LIMOUX-FOIX
1º. Luis León Sánchez (Rabobank)4h50:29
2º. Peter Sagan (Liquigas)a 47"
3º. Sandy Casar (FDJ)m.t.
General
1º. Bradley Wiggins (Sky) 64h41:16
2º. Christopher Froome (Sky)a 2:05
3º. Cadel Evans (BMC)a 2:23
alain laiseka
Foix. Como es costumbre todos los años en el Tour (2008, 2009, 2011 y ayer) Luisle Sánchez ganó su etapa echándole coraje al asunto, un mucho de fuerza y otro tanto de astucia, es zorro el león, y una de las cosas que le preguntaron cuando se bajó de la bicicleta y se secó las lágrimas -"de rabia porque parecía que todo nos salía mal"- fue que si su carrera, 28 años ya, no estaba siendo un viaje demasiado plácido por el camino del conformismo, que es el refugio de los que creen que no pueden, que no son. "Yo no soy como Sagan", respondió el murciano; "y reconozco que me da envidia su mentalidad. Él piensa siempre en ganar, ganar, ganar y ganar todo el año. A mí, a veces, quizás me haya faltado ambición". ¿Para ser un hombre Tour, uno de grandes vueltas como apuntabas de joven?", le insistieron. "No, no, para eso no. La montaña es demasiado para mí. Desde Indurain, parece que en España todos tenemos que poder ganar el Tour. Yo no tengo piernas para eso. Fui décimo una vez en la general, pero prefiero ganar etapas y ayudar a otros que son mejores que yo". Lleva cuatro con la de ayer en Foix, pero se metió en la boca de los Pirineos pensando que, como en las otras tres ocasiones anteriores durante este Tour, volvería a irse de vacío. Luisle es de los que les cuesta creer.
Ayer no creía. O, al menos, no creyó cuando repasó los dorsales que se metieron junto a él en la fuga. Iban otros galgos de aúpa, tan zorros o más que él, tan buenos o más que él. Estaba Casar, el buscavidas francés, una culebra; y Gilbert, qué decir; y, sobre todo, Sagan, el del hambre insaciable y los muslos de acero. Por eso, se dijo, había que soltarlos a todos, al menos al eslovaco que con los demás ya se las apañaría, en el Muro de Péguère, inédito, empinado y estrecho. Allí arreó el murciano. Tiró como una mula. De allí es, de Mula. Terco. A mamporrazos se libró de todos menos de los peligrosos. Resistieron Casar, Gilbert, Gorka Izagirre y Sagan, duro como una roca, hambriento, ambicioso. Lejos de sacar partido a la montaña, el murciano estuvo a punto de perder allí la etapa cuando en el último kilómetro aceleró el francés y solo Sagan e Izagirre se sostuvieron. Así enfilaron el descenso.
Izagirre, cuesta abajo Casar iba por delante, pero los dos chavales le echaron el guante rápido porque ambos saben bajar sobre el alambre sin parpadear. Esa habilidad la conquistaron en el pasado. El origen de Sagan e Izagirre es el mismo. Ambos vienen del ciclocross. El eslovaco fue subcampeón del mundo junior en 2007 y, a otro nivel, para entonces el guipuzcoano ya había sido campeón estatal en la misma categoría siguiendo los pasos de su padre, José Ramón, doble campeón estatal élite en los 80. "Me la jugué bajando", contó luego Izagirre, "pero la cosa no pintaba bien. Sagan pasó los puertos y Luisle, Luisle es un artista". Los cinco se juntaron más pronto que tarde. Y a once de meta, en un repecho entre casas, se sacó un ataque de la chistera que le llevó hasta meta. Allí lloró. Porque no creía.
Tampoco acababa de creerse lo que estaba pasando Evans, que estaba de pie sobre la cima del Muro de Péguère haciendo aspavientos, gritando por el pinganillo a Van Garderen para que parara, diera media vuelta y le socorriera. Estaba allí, solo, abandonado y fuera de sus casillas. Mendigaba una rueda. La suya, la trasera, estaba pinchada, o, más que pinchada, agujereada, rajada por una de las tachuelas con las que algún energúmeno había regado la carretera. Dicen que reivindicando algo. Da igual qué. Su protesta, legítima o no, puso en riesgo a los ciclistas. Esa no es manera de pedir nada.
A Egoi le borró de un golpe seco toda la felicidad con la que había llenado los bolsillos durante la subida viéndose fuerte y sano, rodeado de los mejores del Tour. Empezó el descenso, pinchó y en un abrir y cerrar de ojos estaba revolcado en el suelo. En el suelo, primero, y en la ambulancia, después, acabó Kiserlovski. Leipheimer también se arrastró por culpa de los malditos clavos. Zubeldia no llegó a tanto. Puso pie a tierra, pero nada más, tras pinchar y tuvo que ser Horner el que cambiara la rueda. Mientras Evans seguía arriba esperando una que estuviese inflada y que no llegaba porque los compañeros que alcanzaban la cima venían, también, pinchados, otra veintena de ciclistas del pelotón tuvo que echarse a la cuneta con los neumáticos reventados.
La elegancia de Wiggins Nunca había visto nada parecido", contó Egoi. "Espero que el que lo ha hecho se haya quedado contento", protestó, elegante, Zubeldia, que al regresar al grupo se puso a la par de Wiggins, que también se vio afectado por la epidemia de pinchazos, y hablaron de lo que creían era una situación anormal que requería una forma de actuar al mismo nivel. El líder retiró a sus compañeros de la cabeza y decidió esperar. Un caballero inglés. Sir. El pelotón le imitó. Aunque no todos. Rolland atacó una vez y Wiggins le echó el lazo y la bronca, pero el francés no se inmutó y siguió a lo suyo, seguramente, atizado por las órdenes de Bernaudeau, el mánager del Europcar en cuyo libro de estilo no figura la elegancia. A Rolland, de todas maneras, acabaron cogiéndole. Luego se excusó diciendo que no se había enterado de lo ocurrido, pero pocos le creyeron.
Sin información del origen de tanto pinchazo -lo de los clavos se supo luego-, el descenso parecía un esperpento que recordaba a la etapa de Spa de hace un par de años en la que Cancellara paró el pelotón tras una caída masiva y, al mismo tiempo, a la de unos días después en el Port de Ballés, cuando Contador no esperó a Andy después de que a este se le saliera la cadena. Divididos los que pensaban que el ciclismo es una cuestión de supervivencia y los que entienden que este deporte enfrenta físicamente a los hombres y que de esa lucha queda excluido el infortunio, se le preguntó a Wiggins para que deshiciera el empate. "Creo que lo que hizo Rolland es feo", contestó; "no es honroso, pero no se puede hacer nada. Si esto fuese fútbol y ocurriese algo así, se pararía el partido. Pero no lo es. Nosotros somos vulnerables. Es triste, pero estamos sobre la bici, para que cualquiera nos dispare". Ya le ocurrió a Freire, cosido a balinazos en el Tour de 2009.