Le Monetier-Les-Bains. Al final del día, en la meta más alta de la historia del Tour, el Galibier centenario, 2.644 metros, allí el sol no calienta, el aliento e de hielo, 6º, el campeón imbatible, el ciclista que ha ganado todas las grandes vueltas que ha corrido desde 2007, aquel Tour, la Vuelta y el Giro de 2008, los dos últimos Tours, el último Giro, se baja de la bicicleta y con naturalidad, no hay pena en sus ojos, no hay rabia, sino una calma inmensa, dice lo que nadie esperaba oír: "Es imposible ganar este Tour".
En el Galibier es el puerto que puede con Contador, inaccesible durante cuatro años. Es el Les Arcs que entierra a Indurain en 1996; o el col de la Ramaz que acaba, una retira sin derrota y un regreso después, con Armstrong; el Pra Loup que sentencia a Eddy Merckx; el frío y Gaúl de Anquetil; la rodilla y Lemond de Hinault. Pero no es ese el sentido de su derrota. El Galibier no es la tumba de Contador, sino la demostración de su humanidad. Lo siente como tal. "No ha sido un buen día, las fuerzas no me han respondido en los últimos 10 kilómetros, tenía una flojera increíble, no sé a qué se habrá debido", dice. Hay quien intenta escarbar en su alma, saber qué es lo que siente, a que le sabe la derrota, si le escuece o le duele, si, de extraño que es para él, es capaz de tolerarlo o lo rechaza. No encuentra lo que busca, sino una explicación llana, casi despreocupada. "Al final", explica, "estoy bastante acostumbrado a pasar por diferentes situaciones y la verdad es que este no es el día más triste de mi vida". Ni tristeza ni rabia ni rencor…. "Andy ha estado sensacional y le felicito. ¿Mañana? Ahora hay que llenar el depósito, descansar y ver que se puede hacer", zanja.
Con la misma naturalidad que Contador asume su primera derrota en una grande en cuatro años, digiere Samuel su inverosímil acceso al podio. Está ya demasiado lejos. "Se van las ilusiones", dice. "Tampoco es un drama", añade, pues, sostiene, "el equipo ha logrado sus objetivos, que era ganar una etapa"