. “La contrarreloj es su fuerte. Además tácticamente es muy bueno. Sabe estar en el momento exacto”. “Sí, interpreta muy bien las circunstancias de carrera y sabe pasar desapercibido hasta el instante preciso”, suma Igor Antón, que cree que la crono también favorece a Contador respecto a Valverde, “sobre todo por la distancia. Alberto le puede hacer daño”. El nudo gordiano de la carrera se concentra en Eibar. La subida a Arrate, -uno de los altares del ciclismo vasco, su santuario-, y la posterior lucha contra las manecillas serán el mazo del juez que dicte sentencia. “En Arrate es muy difícil hacer diferencias entre los mejores, aunque la subida por Matsaria lo endurece”, radiografía Pello Bilbao. “Se hará una selección, pero poco más”, indica Igor Antón.

El galdakoztarra vive su segundo curso en el Dimension Data sudafricano, fuera de la zona de confort que le supuso su prolongada estancia en el Euskaltel-Euskadi, su hogar naranja, y su posterior acampada en el Movistar. “Me ha venido bien el cambio. Está bien salir de la burbuja y abrir la mente”, argumenta Antón. Pello Bilbao también se ha mudado. El gernikarra se mece lejos del edredón de casa. Alistado en el Astana kazajo, Bilbao se muestra “contento” por el cambio y también por el hecho de competir en un escalón superior. “Es todo diferente y nuevo para mí, pero eso también es bonito. Es un reto”. A partir de mañana, el desafío será otro, distinto, una carrera que ha alterado su perfil, menos afilado, más romo, aunque no necesariamente más aterciopelado. “Dependerá del ritmo al que se corra”, establece Antón antes de enroscarse sobre la bicicleta. Pello Bilbao le acompaña. Salen disparados desde Aia en un descenso cómodo, con buen asfalto y sin complicaciones que les enmarca en Orio, donde se mezcla el verde de la montaña, los árboles huesudos que salen del estado de hibernación, y el azul del mar, el olor del salitre, el Cantábrico de aspecto dulce y sonrisa azul marino.

el Test de Igeldo Desde Orio, el pueblo amarillo, el que rema por las calles, incluso desde las balconadas, se eleva la carretera que escala hasta Igeldo, un nombre asociado a las postales de la infancia. La montaña suiza que se desprende desde la terraza de Donostia por un tobogán en el que parece que uno va a perder la cabeza. Igeldo, un alto chato, no parece que pueda guillotinar a nadie a pesar de ser la sexta ascensión del día. “No es duro, pero según cómo vaya la carrera se hará más o menos selectivo. El grupo se seleccionará un poco y tal vez se pueda saber quién no está para ganar la Itzulia”, diserta Antón. El de galdakao enfurece las piernas, protegidas por perneras, cuando asoma el lomo el alto, de tercera categoría. Sube rápido, con la cabeza ladeada a la derecha, como esos toreros que miran al tendido. Baila sobre los pedales. Danza de guerra. Otra serie. Pello Bilbao pedalea sentado, acompasado. Espera a que el potenciómetro le dé la salida para dispararse. En el manillar porta una pequeña cámara, una Go Pro, para filmar cada recoveco del recorrido y mostrárselo después a sus compañeros de equipo. “Siempre ayuda conocer cómo es la etapa, visualizarla. Tendré que montar el vídeo después, eso ya será más complicado”, bromea. La tecnología se alía con la memoria. Es más fácil explicar algo que se ve. “A Igeldo creo que no llegará todo el pelotón, pero será necesario entrar bien colocado porque luego se estrecha la carretera”, desglosa Bilbao. La cámara ahorra misterios. Se desvanece la incertidumbre, el efecto sorpresa. El pase de la película se realizará para la audiencia del Astana para que les suene la carretera. El cascabel de la memoria.

Igor no graba el recorrido, lo pedalea con el chaleco abierto a dos hojas, extendidas las alas. “El mayor problema se encuentra en la estrechez una vez pasados los 500 primeros metros. Los siguientes 3 kilómetros son un continuo serpenteo”, establece Antón. Las horquillas son los colmillos que muerden en Igeldo, “que servirá para testar a los favoritos”. El puerto es sencillo de masticar salvo por la lengua de asfalto estrecha. Esa es su dificultad. “Obligará a ir bien colocado y eso siempre supone desgaste y nervios. Un esfuerzo extra”, analiza Antón, que toma sorbos de aire para oxigenar el esfuerzo. Pello Bilbao entra entonces en combustión y la ventaja de Antón se evapora en un alto de apenas cinco kilómetros. Adelantan a una pareja de cicloturistas, que se retuercen, ovillados por el esfuerzo de una cota que anuncia el descenso a Donostia y el cierre en el Boulevard, como en la clásica, después de algún tramo llano “que puede servir para recuperar posiciones”, resalta Pello Bilbao, que busca una fuente en cuanto hace cumbre. Agua para el gaznate. Solo hay columpios y extraordinarias vistas. Igor Antón y Pello Bilbao se despiden. Dan por concluido el ensayo de la etapa frente al hotel en el que Antón pasó una noche y se levantó feliz. “Se desayuna muy bien”, rememora antes del banquete de la próxima semana. Hambre de Vuelta.