Navacerrada. En su casa de Madrid, Fran y Alberto, dos niños, dormían en la misma habitación y compartían litera. El mayor ocupaba la cama de arriba. Alberto, el pequeño, la de abajo. "Pero ya entonces", suele recordar Fran, "él era como ahora; quería ganar siempre". Trepar por la escalera y subir a la litera de arriba, la cima. Más de un par de décadas después sigue en ello. Escalera arriba en una subida sin fin.
Alberto Contador subió ayer hasta la Bola del Mundo y allí, bajo el sol cariñoso de después de la tormenta, celebró su triunfo en la Vuelta. Estaba en la cima de Madrid. Nadie puede subir más alto en bicicleta. Solo Contador, que a sus 30 años no deja de asombrar como hizo en cada uno de sus estrenos ciclistas. Nadie recuerda un regreso tan espectacular como el del chico de Pinto tras la zozobra de la sanción que le ha tenido seis meses en barbecho. Por lo sufrido, la Vuelta es una cumbre emocional en su intensa experiencia vital, pero un campo pasajero en su reingreso en el mausoleo ciclista. Suma siete o cinco grandes (hay dos que él cuenta como suyas y los libros de historia no, por el asunto del solomillo y la sentencia del TAS) y su leyenda sigue creciendo. No para de subir por la escalera. Contador es de los que siempre mira más arriba.
"En juveniles", cuenta su amigo Jesús Hernández, "los dos dominábamos, pero yo era más gallo. Ganaba más. Entonces estábamos picados. Yo era de Parla, un pueblo a cinco kilómetros de Pinto, y teníamos esa rivalidad que suele haber entre pueblos cercanos. Era algo muy sano, pero Alberto ya me miraba entonces con desafío". De abajo arriba. No tardó en subir hasta esa cima donde estaba Jesús. "Nada más llegar a aficionados me pasó. Yo dejé de ser gallo. Se vio que él tenía más calidad".
Contador asombró en el Iberdrola. Nada más empezar la temporada ganó la Subida a Gorla y dejó grabado un récord de velocidad que aún perdura. Era delgadito, apenas pesaba 63 kilos, tenía las piernas finas como dos palillos, pero no solo era un escalador. Corría también contra el crono, que era lo que más sorprendía. No ha dejado de hacerlo desde entonces.
"Manolo le subió tras solo dos años de aficionado porque sabía que si no se lo iban a quitar. Había tenido muchos destellos", prosigue Jesús Hernández. No dejó de darlos en profesionales. El primer año ganó una cronoescalada en la Vuelta a Polonia. Y se pegó con Mancebo y estos en la montaña de la Vuelta a Castilla y León. "No conozco a muchos neos que anduviesen como él". Luego llegó lo del cavernoma, la lucha contra la muerte. Esa también la ganó. Es su mejor victoria en la vida.
La cima de Fuente Dé Cuando le preguntan por cuál es el triunfo que más valora, Contador siempre dice que el del Tour Down Under de 2005, el primero tras regresar a la carretera después de su lucha a muerte por la vida. Luego, cita la París-Niza de 2007 por cuestiones personales que se guarda para sí mismo. Y, finalmente, pasa por encima de todos los grandes títulos, la Vuelta, los Giros y los Tours, para posarse sobre los prados rodeados de montañas de Fuente Dé.
"Aquel día lo recordaré siempre", dijo Contador cuando bajó de la Bola del Mundo como ganador de la Vuelta y aseguró como si fuera un primerizo que no es muy consciente aún de lo que ha hecho. "Este triunfo es más emocionante que algún Tour. No recuerdo haber sentido lo que sentí en Fuente Dé en ninguna otra ocasión. No consigo rescatar un sentimiento parecido a aquel. El de Australia (Tour Down Under 2005) quizás. Aunque igual todo se debe a que tengo mala memoria", sonrió el madrileño mientras hablaba de que le costaba imaginarse un final mejor, incluso creer en que finalmente ha ocurrido, que este de su regreso a la cima. Otra vez primero.
"Aún me cuesta creer esto después de tanto tiempo sin correr", abundó Contador, que resumió la Vuelta y su regreso como un viaje maravilloso e intenso, lleno de emociones y espectáculo "en el que el verdadero triunfador es el ciclismo, todos nosotros". Pero sobre todo, él. Sale reforzado. Por la victoria, claro, pero sobre, todo, por las formas. La manera heroica de acabar con Purito y su bella locura de Fuente Dé. "La clave ha sido mi inconformismo, la manera que tengo de entender el ciclismo y la competición, que es luchar siempre por ganar. Ha habido que usar las piernas, pero también la cabeza", razonó el chico de Pinto, que aseguró no haber dudado en ningún momento de que podía ganar la Vuelta, que si lo hubiese hecho no habría atacado en Fuente Dé y se habría conformado con ser segundo, lo que nunca antes en su vida. Su hermano ya le recuerda como un niño rebelde y testarudo que tenía que ganar siempre.
"Hay diferencia, además de la obvia, entre ser primero y segundo", explicó. "Ganar, sobre todo ahora, te refuerza, te da confianza y te convence de que el trabajo que has hecho es bueno. Yo me he muerto entrenando para lograr esto. Ganar te recompensa, mientras que ser segundo te resta convicción de cara al futuro, porque te clava una espina que no puedes quitar". Contador no quiso hablar mucho de lo que viene. "Todavía estoy en la Vuelta", dijo. Pero tiene el Mundial, el de crono y el de línea, en la mente. Y también el Giro de Lombardía. Más allá está 2013, la próxima temporada en la que podrá volver al Tour para tratar de recuperar el trono sobre el que ahora está sentado Wiggins. "Puede ser el objetivo, pero ahora no pienso en eso. Está muy lejos todavía, ya veremos", dijo, aunque nadie duda de que desde Madrid mira ya a París. Hacia arriba. Como siempre.