Vitoria - Y el ángel de la guarda del deporte alavés colgó su bata. Más de tres décadas después de impulsar el prestigioso Centro de Medicina Deportiva, su arquitecto, Juan Gandía, cumplirá hoy su última jornada laboral como galeno en uno de los centros de referencia en medicina del deporte del Estado. Será el adiós voluntario de un pionero por cuyas manos han pasado la élite de las últimas décadas y también miles de aficionados que siempre buscaron en su experiencia y basto conocimiento una respuesta a sus problemas físicos. La marcha de Gandía deja cojo a un centro ahora sumido en un profundo desánimo, por más que desde el Ayuntamiento se busque aliviar la situación anunciando un próximo concurso que designará a su sucesor.
Sin embargo ya nada será igual. La sombra, y sobre todo el carácter, de 34 años de brillante gestión constituyen un muro de dimensiones considerables para quien tenga que asumir ahora dicha responsabilidad. Pero eso será ya otro cantar. Gandía cumplirá hoy con su jornada y a partir de mañana iniciará un breve descanso para “poner en orden” sus ideas antes de continuar con su vocación. Porque sí, a pesar de colgar el hábito público en la que ha sido su segunda casa durante 34 años, el médico ya ha anunciado que continuará con su labor desde la esfera privada. “Voy a replantearme mi vida profesional y seguramente seguiré ligado a la medicina deportiva, pero a otro ritmo más tranquilo”, explica a este diario.
Quienes le conocen, y son muchísimos deportistas de todas las modalidades, dudan en cambio de esta declaración de intenciones. Bien porque éstos seguirán llamando a su puerta a pesar de su jubilación, bien porque el propio Gandía, hasta cierto punto, es un enfermo de la medicina deportiva. En cualquiera de los casos, el anuncio de su despedida, que desde hace meses ha procurado llevar con sumo celo, causó ayer sorpresa entre algunos de los amigos a los que lleva años tratando. Eneko Pou, por ejemplo, recibió la noticia a través de DNA en Mallorca, donde estos días se entrena junto a su hermano refugiándose del temporal de nieve que azota Álava. “Para nosotros Juan ha sido como el ángel de la guarda, un referente que siempre ha estado ahí apoyándonos y cuidándonos”, valora el menudo escalador, uno de los miles de alaveses -se calculan unos 20.000- que habrán pasado por las manos de este traumatólogo, que aunque nació en Bilbao hace ahora 61 años siempre hizo gala de un alavesismo a prueba de bombas.
Su llegada a Vitoria se remonta al año 1981, cuando logró una plaza en el Instituto Municipal del Deporte, el embrión de lo que luego sería el CMD. Eran tiempos aquellos, recuerda el doctor, de cordura política y gestión ordenada en el campo del deporte. Años de referentes como José Ángel Cuerda, Juan José Urraca o Juanjo Nanclares, “gente que dejó mucha huella en el deporte y que siempre se mostró muy receptiva a nuestras propuestas”. Era “enorme” aquellos días el sentimiento de querer avanzar en este campo de la medicina deportiva y enorme también la visión de sus responsables municipales, que al poco encomendaron a Gandía la tarea de crear un centro que fuese referente.
Ya un tiempo antes el propio médico había mostrado su interés por un campo hasta entonces virgen en la medicina vasca. Una idea que carecía de referentes ni modelos que poder asimilar. De modo que una vez licenciado y logrado la especialidad en Traumatología por la Universidad de Navarra -más tarde añadiría otra muesca más en su curriculum con otra especialidad en Ortopedia de la mano del doctor Alfageme en Txagorritxu-, se buscó la vida para unir su pasión por el deporte con su carrera como médico. Y así fue como recaló ese 1981 en Los Ángeles para conocer el modelo americano y poco después en el Instituto de Colonia de Medicina del Deporte (Alemania) para iniciar el trayecto. De aquellas experiencias extrajo dos variantes que al poco trató de implementar en Vitoria, donde no existía nada parecido. “De un lado estaban los traumatólogos que se encargaban de la patología y de otro los que abordaban la fisiología o biomecánica, así que lo que traté de hacer fue integrar las dos cosas y ahí surgió un primer centro dedicado a la recuperación de lesiones y a la medicina preventiva”, recuerda hoy Gandía, que entonces contaba con la ayuda de tres enfermeras a las que más tarde se uniría otra más así como una empresa externa de refuerzo a cargo de Manu Goienetxea y el difunto Juan Luis Zunzunegi.
Y por ahí comenzaron a llegar los casos. En un lugar donde los pacientes se convertían en amigos y donde Gandía siempre actuó y trató a todos por igual. Una veces a gente anónima, otras veces a profesionales. Desfilaron así futbolistas como Ernesto Valverde o mitos del Baskonia como Hollis. También atletas como Martín Fiz, Maite Zúñiga o Carlos Sebastián, alpinistas como Juanito Oiarzabal, escaladores como los Pou o las Chicas de Oro... Surgieron también aquellos días estudios pioneros vinculados a la cardiología en el campo de los ochomiles o programas socialmente saludables y reconocidos contra la obesidad y el sedentarismo. Propuestas y caminos que, sin embargo, una política municipal profundamente egoísta y errónea en las últimas dos legislaturas terminó por enterrar. Una puñalada en el corazón del propio Gandía que ahora espera sea posible que cicatrice: “Si hemos dado servicio durante tantos años no existe ninguna razón para que el Centro lo siga haciendo. Ahora bien, antes deben saber a dónde quieren llegar”.
Referente. A lo largo de su prolija carrera profesional han sido cientos los deportistas de alto nivel -luego convertidos en amigos- que han pasado por las manos de Juan Gandía, algunos de los cuales están colgados en la pared de su despacho. Entre esa otra familia destacan Juanito Oiarzabal, Martín Fiz, los Pou, Maite Zúñiga, las Chicas de Oro (Atlanta 1996), Josu Feijoo o Carlos Sebastián.