aia - De las catacumbas al cielo en un viaje de seis días. Es la ruta que el destino trazó para Joaquim Rodríguez, negado un almanaque entero, glorioso en la Vuelta al País Vasco, una carrera de reencuentro para el catalán que ganó, ganó y ganó. Esa arenga de cabecera de Luis Aragonés: ganar, ganar y volver a ganar. Purito discípulo de sí mismo, se reconvirtió en ganador en tres actos: planteamiento en Zumarraga, bajo el skyline de La Antigua; nudo en Arrate, en el santuario donde halló la paz interior, donde se confirmó el retorno y desenlace en Aia, la postal de su gozo, el tacto de la txapela acariciándole, encuadrándole la felicidad, su infinita felicidad. Purito (Katusha), que nunca se fue del todo en el aciago 2014, pero que se desvió de su mejor versión, que debió atender un interrogatorio de sí mismo, hablar solo y responderse durante un curso, cerró el círculo virtuoso en lo más alto del podio. Para el emperador Purito el laurel de la celebración. Al éxtasis se subió Joaquim Rodríguez de un brinco, extrañamente vestido, con apariencia de astronauta. El casco abultado, su enjuto armazón, el cuerpo escueto, liviano, envuelto en un buzo blanco de contrarrelojista, su peor especialidad, que ayer fue la mejor. Un viaje a la Luna. Purito fue Neil Armstrong en Aia. “Este es un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad”, dijo entonces el norteamericano que clavó las barras y estrellas en la Luna. Joaquim Rodríguez, que tomó carrerilla en Zumarraga, su particular Cabo Cañaveral cayó de pie en Aia tras dibujar en el aire un triple salto mortal. Ingrávido, liberado de sus demonios, de los grilletes del maldito 2014, un año de plomo, grapó su estandarte en la majestuosa Aia.

Purito se doctoró cum laude sobre esa bicicleta que le produce sarpullido, que le manda sentarse cuando él quiere bailar sobre los pedales. El catalán fue Fred Astaire, un delicioso bailarín. El mejor de la pista en discoteca de Aia. Lo fue porque la etapa final de la carrera, igualados a tiempos Henao y Purito era una contrarreloj rara, singular, perfecta para Purito que en vísperas decía pensar en el podio más que en la victoria. Dos en uno, como el recorrido de la crono: un tobogán por el que deslizarse a toda pastilla y una chepa por la que trepar el Himalaya tuneado de Aia. El trazado de la crono era un descenso kamikaze que daba directo a un muro, donde se estampó el sueño del penúltimo líder, Sergio Luis Henao.

Su imagen, sentado, sin consuelo aunque recibía el apoyo de los hombres del Sky una vez apagada la carrera, le llevó a 2013, cuando Nairo Quintana le volteó la ventaja y se quedó con el triunfo. A Quintana, que también padeció los escarpados muros, que son dinamita, “demasiado explosivos”, según descripción del líder de Movistar, le apartó del podio Ion Izagirre, sobresaliente su actuación en Aia y en los días anteriores a la resolución de una carrera estupenda. ¿Qué hubiese ocurrido si Ion hubiera corrido mirándose el ombligo en lugar de ser un estajanovista de Quintana? La respuesta colgaba de la percha de Aia, donde Quintana finalmente salió del cajón para acabar cuarto en la carrera que le rotulaba en rojo.

emoción hasta el final De ese color, rojo vibrante, se pintó la resolución de la Vuelta al País Vasco, un serial absolutamente emocionante con un final que hubiera filmado Hitchcock. Hasta llegar al amarillo de Purito, a ese beso a una prenda sagrada para cualquier ciclista, la contrarreloj obligó a un ejercicio extenuante, a una adaptación al medio que Tom Dumoulin (Giant-Alpecin), -sideral su crono-, ganador de la etapa, y Purito, segundo para ser primero, realizaron mejor que ningún otro. Exigía el recorrido un vuelo. De arriba a abajo y viceversa. Para bajar una cabra, lastrada con peso extra, aseguró Purito y una bicicleta normal, la de carretera, para sobrevivir en la aguja de Aia, una vertical que es un martillo que clava corredores en un poco más de kilómetro y medio que muerde las piernas, astilla las fuerzas y envalentona el corazón. El contador de vatios, la biblia del nuevo ciclismo, su libro de cabecera, mejor no mirarlo para no deprimirse.

Joaquim Rodríguez, que atravesó 2014 sumergido en la penumbra, en la rabia, en el quiero y no puedo, metió el piñón 28, un desarrollo de bicicleta de montaña, para subir “de milagro” los últimos quinientos metros de Aia, explicó después de ganar. Transitó el catalán entre la fe y la revelación por el diabólico relieve de la Vuelta al País Vasco. Subir o subir era el único sustento en Aia. Después del cambio de bicicleta, imprescindible para encarar la arista, la Vuelta al País Vasco se desovilló en el muro. La carrera fluctuaba en un chasquido, tal vez un pestañeo. Henao y Purito, que viajaban en el mismo segundo, con Quintana para entonces borrado del jeroglífico, se subieron a un vis a vis. Izagirre, concluida la tarea aguardaba la tabla de tiempos después de componer una bella melodía que le sentó en podio. Encerrados en una ecosistema que se reduce a una pared, donde duelen los tobillos a los aficionados que esperan por lo escarpado del lugar, giraba la ruleta de la carrera a la que optó durante un trozo el barbilampiño australiano Simon Yates (Orica), que bajó en picado hasta que el redoble de Aia, ese leviatán, le baqueteó las piernas. Descontado Yates y aplomado Nairo Quintana, a Sergio Luis Henao le estaba amarilleando el tiempo mientras trataba de rastrear un punto blanco que crecía hasta convertirse en lunar. El recordatorio de 2013 estaba presente en su pedaleo. Al colombiano se le estaba poniendo borrosa la corona, cada vez más despejada para Purito, que desde su coche le pedían que lo diera todo. “Es no hay otra manera”, dicen los que se han enfrentado al monstruo.

el gran bocado Solo así se puede vencer esa empalizada, juez y parte de la Vuelta al País Vasco. La consigna era la misma para todos. Sin distingos. Izagirre, que hacía de liebre para Nairo Quintana, fue la referencia más válida para Purito, toda vez que Simon Spilak, su compañero, se enredó en cuanto bajo de la rampa. No había pedaleado diez metros y se bajó de la bici. Después, contrariado, nunca se agarró a la contrarreloj. Purito tampoco hace buenas migas con los relojes, pero en Aia ojiplático, completó su mejor obra. Ni él mismo sabía lo que estaba escribiendo. Seguía lo que había deletreado Ion Izagirre. El de Ormaiztegi señalaba las manecillas del que pretendiera ser campeón, toda vez que Tom Dumoulin, campeón de Holanda contrarreloj, era ya imbatible en el menú del día. El banquete por el que se desgastaban Henao y Purito era otro, más sabroso, más lujoso, más caro. Tres estrellas Michelín. En el muro, emparejados los tiempos, Purito, ave fénix, renacido de sus cenizas, ahuyentado los fantasmas que le ulularon un año entero, que le mandaron al diván de las dudas, vomitó su rabia. Pedaleó como la gravedad como si no hubiera mañana. Sergio Luis Henao comprendió que no podía contener a Purito, un volcán, la lava incandescente. El muro de Aia, tan firme, cuadrado como un soldado al que pasan revista, le arrancaba al líder los segundos que volaban al zurrón de Purito, acumuló trece de ventaja, para cerrar el círculo. El péndulo del tiempo, quién sabe si el destino, que le magulló en el pasado reciente, se decantó por el triple salto mortal de Purito, que ondeó en Aia.