Dominio Titín
DNA recorre las calles de Tricio y pulsa el testimonio de varios paisanos muy cercanos al delantero riojano
Tricio - Miguel Muntión da en el clavo. Lo repite y asimila sus razones. “Alguien dijo que Titín es un conjunto armónico de imperfecciones”, revela el expelotari profesional y exintendente de Aspe durante una década. Lo dice sentado en el estanco que regenta en Tricio, el pueblo de Augusto Ibáñez Sacristán, de Miguel y de un montón de pelotaris. No en vano, la localidad riojana llegó a ser la más prolífica en manistas profesionales junto con Azkoitia.
Titín es Tricio y Tricio es Titín. Existe una simbiosis. Hace unos años le dedicaron el frontón, cuando lo arreglaron. Pusieron su foto de crío en la pared izquierda, que se ve nada más aterrizar en la plaza del pueblo por la calle de los Pelotaris. Una placa en la pared frente a la cancha descubierta dedica a cada uno de los manistas profesionales de Tricio el lugar. Casualmente, lo que siempre dice Augusto, se asomaba a la ventana y veía el frontón. Apenas unos metros separan la puerta de la casa de su abuelo del verde. Forma parte del ADN. “Titín supone para Tricio un ídolo”, explica el alcalde de la localidad, Carlos Benito, quien agrega que “como el frontón se le ha dedicado a él, todo el que viene va a verlo. Yo tengo una pequeña empresa de pimientos y, cuando vamos a los mercados de artesanía fuera, siempre me dicen que soy de Tricio, el pueblo de Titín. Yo les contesto que por eso es buen pelotari, porque come pimientos de aquí”. Se ríe el edil principal de un pueblo de 398 habitantes censados en 2013. “Ha llevado nuestro nombre lejos. El pueblo se ha hecho popular fuera de La Rioja y a los pueblos pequeños es lo que nos hace falta, que se nos dé a conocer”, sostiene Benito. De hecho, tal es la gratitud de Tricio con el pelotari, quien afrontará su despedida definitiva de los frontones este domingo en Logroño, que se le han hecho cuatro homenajes y se le ha nombrado hijo predilecto. “¡Ya no sabemos qué más hacerle!”, manifiesta. Suda orgullo la localidad riojana, que quiso organizar su propia despedida en San Bartolomé, pero no pudieron “por las fechas, que tenía todas cogidas, y porque el pueblo no podía soportar el gasto de un festival con Irujo. Lo dejaremos para más tarde, para que se despida del frontón del pueblo, junto a los del pueblo”. “Estamos contentos con haber tenido un figura como él. A ver si vuelve a salir de este pueblo alguno más, porque ahora se ha quedado bajo de pelotaris. En sus tiempos buenos, era el pueblo que tenía más pelotaris profesionales, junto con Azkoitia”, sostiene Benito, quien confiesa que “hay un chaval que parece que despunta ahora, pero se está quitado la afición. Cuando entré en el Ayuntamiento teníamos un equipo de Interpueblos que tenía que prestar pelotaris a otros. Quedamos campeones, subcampeones... Teníamos a Titín de chavalino, a Muntión... Ahora se ha cortado y es una pena. Yo mismo tengo dos nietos que ya me gustaría que tuvieran esa afición”.
Miguel Muntión conoce a Titín III desde que eran críos. Ha crecido en ambiente pelotazale, se ha curtido en la cancha y ha vivido décadas entre las programaciones y el material. Desvela el paisano de Augusto que “el nombre de Titín está muy ligado a Tricio y viceversa. Nadie sabía de este pueblo y eso que en el año 83 había once profesionales en La Rioja y cinco eran de aquí. Tiene mucha tradición, pero Titín nos dio un nivel excepcional. Fíjese, el mismo Bolinaga se casó y vivió en Tricio. Se casó con una tía de Augusto”.
Las Aventuras de Augusto Ibáñez No es difícil imaginar al joven Augusto en Tricio. Al que le decían “inquieto”. “Aprendió a tirarse en el colegio”, manifiesta el alguacil del pueblo, Pablo Benito, que conoce al pelotari desde que eran jóvenes. Después, en profesionales, al caracolero le llamaron loco por lanzarse a por la pelota. Él tenía esa seguridad. “En el colegio empezó a jugar a voleibol y allí aprendió”, remienda Pablo, quien apostilla que “ha llevado el nombre del pueblo al mundo entero. Creo que su padre ya estuvo jugando en Estados Unidos. Titín era un crío como todos y hacíamos las travesuras normales. Recuerdo que su padre le llevaba a coger pepino y cebolleta”.
El alguacil, quien se encuentra en el Ayuntamiento ayudando a Marta García en las labores de oficina, abre una de las habitaciones del edificio, que da de bruces con el frontón -“es la cancha más importante de mi vida de aficionado”, siempre señala Augusto-. En las paredes, cientos de fotos de Titín como pelotari y de distintos pasajes de su vida actúan como un santuario improvisado en mitad del edificio consistorial. Tricio es Titín. “Le hicimos un homenaje y recopilamos todas estas fotos. También hay de sus familiares”, cuenta Pablo, quien señala al centro de la sala. “¡Mire!”. Un respingo. “Ahí tiene las manos de Titín”, revela. Una réplica en tamaño natural, incluido el meñique travieso de la diestra. “Siempre estaba en el frontón”, remacha. A su vez, asiente el alcalde de la localidad riojana que “de crío era muy inquieto. Lo conozco mucho porque era amigo de un hijo mío que murió a los diez años. Por eso también lo he querido mucho, porque siempre se preocupaba por él. Era inquieto y majísimo”.
Flora Sacristán Ojeda es la madre de Titín III y de otros cuatro hijos que “son muy trabajadores y muy buenos”. En la cabeza de Augusto, como en el poyo de la ventana, estaba en el horizonte el frontón. “De chaval era muy movido y se llevaba algún que otro cosque porque, como la casa de mi suegro estaba al lado del frontón, había que ir todos los días a buscarlo allí. Tiraba la bolsa del colegio y a jugar”, recuerda Flora, que agrega que “le llevaban al campo a coger pepino y él siempre renegaba. ‘Siempre a mí’, decía. Cuando empezó a jugar a pelota más en serio, quiso dejar de estudiar y yo me enfadé un poco con él. Aun así, era muy buen chiquillo”.
Cuenta la madre de Titín que una vez le llamaron cuando él estaba en el instituto. Que bajara a hablar con la profesora, que tenía que comentarle un tema. “Yo ya me temía lo peor, ya pensaba que me iba a dar un disgusto”, dice Flora. Bajó. “Pero me dijo que estuviera tranquila, que solo quería decirme que no era muy buen estudiante, pero que era la alegría de todos. Y que a todas las cosas que jugaban, ganaba. Por eso no querían darle malas notas”, explica.
Prosigue la historia de su hijo Flora, contando cómo a Augusto le cambió la vida entre julio de 1992 y septiembre del mismo año. “Le dije que si no quería seguir estudiando tendría que ir al campo. No le gustaba. Yo tenía amistad con unos de la gasolinera Las Brujas -carretera Nájera- y me dijeron que si Augusto quería ir a trabajar allá. Era cuando empezaba a jugar por los pueblos y cogió algo de fama. Alguna vez venía a casa y lloraba. ‘Esto no puede ser mamá. Por la mañana tengo que trabajar, como corriendo y por la tarde, a jugar’, me decía. Yo le comentaba que si dejaba la gasolinera él tendría que ver qué iba a hacer si luego no seguía en la pelota. Se dio cuenta de que yo tenía razón”, remienda. Cuando se acercaron de Asegarce a Tricio, Flora le dijo a su hijo que “ahora sí, ahora si quieres despídete de la gasolinera”. “Él me dijo que quería acabar el mes y empezó a jugar a pelota”, rememora y apostilla que “iba para tres y se quedó 22 años”.
El genio “Él es el que más genio tiene de los hijos. Cuando se enfadaba en el frontón, se me partía el corazón. Se ha calmado un poco”, declara con una sonrisa Flora Sacristán. Legendario, Titín III en toda su carrera siempre ha sido conocido por cabrearse hasta con su sombra, poniendo toda la carne en el asador.
Ambición Muntión lo reconoce. Sabe de qué está hablando. “Titín significa ambición, espectáculo y ese punto de mala leche que se necesita para este deporte. Todas las figuras la han tenido: Retegi, Ogueta, el propio Augusto... Yo estaba presente cuando Julián rompió una silla de madera del juez contra el frontis. Otra vez, cuando Retegi falló dos veces seguidas la gente le silbó, cogió la pelota, la tiró contra el frontis y le silbaron más. La volvió a coger y la volvió a tirar. El frontón se cayó y tuvo lo que tenía que tener para hacerlo una tercera vez. El frontón le aplaudió entonces”, explica el expelotari caracolero, quien espeta que “para mí Titín ha sido el número 1 de los cuadros alegres”.
Quitando a Joaquín Plaza, entrenador del delantero, prosigue el exintendente de Aspe, quizás sea el que más partidos haya visto del pelotari riojano: “Por amiguete, por rival y por ser intendente diez años”. “Ni nosotros, ni él, ni nadie esperábamos esta carrera. Era un pelotari que a los 17 años igual le llamabas para entrenar y te decía que no le apetecía, que venía cansado de trabajar. Era poco trabajador en ese sentido, pero fíjese qué cambio ha dado: pocos hay que se lo tomen tan en serio como él. Fue a raíz de que se lo tomó como un trabajo”, desvela Muntión, que agrega que “al principio, cuando se empezó a preparar, era incapaz de hacer buena. Era un chico que nunca había trabajado, cogió un tono muscular adecuado y subió como la espuma. Se le acabó el nervio, pero cuando creció muscularmente se convirtió en un fenómeno que tardará mucho en aparecer”. Y cree Miguel que “hay un hueco que será muy muy complicado de llenar”. “Titín fue la revolución. Intentó jugar al mano a mano como se juega ahora, al saque-remate, pero no tiene potencia a bote. Ha sido revolucionario, no tanto por la forma de jugar, sino por su seguridad. Tantos ganchos y tantos a buena no le he visto a nadie”, especifica, y manifiesta que “Alberto Vidarte me confió que era el pelotari más rentable que había tenido por encima de Gallastegi, Bolinaga, Retegi...”.
Y cierra el círculo Muntión. Como Tricio se cierra sobre Titín y viceversa. “Siempre ha sido así, feo de gestos, pero efectivo al cien por cien. ¿Con esas posturas quién iba a pensar que iba a hacer tanta buena con pelotas tan complicadas? Era impensable. Ha acomodado su juego. No se puede ser más feo jugando, pero hace todas a buena”, dice, y repite que “alguien me dijo que era un conjunto armónico de imperfecciones”. Es su análisis, mientras Tricio se solapa. Es el dominio Titín, abrazados. Como una circunferencia.