Nürburgring (Alemania). La perseverancia unido a la fe otorga sus frutos. Exige de paciencia, de fatigas y quebraderos de cabeza que para el impaciente no sirven de nada. Es un camino con una eterna estación que viaja paralela, es la rendición. Hay quienes se inclinan. Quienes hincan la rodilla en el kilómetro de la derrota. Es la desesperación bajo previa autoflagelación, que va desangrando la moral.
Están, sin embargo, los irremediablemente optimistas, los Lewis Hamilton o Fernando Alonso, los que invocan a la mínima esperanza. Los que saben, aunque se equivoquen, que un día ganarán. De estos se alimenta el espectáculo. De la competencia. Sin ellos, incombustibles en el empeño de gloria, el ejercicio de campeón no sería tan reconfortante, tan bello, tan aplaudido y, por qué no, tan fatigante. Es el precio. ¡Que suden!
El sábado Hamilton andaba sorprendido. Expectante ante acontecimientos porque sabía que el peso del Gran Premio de Alemania recaería sobre él y el asturiano, chicos con orgullo, que aunque no pudieran colgarse de los Red Bull, lo darían todo por lastrar a su glorioso imperio. Una, dos o las sesenta vueltas. "No tenemos nada que perder", repite Alonso como disco rayado desde tiempo atrás, en mayo, desde que se instaló la evidencia en el Campeonato. Es la premisa, una cuerda para hacer funambulismo dirección al título. Alto riesgo de caída. Además, los dos se ven anclados a la, en ocasiones, motivadora injusticia: "Es fácil ganar si tienes un coche un segundo más rápido que el resto", largaría Alonso a la postre, desenvainado, por delante de los Red Bull.
Hamilton se armó de voluntad, se adosó a la esperanza, se hizo oportunidad y disparó su McLaren. Webber cayó rendido al desparpajo del inglés y cedió la cabeza de la carrera en la primera curva. Alonso, tercero, ganó la plaza a Vettel, pero este la recuperó tras un error del asturiano. El Ferrari escupió arena, como hiciera en varias ocasiones. Pisó fuera de la pista. Los nervios abundaban para la buena salud de la emoción. Siete primeros giros de máxima intensidad y diferencias insignificantes. Un delirio en Nürburgring, el que, dicen, es el más complejo trazado del mundo.
alonso presiona a vettel Pero el asturiano es hambre y supervivencia. Con Vettel delante, el alemán era carne fresca. La posibilidad de un cero para Vettel, que enlazaba nueve pruebas subiendo al podio, era cegadora. Un timón. Cosa de corazón. De adiós a la cordura. Y el instinto venció a Alonso, que se arrojó a por el Red Bull. Pero con la paciencia de Job, buscó intimidar antes que pasar.
Vettel cedió, pero resignado forzó hasta llegar al susto. Un trompo que le puso a Rosberg y Massa a su rueda. Ahí se vio el techo del líder. No estaba para florituras y lo que florecían eran sus nervios. Un sonajero. "Sencillamente, no fuimos todo lo rápidos que hacía falta", abundaría luego Vettel.
En esas, al pobre de Heidfeld, Buemi le sacó de la pista de manera escalofriante. Le hizo volar, por lo que el francés sería sancionado con cinco posiciones.
En el giro 13, Webber quiso devolver a Red Bull su reinado y rebasó a Hamilton, pero este reaccionó devolviendo el intercambio de lugar con una agresiva maniobra. Alonso, mientras, se espoleaba ante el fragor de la batalla, pues su Ferrari recortaba diferencias y la posibilidad de victoria se asomaba ante sí.
El primer paso por boxes -Webber, en la vuelta 14 y Alonso y Hamilton, dos después- benefició al australiano, que ocupó la primera posición hasta la segunda visita al pasillo de garajes -Webber, en el giro 29; Hamilton, en el 31; y Alonso, en el 32-, cuando el inglés recuperó el terreno. Si bien, antes tuvo que rebasar al asturiano, que se colocó efímero en cabeza merced a un gran trabajo de sus mecánicos, el que no hicieron con Massa, que perdió la cuarta plaza en favor de Vettel con un cambio de ruedas que ambos aplazaron para la última vuelta. Sería el postre de la vibrante prueba.
vuelta 35: adiós de hamilton Tres vueltas después, la 35 de las 60 previstas, Hamilton, inmerso en "una de las mejores carreras en las que he estado nunca", imprimió un ritmo de vuelta rápida que le alejó de sus persecutores. Le aisló hacia su segundo triunfo del curso tras el de China. Las diferencias se estancaron. Los coches eran islotes. Alonso y Webber, en este orden, le acompañaron en el podio sin margen para más. Aunque la incertidumbre de lluvia imperó hasta la última curva.
"Una vez más, hemos hecho una carrera fantástica", juzgó exultante el asturiano. El dulce sabor de boca era evidente, por tercera vez seguida se veía en el podio y de nuevo "luchando por la victoria". Es evidente que Ferrari y McLaren han mejorado. Pero no sin antes el acto de fe. Un ejercicio agotador, mastodóntico, pero fructífero. Han creído en la mejoría, sin bajar los brazos. Obstinados. Y han progresado.
Ahora, el panorama es otro: "Cuando hay un poco más de competencia", para ganar, "tienes que buscar la perfección, en la estrategia, en las salidas y en tu vuelta. Tiene que ir todo perfecto. Y sabemos que no siempre puede ir de forma perfecta". Es la reflexión de Alonso, de quien no iza la bandera blanca. Tampoco lo hace Hamilton. Son rocosos. De mente dura, vigorosa. Y basta acorazarla con esperanza para seguir obligando a sudar al prójimo, al que parecía intocable. Pero mientras esta voluntariosa luz permanezca encendida, Red Bull tendrá trabajo. Por de pronto, es la primera vez en el curso que se emplazan a mejorar.
"No podemos estar satisfechos", bramaba Vettel, cuarto ayer. Queda trabajo por delante. La viva ilusión ajena obliga a juntar codos. McLaren y Ferrari todavía no se bajan del tren, no pisan la estación rendición.