Una de las primeras personas con las que hablamos preparando nuestro libro sobre Dortmund fue Gonzalo Antón. Entre las muchas cosas interesantes que nos dijo, resaltó la importancia del apellido Cruyff en el Alavés que se paseó por Europa. “Buscamos un empujón mediático y ese nombre resuena mucho en todo el mundo”, explicaba sobre la llegada de Jordi. Una de las cosas que más ilustra la aportación de El Flaco al mundo del fútbol es cómo se han llenado, de corazón y sin ningún tipo de postureo, los suburbios del reconocimiento a su legado. Cualquier excusa ha sido buena para ser partícipes del majestuoso recuerdo de Johan.

En ese extrarradio a donde, de manera directa o indirecta, llegó la aportación de Cruyff, se puede situar con orgullo el Alavés. Fue simplemente una cuestión genealógica y el lugar en dónde su hijo escribió su propia historia. “Cuando empecé a jugar lo tenía muy claro. De todos los futbolistas que ha habido en la historia, el 99’9% no han sido como mi padre. Era absurdo pensar que yo iba a serlo y nunca sentí esa presión”, me contaba Jordi un día. No debe ser fácil ser hijo de una leyenda, pero lo llevó con la naturalidad y franqueza que siempre caracterizó a su padre. Diez años después, Antón todavía recordaba el magnetismo de Johan en sus visitas a Vitoria. “Actuaba con total educación y discreción, pero todo el mundo sabía quién era”. Hasta el propio Madrid se ha rendido a su figura. En el fondo, tiene que agradecerle una empresa colosal y absolutamente trascendente en la historia y el relato del club blanco: concederle un rival a su altura. Un antagonista perfecto sin el que sería imposible un esplendor pleno.

Todavía hoy su credo futbolístico sobrevive a la perenne amenaza del mal llamado resultadismo, término que nada tiene que ver con el desarrollo del juego y que siempre se ha asociado a propuestas cicateras, expropiado para el proselitismo de entrenadores con más ruido que nueces. Incluso el Barcelona ha transitado ese camino durante alguna década que otra de indefinición, fagocitación de personal y aquest any si. Que no todo ha sido cruyffismo desde que puso un pie en el club como pretende contar la propaganda. Aunque a todos los niveles se encuentren ejemplos exitosos de equipos con trazos cruyffistas en los últimos veinte años, todavía hay quien tendenciosamente disocia belleza estética de pragmatismo futbolístico. Siguen empeñados en denunciar alguna suerte de incompatibilidad entre ganar partidos y títulos y divertir por el camino. Pocos equipos ha habido más organizados y más minuciosamente detallistas sin balón que el Barcelona de Guardiola o Luis Enrique, dos ejemplos de composición cartesiana y fútbol moderno. Probablemente el Dream Team de Cruyff era mucho más limitado tácticamente y seguro mucho más vulnerable que las actualizaciones que ha vivido su modelo en el Barcelona, siempre exponenciadas por la omnipresente e irrepetible presencia de Messi.

En una de las crónicas más casposas e infames que he leído, un fulano de Córdoba definió a Bordalás como “el mayor enemigo del cruyffismo” tras la brillante victoria del Alavés. Ni siquiera lo asocio con los Cappas o Segurolas fundamentalistas del dogma Cruyff. Este probablemente no pase de ser un cronista que se lleva medio texto escrito al partido. Lo que hizo Johan fue demostrar que había una vía alternativa y por lo menos igual de satisfactoria al músculo reinante en la época. Ni mejor ni peor. Por mucho que algunos se empeñen en hablar peyorativamente del fútbol de posesión y otros discriminen al que busca aplastar con el ritmo de alto voltaje, las transiciones rápidas y la presión alta. Una receta que en Córdoba volvió a plasmar el Alavés. Y joder si es divertida cuando se ejecuta como en la segunda mitad.