El día de descanso de Froome amanece pronto, con el sol, es inglés, y se le tuerce de inmediato. No mucho más tarde de las diez, no mucho después de que arranque la rueda de prensa en la que espera el reconocimiento a su portentosa exhibición en el Ventoux, donde zanja el Tour, y se encuentra con un ambiente hostil, con preguntas incómodas, con una foto que llevan los periodistas australianos y que es la de su bicicleta en la subida al monte calvo y que, protestan, preguntan, quieren la verdad, no se corresponde con la que luego enseña el keniano. El maillot amarillo del Tour es, desde hace años, el maillot de la sospecha. Hay más preguntas que van en esa dirección. La cuestión es saber si la intención es aclarar las dudas o despertarlas. Le dicen si se puede creer en él, si puede asegurar que nunca se ha dopado.

Y Froome, que es un tipo tranquilo que durante el Tour ha respondido con educación a todo, sin un mal gesto ni una salida de tono, se acaba hartando, estalla. "Es muy triste que el día después de la victoria más importante de mi vida estemos hablando de dopaje", lamenta. "Nosotros hemos dormido en volcanes, hemos estado fuera de casa durante meses trabajando a tope para esto. Y aquí estoy, básicamente siendo acusado de ser un tramposo y un mentiroso, eso no está bien", prosigue antes de dar por zanjada prematuramente su comparecencia, enfadado, molesto, mientras Dave Brailsford, el patrón del Sky va preguntando en el jaleo qué podrían hacer ellos para no tener que estar respondiendo continuamente a la misma cuestión para acabar prometiendo lo que viene a ser un gesto de trasparencia: que enviará a la AMA, a nadie más, los datos del potenciómetro de sus corredores.

El eco de ese encontronazo se hace pregunta horas después en el hotel Mercure de Avignon, donde el que encaja la cuestión es Contador -le vienen a preguntar si Froome es creíble- y el madrileño, cansado también del asunto, advierte que solo tolerara dos preguntas sobre ese tema y que, a la tercera, se levantará para volver a su habitación a descansar, que le queda una semana dura por delante. Tras la advertencia, responde: "¿Por qué tengo que dudar de Froome? Es un profesional y lo que consigue es fruto del trabajo. Lo hace limpio, para eso están los controles que pasa como todos nosotros".

Los golpes en la mesa de Froome y Contador, su voz grave y rotunda, son susurros de Nairo Quintana. Susurros de colombiano tímido que se escuchan menos que el coro de cigarras a las afueras de Avignon donde habla del Tour después de entrenar y elige la sombra, claro, porque el sol pega tan fuerte que duele. Más a él, que no se lleva con el calor, que tarda unos días en acostumbrarse al sol de Europa cada vez que regresa a Iruñea después de un tiempo respirando el aire fresco de los Andes. Y aun así, luego, le incomoda como le incomoda en el Tour, el golpe de calor que le provocó una pequeña hemorragia en la nariz a los pies del Ventoux y el ligero desvanecimiento después en la cima, por el calor, la falta de aire y el esfuerzo descomunal al que le sometió Froome.

"No he visto a nadie subir así", susurra Nairo, que recibe, a su vez, los piropos de los que le acompañan en su primera aventura en el Tour, la irrupción más sobrecogedora y feliz desde la de Lucho Herrera en el 84, el año que el jardinerito conquistó Alpe d'Huez recién llegado de los Andes.

un portento físico Sus resultados, dicen en Movistar, no sorprenden porque concuerdan con su genética. Hablan de una capacidad pulmonar, un VO2 máximo de 84 mililitros por kilo (similar a la de Zulle, Olano, Mancebo o Valverde, aunque la referencia obligada es Indurain, con más de 90 pese a que los datos varían según la máquina utilizada para medirla), de 37 pulsaciones por minuto en reposo, de una recuperación comparable a la de Valverde o Contador o de un peso, 57 kilos ahora, que debe ir puliendo hasta dejarlo con los años en 52, un peso pluma, sin perder la potencia.

Pero hablan, sobre todo, de la llave de contacto de ese motor, de la cabeza, privilegiada y bien amuebladita. Quintana es un susurro cuando habla y un grito cuando corre en bicicleta. Es el chico de 21 años que le dice a Eusebio Vélez, responsable de la selección colombiana, antes de que el Tour del Porvenir de 2010 entrara en los Alpes: "¿Sabe, coach? Yo me voy a ganar el Tour". Lo ganó. Y es el chaval que dos años después está en el Ventoux al lado de Froome, el líder que le habla nervioso mientras él ni se inmuta, sigue serio, no dice nada y escupe al suelo como muestra de carácter. "Luego me dejó, pero conseguí bajarle al menos un rato el ritmo porque yo iba castigado después del sobreesfuerzo y eso de que llegábamos juntos, pues bueno, no era tanto así porque me iba apretando para soltarme", dice.

"No se achanta", promete Arrieta, el director que alucina con su carácter, la manera de estar en el pelotón, de saber correr y ver carrera, de mandar, dirigir, pedir, de saber estar. A Quintana, 1,69 metros y 57 kilos, nadie le achica. Ni los grandes rodadores holandeses, ni los belgas mastodónticos. Les planta cara como un veterano. Y eso que tiene 23 años. Dicen que es de los que vienen aprendidos.

Aun así, susurra cuando le preguntan por la última semana del Tour, los Alpes y sus ambiciones. "El cansancio se apodera de mí", dice. "Quiero ganar cosas, pero hay que ser realistas. Mantener la camisa blanca y una etapa estaría bien, pero hay que esperar, hay que ver cómo asimila mi cuerpo el esfuerzo, cómo respondo cuando llegue el momento", abunda. Aunque nadie duda de que atacará cuando esté sobre los Alpes como atacó lejísimos, en Pailheres, en los Pirineos, o como lo hizo en el Ventoux, lejos también, desde muy abajo. En ambas ocasiones dicen que el corazón le ganó el pulso a la cabeza. "Es muy joven aún", le quita presión Arrieta; "nadie sabe cómo responderá en los Alpes". Y, añade, "nadie le pide más de lo que ha hecho ya, aunque si alguien es capaz de hacer trizas el Tour en la montaña?".

"Ese es Nairo", dice Castroviejo, el guardián vizcaino del colombiano en el llano. "Yo ya dije el año pasado que era el mejor escalador del mundo, aunque la gente parece que lo descubre ahora. No tenía ninguna duda de que iba a hacer lo que está haciendo. Pero espera que verás". ¿Qué? No lo dice, pero se supone que más cosas deslumbrantes como las de hasta ahora.

Así, loco, arrojado e incontenible como Quitana, era Alberto Contador de joven. "Ahora", reconoce, "lo analizo todo más y lo hago desde un punto de vista más calmado, más tranquilo". Por eso, asume la superioridad de Chris Froome, "en el cara a cara es imbatible", y sugiere una guerra táctica como recurso único para meterle mano al inglés. Dice que tiene una etapa señalada, un día para apostar fuerte, pero no dice cuál. Ni siquiera lo susurra. El nombre del corredor que más daño puede hacerle a Froome en la montaña lo dice bien alto: Nairo Quintana.