Aimar Olaizola es hombre de invierno. Nacido en noviembre, allá en 1979, su andamiaje es invernal. Fría es la testa, helada, su cuerpo es un témpano y su batalla, avalancha. Asume en su juego labor de quitanieves por la fortaleza que le viene de serie. Ya dice Mikel Urrutikoetxea, su adversario en la final del Manomanista que se disputará este domingo en el frontón Bizkaia, que “aunque él sea más mayor que yo, llevar a un plano físico el partido no me beneficia para nada. Todo lo contrario”. El armazón de Aimar, potente, musculoso, mezcla con el “ordenador” que califica un histórico como Atano X, quien revela que el goizuetarra posee una cabeza “privilegiada”, que le deja funcionar sin yerro en la más tensa de las tardes. De hecho, tal y como recuerda Luciano Juaristi, pocas veces no ha rendido el buque insignia de Asegarce en situaciones límite de manejo individual, haya ganado o no: contra Patxi Ruiz, en 2003, en su primer asalto a la txapela del Manomanista, se quedó en siete, lesionado el hombro y pasado San Fermín. La computadora de su cabeza le dice cómo afrontar la final, qué pelotas escoger en cada tanto, cuándo sentarse? Es pelotari. Es pelota. Es un científico. Es un estudioso.
Aunque se dijera que su forma de jugar estaba cincelada de forma inapelable para el Cuatro y Medio, en el que acumula siete txapelas en ocho finales -solamente derrotado por Juan Martínez de Irujo en la contienda del pasado diciembre con la tendinitis en el hombro pidiendo la factura a tres años de traqueteo-, la mirada del pelotari siempre se encuentra en el mano a mano, la modalidad reina aunque los tiempos le hayan arrebatado cierto público. No así su mística: la de la individualidad en 36 metros de tortura, el colorado anual y la desnudez física y técnica. El mano a mano tiene alma, arrojo. El mano a mano es de los valientes. De arrojo y mordisco.
Tardó Aimar en encontrarse en la distancia. Debutó en 1998 con abril ya empezado y, aunque en 2002 se coronó enjaulado y en 1999 había derrotado a Philippe Hirigoyen en la búsqueda del título de Segunda, no despuntó entre los más grandes hasta 2005. Tenía potencia, juego de sobra y a bote andaba bien, pero el Manomanista estaba dominado por tres astros: Beloki, Eugi y Barriola, de un año más, pero con un futuro increíble. Se cocinó a fuego lento Aimar hasta 2003, en el que alcanzó el encuentro por la txapela, pero en el último envite de la liguilla de semifinales, con la clasificación ya en el bolsillo, se rompió. La Liga de Empresas le esperó pasada la feria iruindarra. En el Atano III, recayó de la contractura en el brazo derecho a las primeras de cambio y Patxi Ruiz se llevó la txapela. Tardó dos años en volver a alcanzar una duelo por el título más importante del curso. Ya había irrumpido Juan Martínez de Irujo, que el año anterior le dejó en uno en la liguilla de semifinales y terminó ganando a Xala en la final. Un hito. En su primer campeonato. Debut y gloria. Siempre recuerda el de Ibero que aquel año su aita, que ejercía de botillero, y Jokin Etxaniz, técnico de Aspe, le decían que no jugara.
Desde 2003 hasta el momento, Olaizola II suma nueve finales en el zurrón y cuatro títulos (2005, 2007, 2012 y 2013), que podrían aumentar el domingo. Los corredores le dan favorito. 100 a 40.
En caso de victoria ante Mikel Urrutikoetxea, el goizuetarra alcanzaría a los otros cuatro mejores pelotaris de la historia en la modalidad, por número de títulos. Actualmente, el delantero navarro suma los mismos que Rubén Beloki y el legendario Mariano Juaristi, Atano III. No obstante, en la actualidad, Aimar Olaizola es uno de los manistas que más finales ha disputado del mano a mano, solamente superado por Julián Retegi, que disputó catorce y ganó once, y empata con el vizcaíno Hilario Azkarate, que estuvo en nueve y ganó seis.
Las tres marcas de la historia En los inicios de la pelota el Manomanista se disputaba bianualmente. Después pusieron su nombre en él pelotaris de la talla de Atano III, Gallastegi, Arriaran II, Barberito, Soroa, García Ariño I u Ogueta. Ninguno dominó tanto como el gigante de Elorrio, Azkarate. El gran vizcaíno midió seis veces su cabeza con la lana de campeón. Fue suyo el dominio de los 70, mientras un mundo de plomo se recuperaba de las esquirlas de la realidad. La generación campeona de la calle Erreka marcó un antes y un después, pero fue Hilario, el zaguero que ya es leyenda, quien fue el primero en ganar tantas veces el torneo más importante del curso.
Se acabaron los 60 y cambió el tercio. El vizcaíno perdió tres finales: una contra Jesús García Ariño, uno de los delanteros más exquisitos, y dos contra Atano X, cuyo soberbio análisis de Aimar es brillante, como él, que es genio y figura. La última fue en el 68.
Y llegó la revolución.
Nafarroa, olvidada en el primer escalón del podio, se ató a un habilidoso tipo de Igoa, el menor de quince hermanos, para ascender hasta arriba. Cuentan que Juan Ignacio Retegi se rompió el brazo derecho a los 6 años y que el médico -¡con qué mala idea!- le recetó que se apartara del frontón. Él, un chaval pizpireto, se puso con la izquierda y acabó zurdo pelotazale y diestro en el resto de cosas. Los 70 fueron suyos. Ganó seis txapelas y quitó a Azkarate la hegemonía vizcaína en la distancia. La volea fue una de las armas del que se dice que fue uno de los primeros atacantes totales en el mano a mano.
Pero Juan Ignacio tenía un sobrino, curtido en la cantera de mármol blanco de Eratsun, en la papelera de Sarrió y cortando árboles en Grenoble, al que apuntó de escondidas a un campeonato navarro cuando no superaba los 55 kilos y que acabó siendo el manista más importante de la historia. Aquel era Julián, que apenas jugó treinta partidos en aficionados para dar el paso a profesionales en 1974. Los 80 fueron suyos. También los primeros 90. Jugó catorce finales y ganó once: nueve de ellas entre 1980 y 1990. Una barbaridad. La última llegó en 1993. La ganó.
Irujo y Aimar, coetáneos Nadie mandó con puño de hierro como Juan Martínez de Irujo y Aimar Olaizola desde que Julián abandonó la disputa del Individual, quizás la modalidad más dura del curso. Solamente Rubén Beloki se acercó, con cuatro entorchados.
La circunstancia más llamativa es que los grandes campeones de la modalidad nunca convivieron juntos en finales. Se dividieron el pastel por décadas. Cada uno tuvo su momento. Cada dominio viene dado por el eclipse de una estrella y el nacimiento de otra, sin posibilidades de enfrentamientos directos entre ellos. Sí que es cierto que pelotaris de la talla de Ladis Galarza, Atano X o Lajos fueron los que pusieron oposición, pero nunca con la repartición tan exagerada de cetros como ahora.
Irujo fue la modernidad desde 2004. El volcán. En total, tiene cinco txapelas en ocho finales en cinco años menos que Olaizola, que puede empatarle el domingo. Ningún pelotari coetáneo se acerca ni de lejos a sus números. Aimar puede ser el quinto elemento. El último as para el repóquer.