eibar - En el pasillo de vestuarios del Astelena de Eibar, frío como una nevera, Iker Irribarria confesaba que aún no había asimilado la victoria contra Aimar Olaizola en cuartos de final y que se encontraba de golpe en una final del Manomanista. Lo decía con una sonrisa. Una sonrisa de acero, de tiburón, de animal carnívoro hambriento en busca de una pieza más grande. Ya tenía en el buche el billete para el partido más importante del año, tras partir en su primera participación desde la previa de Aspe, deleitando en cada instante con un poco más de músculo, encaje y, como ayer, un encuentro con la pelota de lujo. Y pensaba, también lo decía, en el siguiente paso. La nube se instalará en Arama durante dos semanas para que Iker sueñe todo lo que quiera. Lo hará con lana negra, lo hará con Mikel Urrutikoetxea, su adversario y campeón en liza, lo hará con el escenario a elegir, aunque apunta al Bizkaia pero puede variar al Atano III. Muchos, a partir de ayer, lo harán con él. La cátedra del Astelena vibró con sus zurdazos y los disfrutó con una tarde de bocas abiertas que tardará en olvidarse.

También soñará con él Oinatz Bengoetxea, un pelotari veterano, curtido en las más cruentas de las batallas, superado por la pegada de su contrincante y un material que le ayudaba a alargar un pelotazo ya de por sí violento y espectacular. Así, aunque planeó un juego el leitzarra de tipo listo, se le chafaron las ideas por el hipervitaminado brazo de Iker, demoledor. Oinatz lo hizo todo y varió en todas sus versiones el mano a mano, descubriendo virtudes en el juego, en lo que intrínsecamente es el juego, en la pelota a mano de escuela y tapias, mostrando lo bueno que es: los tantos más duros fueron suyos, varió los saques con ingenio, atropelló con dirección y fue capaz de mirar a la cara a Irribarria en cada golpe para leer su camino. Pero todo ello con su material; con el contrario, se convirtió en un recadista desgarrado al acecho de una oportunidad que no llegó tras la mitad del partido. La realidad fue esa: acabó trasquilado.

Ante la heterodoxia de Oinatz, más entero en la liza cuerpo a cuerpo, la ortodoxia de Irribarria, que se ató a una de las concepciones del Manomanista más atemporal y alejado de la actualidad: pegar y pegar. Sin experimentos, tampoco los necesitó. Excedente de gasolina. El poder, unido al dominio, fue la tónica que rompió la eliminatoria y devolvió a una modalidad tocada una pizca de novedad.

Aunque hubo más duelo que en el Bizkaia de Bilbao y la espectacularidad de los golpes del zurdo de Arama, el choque tuvo historia cuando la tuvo Bengoetxea VI. Después, el partido quedó descafeinado por la superioridad en la pegada de Iker, serio cuando pintaban bastos, y las alas de la salida de frontis.

Lo cierto es que la superioridad de Irribarria cristalizó desde bien pronto. Con el primer saque colorado, Oinatz anunció que iba a enredar el partido para ponérselo de cara. Se colocó con la pelota en la pared y sacó desde el txoko para buscar las cosquillas a su adversario. En ese primer disparo las encontró. Volvió a probarlo después del 1-0 y no hubo frutos. Lo que sí recibió fue una primera dosis de la vitamina del zurdo: un sotamano cruzado espectacular. Se largó el guipuzcoano a las primeras de cambio hasta el 1-5, imponiendo el ritmo con la facilidad para gozar todas las pelotas y alejar a su adversario. El alarde venía de lejos, ya lo dijo Iker: “Desde el siete no se pueden hacer milagros”. Oinatz solo pudo defender y recomponerse un poco.

Tras la primera brecha se aprovechó de su capacidad de sacrificio para resucitar y agobiar a Iker. Le salió bien. Sumó. Sacó del ancho, endureció el tanto y se sacó un voleón para acercar posturas. Después del 3-5, Bengoetxea VI tuvo que volver a poner la tienda de campaña en el siete. Y una tacada de cuatro tantos abrió una herida de difícil curación (3-9).

La diablura de Oinatz Pero nada es imposible para un manista de la talla de Bengoetxea VI. Serio y con genio, esperó su oportunidad remando a contracorriente. Tuvo una parada al txoko, cerró el tanto, cambió de pelota y anunció una revolución. ¡Qué mejor sitio que Eibar!

Entre el enredo y el delirio, el navarro buscó los pies a Irribarria, le movió y metió velocidad, prescindiendo prácticamente del juego a bote. Cambió cada postura, cada pelotazo. Jugó mucho. Empató a nueve y mandó 10-9. Un sotamano de zurda, errado, igualó el luminoso y cerró el partido. No hubo más oportunidades para Oinatz, que acusó también dos decisiones dudosas de los jueces en contra. Irribarria, con un golpe como un misil, le dejó sin opciones, destrozado, varado en el diez, inerme ante el vendaval. Metió cuatro saques Iker que le supieron a gloria y la directa al 22. El Astelena coronó rey al zurdo, mientras el respetable se rompía las manos ante la gran novedad. El Big Bang.