Cuando el pasado 22 de abril se presentó en la sala de prensa del Santiago Bernabéu para comparecer ante la prensa internacional, Pep Guardiola estaba radiante. Eran vísperas del Real Madrid-Bayern de Múnich, partido de ida de las semifinales de la Liga de Campeones. Un día antes, Jose Mourinho había estado también en Madrid, pero en el Vicente Calderón, igualmente en vísperas del Atlético de Madrid-Chelsea. El técnico portugués, serio y huraño, solo respondió preguntas en inglés. Guardiola, en cambio, desplegó todos sus encantos y habló en catalán, inglés, alemán y castellano, demostrando que además de ser un genio futbolístico, antes como jugador y después como entrenador, tiene don de gentes. Es elegante, inteligente, seductor. Y domina al menos cuatro idiomas. Pep extrapolaba, en definitiva, la viva imagen del ganador.
El pasado 29 de abril, el mismo personaje luminoso parecía un alma en condena. En apenas una semana un terremoto le removió las entrañas. El día 25 moría de un cáncer en la glándula parótida Tito Vilanova, su gran amigo, compañero y cómplice cuando tocó el cielo construyendo el mejor Barça de toda la historia. La noticia le pilló en plena faena. Con el Bayern a punto de disputar un irrelevante partido de la Bundesliga ante el Werder Bremen y la cabeza puesta en cómo remontar al Madrid, el martes 29.
Guardiola no pudo acudir a Barcelona y participar en el duelo, y aunque expresó su sincero desgarro por la pérdida y en el Bayern-Bremen hubo un minuto de silencio en su memoria y los jugadores lucieron brazaletes negros, los medios de comunicación recordaron también el amargor del compañero en el lecho del dolor cuando, convaleciente en Nueva York y Guardiola resplandeciente en la misma ciudad, de año sabático, absorbiendo más sabiduría y aprendiendo alemán para su nuevo reto, apenas acudió a visitar la clínica en donde Tito estaba siendo tratado contra el cáncer. No fue exactamente así, pero así se contó, y eso aumentó el quebranto de Pep, que si bien ya no estaba tan ligado a su excompañero, sus sentimientos seguían inalterables.
Cuando ocurrió la muerte del que fuera su ayudante en el Barça y luego sucesor al frente del equipo azulgrana, el Bayern ya había perdido (1-0) en el Bernabéu el partido de ida de la Champions dando una imagen deficiente, o por lo menos poco acorde con el potencial que todo el mundo atribuía al vigente campeón de Europa, según recordó entonces el legendario Frank Beckenbauer, presidente de Honor del club bávaro.
Beckenbauer ya había cuestionado el estilo de Guardiola en los días de vino y rosas, cuando las victorias se sucedían de forma implacable. "Al final seremos como el Barça, acabaremos aburriendo con tanto toque y nadie nos querrá ver. Estos jugadores se pasarían el balón hasta en la línea de gol. Mi forma de entender el juego es distinta. Si tengo la ocasión de tirar a puerta desde segunda línea, sobre todo ante una poblada defensa, lo hago. Es la forma más eficaz", declaró Beckenbauer en marzo.
el desastre Tras la corta derrota del Bernabéu aun quedaba el partido de vuelta. La revancha en el Allianz Arena. En Alemania, tenebroso lugar en donde al Real Madrid tradicionalmente le han temblado las piernas, y máxime cuando entraba en la guarida de su bestia negra, el Bayern. Con estos antecedentes su presidente Rummenigge tuvo la ocurrencia de pronosticar que arderían los bosques, un eufemismo germano para describir el infierno que le esperaba al equipo blanco en Múnich.
La debacle fue monumental. Sin precedentes. Y al revés de lo pronosticado. Jamás el Bayern había recibido una goleada así en su estadio en competición europea. Nunca Guardiola había sufrido tal humillación. La prensa alemana atizó al técnico catalán por todos los costados y cuestionó el canon de belleza blaugrana que Pep trata de trasladar al corazón de Baviera y al Bayern, su gran símbolo.
Hasta ahora, hasta el día en el que el Real Madrid demolió a goles al mito germano, todo eran loas y parabienes. Ningún equipo de la Bundesliga, pero tampoco ilustres de Europa como el Arsenal o el Manchester United, puso resistencia a la imparable marcha del Bayern. Desde ahora todo son interrogantes. Se reivindica la figura de Jupp Heynckes, que es alemán, y que con una filosofía propia, y no impostada, logró el pasado año la triple corona. Se cuestiona por qué Guardiola excluyó del partido a Javi Martínez o Götze, dos de los jugadores más caros en toda la historia del club y habituales suplentes. Se reprocha la manera de perder ante el Madrid, a balón parado, en el dominio del juego aéreo. La posesión estéril y cansina de la pelota ejercida por el Bayern, que tardó una hora en probar a Iker Casillas. También la fragilidad mental del colectivo, que desde que se aseguró el título liguero, en la jornada 27, a siete del final, otro récord, fue perdiendo fuelle y motivación sin que Guardiola pusiera remedio.
"Admito mi responsabilidad, pero ni estoy cansado ni me quiero ir ni cambiaré mi forma de concebir el fútbol", avisó Guardiola tras el partido. Tampoco nadie, al menos abiertamente, cuestiona su continuidad, pero sí sus métodos. Al técnico catalán aún le queda una revancha. El próximo 17 de mayo el Bayern disputará en Berlín la final de Copa ante el Borussia Dortmund, el gran rival doméstico. De lo que allí resulte...