Probablemente, el maillot del campeón del mundo, anudado a ese espíritu vintage, lo viejo que es moderno, enraizado es su propia memoria, en su historia, sostenido por ese palmarés multicolor, sea la prenda icónica que menos ha alterado su diseño. La casaca blanca, rodeada por una franja multicolor (azul, rojo, negro, verde y amarillo), está tejida con oro puro. Para todos aquellos que no veneran las grandes vueltas, la de campeón del mundo es la túnica más cotizada, un título que llevar puesto durante todo el año. “El maillot arcoíris es muy deseado, por eso es tan complicado conseguirlo”, destaca Igor Astarloa, que se coronó en Hamilton, Canadá. En 2003 atrapó el Vellocino de oro. “Yo soñaba con ser campeón del mundo desde pequeño. Otros piensan en ganar el Tour, pero yo quería el maillot arcoíris”. Tanto lo quería que se enfundó en él. “Recuerdo que antes de la carrera le mandé una postal a Aitor Galdós diciéndole que tenía piernas para ganar”. La postal fue una premonición.

Introducirse en la piel que festeja al campeón del mundo, maillot que ha lucido Michal Kwiatkwoski hasta que hoy en Richmond se conozca al nuevo portador, exige algo más que una corazonada y una postal. “Es un carrera tan especial por tantos factores que hay que sentirla”, subraya Astarloa. A Igor, siendo joven, siempre le atrajo aquel maillot, un imán. Aproximarse a su campo magnético es, sin embargo, una tarea titánica que obliga a una configuración tremendamente particular por las propia naturaleza de la prueba, una elemento extraño desde su concepción. “Es una carrera rara porque de entrada, no corres con tu equipo, con tus compañeros habituales. Eres parte de una selección y en ella bien pueden estar los que durante el año serán tus rivales”. Adaptarse a ese paisaje es uno de los elementos necesarios para que el engranaje funcione correctamente, para que no chirríe. “Es fundamental que las cosas estén claras desde la salida, que se sepa quién es el líder, que la estrategia esté muy bien definida desde el comienzo, que cada uno tenga asignada una función concreta. De no hacerlo, se comenten errores”, argumenta Astarloa. De ese error de cálculo, de ese relación tirante entre Valverde y Purito, se benefició el portugués Rui Costa. “Hay que tener en cuenta que el maillot arcoíris es muy goloso, todos lo quieren, y los hay que no les hace mucha gracia el tener que trabajar para que luego lo luzca un compañero, pero que en el fondo, no deja de ser un rival el resto del año”.

Descartados los mundiales que son imposibles porque van en contra de las características propias del ciclista, resulta “imprescindible que ese día todo salga bien”, certifica Astarloa. El mundial, por anhelado, exigente y competido, niega a las medianías. “Es muy complicado que gane alguien que no tenga calidad. Tal vez un ciclista top pueda tener problemas porque esté muy vigilado, y no siempre gana el más fuerte, pero es seguro que no va a ganar alguien que no sea un buen corredor. Para ganar hay que llegar muy bien de forma”, determina el vizcaino, que en su día de gloria partió de un grupo en el que transitaban Bettini, Boogerd, Van Petegem... un collar engastado con joyas de varios quilates. “En ocasiones, las mismas estrellas se anulan, las unas por las otras. Luego está el control entre selecciones, y es ahí cuando corredores que no están marcados en las quinielas pueden tener su opción. Hay que jugar con el factor sorpresa”, determina Igor Astarloa, que asume que para ganar es necesario “tener el día de tu vida”.

Hacia esa jornada transitan una pléyade de estrellas, especialistas de todo tipo, que el recorrido y el ritmo de carrera criba sin piedad. El Mundial no hace prisioneros y el goteo de abandonos es una constante. Más allá del perfil y las condiciones meteorológicas, los Mundiales contienen sus corrientes internas, su naturaleza propia. “Son carreras con muchos kilómetros, te tienes que hacer a la distancia. Hay movimiento continuo, con mucha gente haciendo su carrera y eso desgasta. Hay que estar muy atento. Es fundamental el poder de recuperación, porque si no lo tienes, difícilmente puedas tener opciones”. Lejos de la jerarquía que se impone en las clásicas, donde los equipos poderosos establecen sus propias leyes, o del imperio de las Grandes Vueltas, donde es fácil saber quién manda, el Mundial se asemeja según Astarloa, a las dinámicas de las carreras de juveniles, menos encorsetadas, donde el caos se inserta en el espinazo de la prueba. “En juveniles se suele correr en pruebas en circuito, con varias vueltas, y donde controlar la carrera es muy complicado. En eso se parecen”, dictamina Astarloa que recuerda que esa clase de pruebas “se me daban bien”.

Un final complicado En Richmond, sobre un recorrido total de 261,4 kilómetros, 16,2 kilómetros cada giro, con un tramo de pavé y tres subidas en los últimos 3,5 kilómetros, puede convertir el Mundial en una prueba difícil de atar. Tanto la primera como la segunda subida se realizarán, en parte, sobre empedrado, llegando la segunda de estas a alcanzar un desnivel máximo del 20%. Serán ascensiones escuetas, pero broncas. La más larga apenas tiene 350 metros, pero su gran desnivel puede favorecer a los corredores más explosivos en ese tipo de terrenos. “El recorrido es más difícil que duro. Y dentro de lo malo, que no es el circuito idóneo para nuestros corredores, lo mejor es el final, con los tres repechos encadenados. La primera cuesta de pavés se pasa bien, pero la segunda es más corta y empinada y seguro que la carrera se rompe. Y luego llega el último repecho y sin descansar la meta. No hay tiempo para un reagrupamiento. Por ello, es seguro es que la carrera se va a cortar, que no va a haber una llegada masiva. ¿Cuántos? Pues depende de cómo se llegue a ese final. ¿Diez, veinte? Creo que incluso menos”, desgranó Javier Mínguez, seleccionador de España.

Ese final probablemente dificulte el control de cualquier selección sobre la prueba. “Si el circuito, como parece, no es muy duro, el abanico se abre, así que eso lo complica todo a la hora de poder controlar”, disecciona Igor Astarloa. El catálogo de aspirantes al cetro que deja Michal Kwiatkowski se presupone amplio. “Australia, con Gerrans y Mathews; Italia, donde Nibali puede ir por libre y ser peligroso, Alemania, con Degenkolb. ¿Greipel? Una cosa es lo que diga y otra lo que suceda, como vimos con Tony Martin. Incluso gente que corre en selecciones menos potentes como Sagan o Kristoff, seguro que siempre tendrán amigos por ahí”, describe Javier Mínguez. Con corredores veloces pero resistentes como Degenkolb, Kristoff, Sagan o Mathews, con francotiradores como Valverde, Gilbert, Van Avermaert, Stybar, Terpstra, Trentin, Nizzolo o Ulissi el camino hacia el título se presupone menos angosto. Tal vez no sea un desfiladero, pero solo uno podrá adentrarse en el arcoíris.

261,4 km

16,2 km cada vuelta