El alumbramiento del ‘Toquerismo’ me pilló en Bilbao. Ocurrió al final del invierno de 2009 y alcanzó su clímax aquella primavera. La noche iniciática del movimiento fue la semifinal de Copa del Rey en la que el Athletic eliminó al Sevilla y se clasificó para la primera de las tres finales que perdería en seis años. El fenómeno Toquero es uno de los más fascinantes de los últimos tiempos en el fútbol español porque no admite comparación. Jamás alguien tan alejado de los estándares del estrellato moderno consiguió esa preponderancia social. Su éxito humano fue el triunfo del antivedetismo. Todo en su irrupción tuvo un punto de extravagancia. El dos de la camiseta, su calvicie y la mítica historia de Caparrós cuando lo detectó en un barrizal de Sestao. Su derroche, su manera de jugar y la equivocada sensación de que casi cualquiera podría hacer su trabajo definitivamente ratificaron que había aparecido un jugador especial. Estaba tan poco programado para convertirse en un ídolo y ocurrió todo de una manera tan natural y genuina (y totalmente atípica), que a cada carrera se ensambló la comunión del jugador con la platea. Paralelamente, Toquero siguió siendo Toquero. Siguió en la lonja con sus colegas de toda la vida, jugando pachangas de baloncesto alguna vez y llenando la Cool de celebrities. El trasvase Bilbao-Vitoria y viceversa de deportistas de élite buscando fiesta daría para un libro, con prólogo de Benzema y epílogo de Farruquito en honor al coche aquel de McDonald y compañía. Hodge o Van Oostrum fueron asiduos de una discoteca latina que frecuentaba un amigo mío los domingos. Hubo un tiempo en el que no era raro chocarte en la Cool con Javi Martínez. Un campeón del mundo al lado de Toquero y mezclados con todo el mundo, incluido el Kan. Nada de reservados. No se si pagarían las consumiciones, como contó Jabois de Higuaín en un bar de copas del Paseo de la Habana de Madrid...
un rendimiento contundente Aquellos primeros tiempos y hasta la salida de Caparrós en verano de 2011, dentro de ese envoltorio de futbolista y personaje pintoresco, Toquero fue razonablemente productivo para un Athletic en crecimiento y que todavía no había explotado. Con Bielsa y Valverde su participación fue residual. Apagado el fulgor del ‘Toquerismo’, se llegaban a escuchar muchas cosas. Que era un jugador justito para la Segunda B, por ejemplo. Probablemente sin la aparición de Caparrós en su vida hubiera estado postergado a esa categoría, pero no por una cuestión de capacidad. Simplemente hubiera engordado la nómina de esa gran mayoría de jugadores a los que no les llega un golpe de suerte, La Oportunidad. Sí que pienso que en condiciones de mercado normales no hubiera tenido sitio durante seis años en un equipo que ha jugado cuatro finales, ha disputado la Champions League y ha sido casi perenne en Europa. La brecha de talento entre sus compañeros y él (Aduriz o Llorente, cuidado), su rol tan específico cuando jugó y su progresiva salida de la escena generaron una situación compleja a la hora de catalogar a Toquero como futbolista.
El tema es tan extraño que hablamos de un profesional que ha estado en el garaje de los 26 a los 30, los mejores años para la práctica del fútbol. ¿Qué se podía esperar de él? En el fondo nadie sabía muy bien qué estaba fichando el Alavés porque casi nadie conoce a Toquero en una situación normal. Su respuesta en el primer mes de competición ha sido contundente e invita a pensar sin miedo a equivocarse que es un jugador que va a marcar las diferencias en Segunda División. En cada partido da mucho más de lo que resta. Su privilegiado físico, unido a la quita de kilómetros de su carrera en el Athletic, es de vital importancia para el equipo en fase defensiva, pues es el encargado de iniciar la presión, y condiciona al rival por su poderío por alto y para generar segundas jugadas. En el área tiene instinto y funciona bien estando y llegando desde segunda línea tras trabajar como apoyo en la gestación de la jugada, aguantando la pelota, descargando a banda y apareciendo muy difícil de detectar. Además de la producción intangible, ya ha dejado dos goles y una asistencia, unas cifras que en proyección le pondrían entre los mejores de la competición a final de año.
Un jugador emocional Gaizka Toquero se ganó el amor de San Mamés y el respeto de la España futbolística por ser un héroe inesperado, por su carga emocional y por su humilde manera de interpretar el fútbol y la vida. Ahora se encuentra inmerso en un reto mayúsculo y con un proceso que nada tiene que ver. Ganarse el tratamiento de estrella de Segunda a base de liderar un equipo en el campo. Una empresa eminentemente deportiva. Vivir el ‘Toquerismo’ fue muy interesante y conocer al futbolista que había detrás del mito también lo está siendo.