El fútbol moderno, que sí entiende de clases, que discrimina a unos y otros por cuestiones puramente económicas, aún tiene hueco para el romanticismo. Bien lo sabe el Atlético de Madrid, empeñado en los últimos años en romper el orden jerárquico del fútbol abrazado a una confianza ciega en sus posibilidades aun sabíendose inferior a muchos de sus competidores. La fe mueve montañas. “El corazón iguala el presupuesto”, dijo en 2012, en puertas de la final de la Supercopa de Europa ante el Chelsea, Diego Simeone, el artífice del resurgir colchonero. El Atlético, que de pobre no tiene nada, pues maneja un presupuesto cercano a los 200 millones de euros, ha sabido exprimir al máximo su inversión deportiva, haciendo buena la frase de Napoleón Bonaparte: “Para hacer la guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero”. También el Leicester, sorprendente ganador de la Premier League, ha sabido rentabilizar al máximo su diminuta inversión. Con un once titular barato, que apenas costó 30 millones de euros -entiéndase el contexto en el que se mueve el fútbol en Inglaterra-, el conjunto dirigido por el veterano Claudio Ranieri se ha ganado por méritos propios un hueco en la historía del fútbol mundial.

Una historia que firmaría para sí mismo el mejor de los guionistas de Hollywood, más propia de la ficción que de la vida real, pero que se confirmó hace siete días y se escenificó el sábado, en el King Power Stadium de Leicester, el estadio de los campeones y que, curiosamente, estrenó el Athletic en el ya lejano verano de 2002, cuando nada hacia presagiar un acontecimiento de este calibre. Desde 2010 el club pertenece al magnate tailandés Vichai Srivaddhanaprabha, el hombre detrás de la gesta. Un tipo feliz y con suerte que el jueves, tres días después de que su equipo se proclamase campeón de la liga inglesa, ganó la nada despreciable cifra de 3,2 millones de euros en un casino. Un buen pellizco que añadir a su fortuna, estimada en 2.500 millones, con el que podrá abonar los mercedes Clase B con los que premiará a su plantilla.

Un grupo de futbolistas anónimos meses atrás, con truculentas historias a sus espaldas y que han sido los artífices de un milagro casi sin parangón.

Jamie Vardy, el máximo realizador de los foxes, es todo un ejemplo de superación. Nacido en 1987, el atacante inglés, que tiene asegurada su presencia en la Eurocopa de este verano, se convirtió en profesional en 2012, cuando el Leicester apostó fuerte por él y, previo pago de un millón de libras, récord para un futbolista no profesional, lo fichó procedente del Fleetwood Town de la quinta división. En Segunda, con un contrato importante, la mala vida a punto estuvo de acabar con su carrera. Comenzó a beber e incluso llevó borracho a más de una sesión de entrenamiento. Una charla con Aiyawatt Srivaddhanaprabha, hijo del propietario, le ayudó a reconducir su vida. “Hablé con él y le pregunté: ¿deseas poner fin a tu carrera? ¿quieres seguir así? No esperes una buena carrera”, admitió hace algunas semanas. “Él entonces me dijo que no sabía qué hacer con su vida. Que nunca había ganado tal cantidad de dinero. Yo he invertido en ti. ¿Me vas a dar algo a cambio?”. Esas palabras le hicieron recapacitar. Se puso el mono de trabajo y hoy, a falta de una jornada para que concluya la liga, pelea por ser el pichichi de la Premier.

mahrez, la estrella A los goles de Vardy, 24 a día de hoy, Ranieri ha sabido acoplar la enorme calidad de Riyad Mahrez, sin duda alguna el futbolista más técnico y desequilibrante de la plantilla. El argenino llegó a la plantilla del Leicester en enero de 2014, procedente del Le Havre de la segunda francesa, se convirtió en una pieza clave en el ascenso ese curso y, por supuesto, este año también con sus goles y asistencias. Tanto es así, que ya le sitúan en la órbita de Barcelona o Manchester United.

Si Vardy y Mahrez son la magia, los goles y, en definitiva, la salsa del conjunto inglés, Wes Morgan y Robert Huth son la solvencia defensiva. El primero, el capitán del equipo, de origen jamaicano, nació en The Meadows, uno de los barrios más pobres de la ciudad de Nottingham. “Es un área complicada conocida por las drogas, el crimen y las armas. Mis amigos siempre estaban envueltos en aquello e iban a la cárcel. A mí me salvó el fútbol”, admitió el defensa en una entrevista.

Más normal fue la infancia de Huth en su Berlín natal. Fichado por Ranieri para el Chelsea en 2001, cuando apenas tenía 17 años. Suplente habitual, pasó por el Middlesbrough y el Stoke antes de recalar a préstamo en el Leicester en enero de 2015. Firmó en verano por los foxes y el técnico italiano le ha convertido en un hombre indispensable en el eje de la zaga, donde ha formado una dupla muy contundente y agresiva con Morgan. A la izquierda de ambos, Christian Fuchs, el austríaco que sueña en jugar en la NFL como pateador.

Curiosa es también la historia de N’Golo Kante, el centrocampista francés por el que suspira medio mundo y que recuerda por sus prestaciones a la mejor versión de Claude Makelele. Llegó el pasado verano a Inglaterra procedente del Caen de la Ligue 1 por petición expresa de Steve Walsh, uno de los ayudantes de Ranieri, y a pesar de las dudas del entrenador italiano, que dudaba de él por su poco altura (1,69 metros). El sábado, tras la celebración del título, Walsh sacó pecho: “La gente decía este año que jugábamos con dos en el centro del campo. Yo siempre he dicho que con tres, Drinkwater en el medio y Kante a ambos lados.

Y al frente de todos ellos, Claudio Ranieri, el técnico que fue destituido al frente de la selección de Grecia tras perder contra Islas Feroe y que con un fútbol poco vistoso, de garra, con balones en largo, puro estilo inglés, ha lleva a la gloria al Leicester.