En Pra Loup, desembocadura de la primera etapa alpina, se eleva un arco. Es una construcción simple, de cartón, caduca, pero muy visible. El recuerdo del confeti. La realización de la televisión francesa, el ojo del Tour, se entretiene un par de segundos en la leyenda que se inscribe en el arco al lado de la carretera. Habla sobre una historia de hace cuarenta años. Recuerdos en blanco y negro. El arco contiene una frase tan escueta como descriptiva. Una lápida. La tumba del Caníbal reza en francés. En Pra Loup se celebra la derrota de Eddy Merckx más que el triunfo de Bernard Thevenet, el hombre que arrancó al belga el sexto Tour, el que nadie ha conquistado jamás. Merckx, el más grande de la mitología ciclista, se quedó con cinco. Se lo recuerdan en Pra Loup. Una montaña antes, en el Col d’Allos, es probable que en unos años alguien festeje la caída de Contador. Tal vez en su honor, el Tour le diseñe otro arco, quien sabe si un memorándum o prefieran situarlo en Pra Loup. En Allos, Contador se fue al suelo cuando circulaba junto a Nibali, Froome, Quintana y Valverde. El percance borró cualquier opción del madrileño, -el culotte arañado en su parte derecha; el codo y la rodilla marcadas-, de buscar el triunfo en París. El sueño del Giro y Tour se convirtió en una pesadilla en los grandilocuentes Alpes. Ese mismo mal sueño atrapó a Tejay van Garderen, el quinto Beatle, el tercero en la general, que debilitado, enfermo, la salud hecha jirones, abandonó la carrera entre lágrimas y los abrazos de su equipo. Contador no sintió ese calor, el aliento amigo que necesitaba después de que una coz de su bicicleta le derribara de la montura. “La verdad es que se ha ido la rueda”. Con el resbalón de la rueda se le escapó el Tour. A Pra Loup, donde enterraron la colosal memoria de Merckx, Contador se presentó solo, aislado, herido en su orgullo, malquerido. No hubo consuelo para el madrileño, al que no le arropó nadie de su equipo en su calvario. Cada uno que cargue con su cruz. Solo Sagan, el hombre que le rescató en el pavés, su ángel de la guarda, ejerció de socorrista. Le prestó la bicicleta para que no perdiera más tiempo en el descenso. Primeros auxilios. Insuficiente sin embargo para una situación que exigía cirugía de urgencia; una sutura rápida y resistente porque Contador no tenía conexión con sus prójimos: Froome, Quintana, Valverde y Nibali, todo ellos en pugna por el cuadro de honor del Tour. “No vi la caída. Tensamos delante porque Contador es muy peligroso, no se le puede dejar nada”, advertía Valverde, que salta al tercer puesto de la general después del abandono de Van Garderen y aleja de su nuca a Contador, quinto ahora, a 6:40 del líder. Si el madrileño, que lo intentó en el despertar de la jornada, se había desprendido de la orla, mejor. “No es cuestión de si es mi Tour o no. El ciclismo es así y ya está”, simplificaba Contador sobre un incidente pésimamente gestionado por el Tinkoff, que tras la aportación de Sagan dejó al líder de la escuadra a su suerte. “Mala caída, muy tocado en piernas y brazo. De pensar en recortar tiempo a perder casi tres minutos y dando gracias”, confesaba en Twitter. Eso fue tras la etapa, en las redes sociales, donde la gente se comunica a borbotones.

¿Falta de comunicación? En el ciclismo de pinganillo, Contador quedó incomunicado. Él, su respiración y la carretera. Rafal Majka, que circulaba en un grupo delantero de esos que se crearon cuando se descompuso la fuga, no esperó a Contador. El ciclista polaco, ganador en Cauterets y uno de los hombres fuertes de la escuadra rusa, -ayer alcanzó la meta en 13ª posición- sostuvo que nadie le avisó de los apuros de Contador, único residente de la isla. La versión de Majka choca con la de su equipo. En Tinkoff mantienen que encendieron las alarmas y dieron la voz de alerta al polaco. Teléfono estropeado. Cortada la línea, después de colgar la bicicleta prestada por Sagan y montar en la suya, Contador se encaminó hacia Pra Loup. “He intentado adaptarme lo mejor posible para la bajada, una vez que he llegado a pie de puerto he vuelto a cambiar de bicicleta, he cogido nuevamente una mía y se trataba de minimizar la perdida hasta el último metro”. La lucha de Contador, masticando el chicle de su mala suerte y la incompetente administración de la crisis, se libraba pulgada a pulgada mientras el reloj, incorruptible, le pellizcaba. Hablaba solo Contador, un selfie de sufrimiento. El madrileño orbitaba a un viaje lunar de las cuitas de Nibali, Valverde, Quintana y Froome, desbocados hacia el desembarco en Pra Loup tras los forcejeos en el Col d’Allos por encarar el descenso con la mejor cara posible. En la loma de Pra Loup no había rostro más feliz que el del alemán Simon Geschke (Giant), barbarroja hipster la suya, gritando su victoria a los cuatro vientos, antes del llanto de la felicidad. Su magnífico triunfo, repleto de rebeldía y valentía, lo asfaltó en el llano que embocaba la carretera en Allos. Después aleteó con fuerza y energía para resistir en Pra Loup. En esa montaña que rinde culto a la claudicación de Merckx, se citó el club de los elegidos. La aristocracia se alistó a la esgrima con la intención de herir a Chris Froome, el amarillo que ayer se quedó sin el sidecar de Porte, Poels y Thomas, que no dieron señales de vida en Pra Loup. Quintana, al fin mecido por los Alpes, las montañas que más le estilizan, probó la calidad del forro que sostiene a Froome, el líder que nada, que solo bizquea para buscar a Quintana y coge aire metiendo la nariz en el potenciómetro. Eso relaja al británico, para el que los números son bocanadas de oxígeno. Su nutriente.

Probando a Froome Quintana, que responde punto por punto a la tipología de escalador puro, la vista al frente, la pose erguida, enchufó la lijadora con un par de ataques que pretendían dislocar a Froome. El repris del colombiano fue insuficiente para desgajar a Froome, sereno y firme. El británico, plegado a la Biblia de los datos, le tomó el rebufo sin alharacas cuando el colombiano trataba de fotografiar su perfil menos fotogénico. Quintana y Froome, que también aceleró, entraron esposados. El Tour es de los dos. Alcanzada la meta, se saludaron con un apretón de manos. Dos minutos más tarde, las únicas manos que atendieron a Contador fueron las de un miembro de la organización que aliviaba el esfuerzo de los ciclistas fatigados. Le empujó al llegar a meta en Pra Loup, donde el Tour rememora la caída en desgracia de Merckx. En el mismo lugar, en la misma cumbre, la tumba de Contador.