Hoy hace exactamente veinte años las calles de Vitoria se llenaban de júbilo como cada 4 de agosto, y era un día de felicidad para todos los vitorianos, que recibían a Celedón sin más preocupación de procurar no excederse en las celebraciones. Para todos menos para uno, porque en la otra punta del mundo, en el Estadio Olímpico de Atlanta, Martín Fiz lloraba desconsolado por haber perdido la oportunidad de su vida. “Hace veinte años para mí fue un completo fracaso”, recuerda hoy el atleta sobre aquel cuarto puesto en los JJOO de Atlanta’96. Sin embargo, el paso del tiempo parece hacerle ver aquel “fracaso” como algo meritorio: “Quedar cuarto en aquella Olimpiada es algo muy grande porque las medallas no las regalan”, abunda en conversación con este diario. Una oportunidad única de ahondar aún más en el Olimpo del atletismo español. En la disciplina del maratón, el equipo nacional estaba formado por el difunto Diego García, Alberto Juzdado y el propio Martín Fiz, que ya habían dado muestra unos años antes de su potencial cuando subieron al podio del Europeo de Helsinki en 1994. Dos años después, en cambio, no pudieron repetir la gesta en la capital mundial de la Coca Cola para sorpresa general. Un tiempo por parte de Martín Fiz de 2:13:20, algo inferior a un minuto respecto al primer clasificado, le dejaba fuera de la lucha por las medallas. “Quedé cuarto, el puesto más ingrato de todos”, recocería entonces el propio atleta, que llegaba a la cita americana con la vitola de campeón del Europeo de Helsinki (1994) y también en el Mundial de Gotenburgo (1995). Y es que con Fiz residían las esperanzas españolas de conseguir el preciado metal en los 42 kilómetros y 195 metros, algo que por el momento todavía no se ha realizado en unos Juegos Olímpicos y no parece avecinarse una ocasión igual.

Aquel 4 de agosto parecía el día indicado tanto para que el atleta y esta disciplina -por entonces en auge en España- dieran el golpe definitivo y se asentaran en la cumbre del atletismo nacional. Las previsiones daban al maratoniano alavés como favorito y parecía llegar con la preparación y estrategia adecuadas para lograr, como mínimo, el bronce. Pero aquel día todo falló y las previsiones saltaron por los aires. Tres hombres con aparentemente pocas opciones de ganar -Thugwane, Lee y Wainaina- se escaparon del grupo principal a los 31 kilómetros, aproximadamente, dejando atrás al resto de favoritos, entre ellos el propio Fiz. Este último, confiado en reservarse hasta el kilómetro 35, decidió esperar su momento, que nunca llegó. Los escasos 100 metros que les concedió en su momento se convirtieron por sorpresa en una distancia insalvable para el vitoriano, que así y todo fue el único que estuvo cerca de alcanzar a los tres medallistas. Cuando quiso darse cuenta de su error aún restaban cinco kilómetros pero ya era demasiado tarde. Sus sueños se esfumaban de la mano de un sudafricano, un keniata y un coreano prácticamente desconocidos. Fue un “pequeño exceso de confianza” que jamás se había pagado tan caro por parte de un maratoniano español, aunque estuviera justificado. Los que a priori eran los principales rivales del vitoriano como Fernán Silva o Domingo Castro se quedaron también en el grupo de atrás, rezagados. Nadie tomó en serió a los que tocarían el cielo un par de horas después: el que finalmente fue ganador del oro, el sudafricano Thugwane, con apenas dos victorias en toda su carrera, ambas en maratones menores; el keniata Wainaina, 18º en el Mundial del 95; y el coreano Lee, igual de desconocidos que el resto.

Sydney 2000 En ese contexto de carrera, la reacción de Fiz llegó tarde y jamás consiguió recortar la distancia de los tres medallistas en lo que restó de carrera. Así que llegó abatido a la meta, sabiendo que nunca tendría una oportunidad igual. “Era la oportunidad perfecta para conseguir algo de lo que muy poca gente puede presumir”, rememora hoy el corredor. “El tren olímpico solo pasa cada cuatro años y si no eres capaz de cogerlo una vez luego es muy difícil volver a tener opciones”, añade. Pero las tuvo. Cuatro años después, en Australia. En los primeros JJOO del siglo XX, que le pillaron con 37 años, quizá demasiados como para aspirar al podio pero suficientes como para proporcionarle un más que digno sexto puesto. De hecho, el veterano corredor no tenía pensado participar en un principio cuando fue preguntado al respecto tras el fracaso del 96. “Desgraciadamente han sido los últimos Juegos en los que he participado. Los de Sidney me pillarán muy lejos”, señaló entonces al diario El País. Sin embargo, y haciendo gala una vez más de su competitividad, el atleta tampoco faltó a la cita australiana. “Me quería retirar de la alta competición de una manera digna, y qué mejor forma de hacerlo que en otros Juegos Olímpicos”, asegura Fiz. En aquella ocasión incluso acabó sorprendiéndose a sí mismo, puesto que antes de la carrera solo pensaba en acabar con una buena posición, pero según iba desarrollándose se permitió el lujo de volver a soñar con la medalla. “Una vez allí me di cuenta de que volví a tener la oportunidad y estuve muy cerca de ello”, recuerda. Pero dada su mentalidad y sus capacidades físicas, más maduras que en Atlanta, el sexto puesto fue toda una alegría para el corredor. No se vieron esta vez lágrimas en el Stadium Australia de Sidney aunque la espina de los anteriores juegos seguía ahí. Siempre ha estado ahí, incluso ahora. Pero casi un cuarto de siglo después, el atleta ha conseguido convivir con ello. “Ya no hay ninguna posibilidad de arreglar aquello, la edad marca las pautas del deporte y de la vida. La única forma que tengo de olvidar es recordar que me dejé la piel en aquella carrera”, mantiene sobre la “ingrata” cita estadounidense.

Como no podía ser de otra manera, el corredor de 53 años celebrará este vigésimo aniversario corriendo, además de festejando la bajada de Celedón como todo buen vitoriano. Saldrá a entrenar exactamente a la misma hora en la que se dio el pistoletazo de salida aquel 4 de agosto pero esta vez sin lágrimas en los ojos: “Es tiempo de celebraciones, no de lloros”, insiste. Aun así, curiosamente, si a este competidor nato se le diera la ocasión de volver a repetir la carrera su reacción sería la misma, la de decepción. “Hoy en día, si continuase siendo el máximo aspirante a medalla me lo tomaría igual. Lo que sí cambiaría sería el planteamiento de la carrera, modificaría la estrategia para no caer en los mismos errores”. Unos errores que en su momento supusieron el palo más duro para esta leyenda viva del maratón nacional, pero que hoy en día servirán para alargar su sombra. ¿Cómo se vería ahora a Martín Fiz si hubiera conseguido el oro? Imposible saberlo, pero lo que sí se conoce es que la fiereza competitiva permanece aún en su cuerpo con 53 años. Alcanzar el cielo puede hacer a uno eterno, pero rozarlo lo volverá insaciable.