Durante la vida se recuerdan los momentos por los lugares en los que uno ha estado. En 1989 yo estaba jugando en el frontón cuando un amigo vino y dijo que Greg Lemond había conseguido ganarle el Tour a Laurent Fignon en los Campos Elíseos. Parecía una utopía conseguirlo, pero Lemond persiguió ese imposible y lo alcanzó.

Cuento esta anécdota personal porque en aquellos años en los que era un chaval lo que para mí era una utopía era ser ciclista profesional y correr el Tour.

Cumplí el primero de los deseos en 1994. El siguiente reto sería correr un Tour. Sucedió en 1997, con 23 años. Esa fue mi primera experiencia en el Tour y mi primer tropiezo con la realidad. 200 corredores al mil por cien, etapas de sufrimiento, etapas de experiencias y enseñanzas. No conseguí terminar aquel Tour, pero esos días aprendí tanto como en mis tres o cuatro primeros años de ciclista profesional.

No volví al Tour hasta dos años después. En 1999 todo fue diferente. Yo mismo era diferente. No tenía nada que ver con aquel adolescente para quien el Tour era la utopía inalcanzable de un niño. Esta vez la cosa había cambiado y estaba en el lugar correcto en el momento adecuado. ¿Y qué pasó? Que conseguí dos victorias de etapa que cambiaron mi vida como ciclista profesional. Les cuento cómo fue aquello.

Vayamos por la primera.

Para coger la fuga buena de aquella etapa solo pasaron 80 kilómetros de ataques y más ataques porque todo el mundo sabía que ese día llegaría una escapada y eso se vende muy caro en el Tour.

Al final entramos 23 corredores. Demasiados para acabar llegando juntos a meta. Así que a falta de 30 kilómetros comenzaron los ataque en el grupo, que para entonces ya había adelgazado y era solo de 15. El problema en una situación como esa es que nunca sabes cuál es el acelerón bueno. Por eso tiene tanta importancia la intuición, el olfato. El mío me dijo que ese ataque a falta de 22 kilómetros podía ser el bueno. Salió un corredor y me fui detrás, le pillé y le remaché. No era esa mi intención, pero me encontré solo con 10 segundos sobre el grupo y ¿qué iba a hacer? Pues seguir.

Fueron 22 kilómetros de sufrimiento perseguido por tres corredores que venían siempre a 15-20 segundos. Y a esa agonía hay que sumarle los gritos del director por el pinganillo. Cuatro kilómetros soporté los de los gritos. Luego, me arranqué el cacharro de la oreja porque bastante tenía ya con el dolor de piernas. Nunca olvidaré esos últimos 200 metros antes de cruzar la meta, ese abrazo con Valentín, mi masajista. Ese sería mi trofeo más querido: los recuerdos. Claro que lo que no sabía yo era que al vencedor de aquella etapa le regalaban una vaca. Jajaja. ¡Qué sorpresa! El animalillo viajó hasta Elorrio y ahí se quedó, en el caserío de aitite. ¡Qué sonrisa tenía aitite! Aquel día al llegar con la vaca me regaló una tan grande que no la olvido. La guardo como una de la mejores victorias de mi palmarés.

la agonía del soulor La segunda etapa que gané en el Tour fue en Pau, que es una de las plazas míticas de la carrera francesa. Ese día subíamos Tourmalet, Soulor y Aubisque. Y otra vez estaba en la fuga buena con Pavel Tonkov y Alberto Elli. Qué mal lo pasé en el Soulor. Recuerdo cada metro de agonía de ese puerto y mis pensamientos: un kilómetro más, un kilómetro menos.

Por detrás se montó una buena con la guerra entre los favoritos que hizo que el pelotón explotase en mil pedazos y que nos cogieran a 20 kilómetros de meta. Nueva situación, nueva carrera. De nuevo, fue un momento para la intuición. Y volví a acertar. Esta vez me fui con cuatro compañeros y uno de ellos era de mi equipo. Media victoria es de Marcos Serrano. Él fue quien bloqueó el último kilómetro para que yo volviera a levantar los brazos. Parecía un sueño, ¡dos etapas en el mismo Tour!, pero era real.

Volví más años al Tour, pero no llegaron nuevas victorias. Sí, en cambio, muchos momentos para el recuerdo. Vestido de naranja viví la épica victoria de un compañero, de un amigo como es Roberto Laiseka. Todavía recuerdo su frase al principio de aquella eta de Luz Ardiden. "Llevo unas piernas perfectas", decía mientras íbamos los dos últimos del pelotón con una fuga de 20 corredores con cuatro minutos por delante. Yo le miraba con cara de pocos amigos hasta que le contesté con malas pulgas: "Pues la buena esta cuatro minutos por delante". Rober no sabía ni cómo iba la carrera, pero es que él era así. Capaz de no enterarse cómo marchaba la etapa y capaz después de reventar a todos subiendo Luz Ardiden y santiguarse antes de levantar los brazos. ¡Qué grande eres amigo!

El Tour me dejo dos victorias que cambiaron mi vida deportiva y mil recuerdos como premio.