Ocurrió una noche de agosto de 2013, en el restaurante de un lujoso hotel de Baltimore. En un extremo de la mesa, Michael Phelps; en el otro, Bob Bowman. Llevaban tiempo sin verse, casi desde el día en el que los Juegos de Londres bajaron el telón y, con ellos, supuestamente, la carrera deportiva del mayor depredador olímpico de la historia. La separación se les hacía extraña a ambos, no en vano durante 16 años, prácticamente a diario, nadador y entrenador habían compartido muchísimas horas de piscina, por lo que un buen día Phelps levantó el teléfono y concertó la cita. Pero el Tiburón escondía algo...

_ Quiero volver a nadar, me gustaría intentar clasificarme para otros Juegos Olímpicos.

_ No quiero volver a pasar por lo mismo. No podría, de ninguna manera.

Phelps sabía la razón por la cual su entrenador dudaba de sus intenciones, pero no abrió la boca.

_ Si vuelves por tus patrocinadores o porque no tienes otra cosa que hacer, cometes un gran error.

Phelps continuó mudo, por lo que Bowman volvió a tomar la palabra.

_ ¿Me quieres decir que tienes todo el dinero del mundo, toda la libertad para hacer lo que quieras, todas las opciones vitales abiertas ante ti y que nada, absolutamente nada, calma esa necesidad interior, ese vacío, que la natación sacia?

_ Sí.

_ Si es así y estás dispuesto a hacerlo de la manera correcta, apruebo tu decisión.

Un mes después, Michael Phelps volvía a las piscinas.

Un regreso complicado Esta conversación, desvelada en junio por Michael Ruane en un magnífico reportaje publicado en The Washington Post, acabó siendo el punto de partida hacia la quinta aventura olímpica de Michael Phelps, una singladura en absoluto sencilla. Con 18 medallas de oro olímpicas en su haber (22 en total), con 39 récords del mundo establecidos en su apabullante currículum y la histórica proeza de las ocho preseas doradas de Pekín’08, batiendo el histórico registro de siete que ostentaba Mark Spitz, el de Baltimore había decidido colgar el bañador en Londres. Su preparación para esa cita ya había sido problemática. Su dedicación no había sido tan exhaustiva como para Atenas’04 y Pekín’08, ciclos en los que su preparación había sido casi obsesiva. Comenzó a saltarse sesiones de trabajo, sus discusiones con Bowman, profeta del estajanovismo absoluto como única vía hacia el éxito, se fueron haciendo cada vez más habituales e incluso fue fotografiado en 2009 utilizando una pipa de agua para fumar. Sin embargo, se exprimió los últimos meses y acabó ganando cuatro oros y dos platas en la cita londinense.

Bowman tenía, por lo tanto, razones para dudar del camino de Phelps hacia Río. El nadador había intentado llenar su vacío competitivo pero nada saciaba su apetito. Había probado con el poker, una de sus pasiones; se hizo un habitual de los partidos de los Baltimore Ravens de la NFL... Su hábitat natural era el agua, ese era el medio que le permitía expresarse en libertad. Porque el Phelps competidor estaba mucho más estructurado que el Phelps persona, que necesitaba de su alter ego para sentirse pleno. Por eso prometió aquella noche de agosto de 2013 obediencia plena a Bowman. Lo harían a su manera...

Pero no. Phelps quería regalarse sus quintos Juegos pero también quería vivir, distraerse, encontrarse como ser humano y utilizó el alcohol y las noches de fiesta como forma de expresión. Y comenzó a saltarse sesiones, a pasar incluso periodos de cinco días sin saltar a la piscina... hasta que tocó fondo la noche del 29 de septiembre de 2014. Phelps fue detenido por sobrepasar el límite de velocidad con su Range Rover blanco y dio positivo en el control de alcoholemia. La federación estadounidense le sancionó seis meses sin competir y le dejó fuera del equipo para el Mundial de 2015 y la Justicia le obligó a someterse a una tratamiento de desintoxicación.

la chispa necesaria Y fue precisamente allí, en la clínica de desintoxicación de Phoenix donde permaneció seis semanas recluído, donde encontró la motivación necesaria para regresar a la senda correcta y volver a poner toda la carne en el asador de los entrenamientos. En 2015 tuvo que ver por televisión el Mundial y tragar sapos cuando alguno de sus rivales, como Laszlo Cseh, aprovechó su ausencia para sacar pecho. Craso error, porque la respuesta del de Baltimore llegó escasos días después en los Nacionales de San Antonio, cuando ganó los 100 y 200 mariposa y los 200 estilos con los mejores registros del año.

Quedaba claro que el de Baltimore estaba de vuelta. “Vuelvo a ser como un tiburón que huele la sangre en el agua”, lanzó en marzo de este año, palabras que respaldó posteriormente en los trials estadounidenses con sus triunfos en 100 y 200 mariposa y en 200 estilos. Serán estas tres, y los relevos que escoja, las pruebas en las que nadará en Río de Janeiro y no le faltará competencia en su objetivo de reverdecer viejos laureles. En las pruebas de mariposa se tendrá que ver las caras con dos viejos conocidos como el sudafricano Chad Le Clos -ya le arrebató el oro en Londres por cinco centésimas en la distancia larga- y el húngaro Laszlo Cseh, que se repartieron los dos primeros puestos el año pasado en el Mundial de Kazan, mientras que en la prueba de estilos se vivirá, probablemente, el último enfrentamiento en una gran competición entre Phelps y su gran amigo y rival Ryan Lochte, con el japonés Kosuke Hagino, autor de la mejor marca del año, al acecho.

Ledecky, un tsunami Y si para Phelps Río de Janeiro debe suponer, a sus 31 años, el epílogo a una carrera olímpica sin parangón, la cita brasileña debería ser recordada como la de la explosión mediática de Katie Ledecky. La nadadora de Washington DC sorprendió al mundo en Londres’12 cuando, a los 15 años y en su primera gran competición internacional, se colgó al cuello el oro en la prueba de 800 libres. Y no fue lo que hizo, sino cómo lo hizo, ya que dominó la prueba de principio a fin, acabó imponiéndose con más de cuatro segundos de ventaja sobre la segunda clasificada, Mireia Belmonte, y firmó el segundo mejor registro de todos los tiempos. Desde entonces, Ledecky no ha hecho otra cosa que agrandar su leyenda. En los Mundiales de Barcelona’13 consiguió un botín de cuatro oros (400, 800, 1.500 y 4x200 libres), mientras que el año pasado en Kazan fue un paso más allá al lograr cinco preseas doradas y convertirse en la primera nadadora de la historia en ganar las pruebas de 200, 400, 800 y 1.500 libres en una gran competición internacional. En los trials de este año ganó sin problemas las pruebas de 200, 400 y 800 -los mejores 11 registros de la historia llevan su firma- y habrá que ver qué pruebas de relevos decide disputar en la pileta brasileña.

Con Sarah Sjostrom, Federica Pellegrini, Leah Smith, Jessica Ashwood o Lauren Boyle o la propia Belmonte, entre otras, tratando de colocar piedras en el camino hacia la gloria de Ledecky en orden creciente de distancias, el mundo de la natación también asistirá expectante a las evoluciones de Missy Franklin en las dos pruebas individuales para las que se ha clasificado en Río de Janeiro, los 200 libres y los 200 espalda, ambas como segunda en los trials. Franklin fue la gran confirmación de los Juegos de Londres al ganar con 17 años cuatro medallas de oro y un bronce, dando continuidad a su explosión un año después en el Mundial de Barcelona con otros seis metales dorados. Sin embargo, una lesión de espalda frenó en 2014 su tremenda trayectoria y en los Mundiales de Kazan de hace un año sus dos únicos oros llegaron en pruebas de relevos (4x100 y 4x200 libres), mientras que en los 200 espalda solo pudo ser plata y en los 200 libres tuvo que conformarse con el bronce. La merma en su rendimiento unida al crecimiento de sus rivales (Ledecky, Sjostrom y Pellegrini en la prueba de libres y Seebohm, DiRado o Hosszu en espalda) hace que incluso vaya a tenerlo complicado para subir al podio.