Gasteiz - Le quemaba el brazo derecho a Oinatz Bengoetxea como si lo hubiera metido en aceite hirviendo. Era una tortura. No podía dar ni un pelotazo más, como él mismo reconoció después. Profeta del espectáculo, manista de instinto primario, de vísceras, el leitzarra actuó en el último remate con la conciencia de que iba a ser su último golpe. Morir o matar. Así quedó vista para sentencia la final del Cuatro y Medio. La última bala de su revólver. El antebrazo derecho era un volcán. Una cizalla. Y le dio tiempo, más tripas que conciencia, más dentellada que seda, a parar la pelota en el txoko. Y a rezar, para que la suerte del partido contra Mikel Urrutikoetxea, emparedado en el 21 iguales, se repitiera contra Jokin Altuna, la ambición en persona. La moneda salió en el aire y murió cara en el txoko.
Todo piel y huesos, con el brazo bloqueado, la mirada descoyuntada y el cerebro atropellado por las imágenes, el leitzarra levantó los brazos como los supervivientes en las grandes batallas: herido, pero ganador. A veces torcido por el vendaval, pero nunca roto. La virtud del junco. El aroma del forajido. La vida al margen de la ley. Espíritu más que cabeza. Manifiesto crepuscular al Cuatro y Medio. No se le puede pedir más a una modalidad nacida en el tubo de ensayo para igualar las citas y establecer un sistema de juego de ataque y defensa perpetuado tanto tras tanto. Ganó el título el de Asegarce y, con él, la Triple Corona.
La oda a la modalidad se tradujo en Oinatz, consumido al término, y un Altuna III contestón y con las botas puestas. No se arrugó el amezketarra, desbrozando una pose en la cancha pícara, descarada y ciertamente atractiva. Altuna III es puro veneno. Altuna III es electricidad. Altuna III tiene 20 años y se comporta como un veterano en diez mil batallas. Es otro deudor de la pelota más radical, esa que nace desde las tripas. El guipuzcoano se fue con la cabeza bien alta, anclado en el 21, despidiéndose de su primera final dentro de la élite manista. Jokin expuso que el futuro se le despliega por delante como una alfombra roja.
Pero el presente es el que da de comer. Y Oinatz se llevó un festín en la cancha gasteiztarra. Asomó con el freno de mano echado, esbozando una hoja de ruta muy diferente a la trazada contra adversarios de más golpe. El pelotari navarro se coronó en un partido en el que en muchos momentos tuvo que tirar del plan B: plantarse a bote. En definitiva, ser el más cuerdo entre los locos. Ya lo dijo. El joven de Aspe de aire fue superior. El enredador enredado. El cazador cazado. El espejo distorsionado. Ante el peligro de un Altuna III bien plantado en el aire, Bengoetxea buscó dotar de profundidad al juego, alargado los huecos y repartiendo leña. Le salió unas veces, otras no, y el duelo se dirimió en un cara o cruz.
Supo recomponerse el joven de Aspe a un comienzo dubitativo en el que se le vino el peso de una final encima. Piernas de madera y un golpe de realidad. 5-1 y 7-2 de salida. Olor metálico. Sabor a sangre. El saque del de Asegarce atragantó a su contrincante, que acabó encajando siete. Restando encontró la horma de su zapato. Fue lo que peor hizo en el partido el joven artista de Amezketa. Esa distancia parecía exponer al experimentado Bengoetxea a un paseo militar, pero no. Se le borró la sonrisa de tiburón al delantero de Asegarce por el principal arma de su adversario, quien bajó a la realidad para exponer superioridad en el juego de aire. Así, Altuna III se volvió un diablo. La red quedó tejida con tiento, encontrando huecos del leitzarra en defensa, moviéndole de un lado a otro.
Gigante se erigió de ahí hasta el final. Una tacada de siete tantos le impulsó hacia adelante. Jokin tiró de repertorio con el saque-remate e introdujo a Oinatz en una espiral negativa. Se fue 7-9. La búsqueda del navarro entonces se forjó en la trinchera. Igualaron a nueve y el talento del amezketarra se volvió a derramar: un dos paredes, un saque y un gran gancho. 9-12 al primer descanso largo.
un festín Y después se vino el éxtasis. Bengoetxea saltó a la cancha repuesto y con el guion establecido. Una estorbada en el tanto le devolvió el saque y la fe. Se puso 17-12 a base de abrasar a su adversario, que restó mejor en esos momentos. El toma y daca se personificó con el empate a dieciocho, al que llegó el amezketarra después de remar a contracorriente con un cortadón, un gancho y una volea. Se escapó con una dejada con efecto y encontró el 18-20 en un tanto interminable y precioso, en el que Oinatz acabó pidiendo oxígeno. El 19-20 fue una obra de arte. El leitzarra selló un sotamano al ancho que murió tanto y con el que Bengoetxea VI sacó músculo. Empató a veinte y se puso 21-20. Llegó el instinto. Las vísceras. Se la jugaron con dos narices al txoko los dos. Uno, con todo por ganar; el otro, sin nada que perder. Los regalos se sucedieron en un tanto enredado y que se llevó Altuna. Tras 300 pelotazos, el brazo derecho de Oinatz comenzó a arder y él, solo espíritu, supo reponerse. A base de sufrimiento y dolor. Era su última bala y cayó en el txoko. La estrella del campeón.