Montpellier. Thomas Voeckler es un luchador y un showman, un guerrero y un saltimbanqui que se deja ver tanto en el pelotón por sus aspavientos como fuera de la carretera por su verbo fácil, su lenguaje del pueblo. Su condición de guerrero le ha otorgado ya siete jornadas de amarillo en el presente Tour de Francia -en 2004 ya lo tuvo diez días- y su carisma le hace cargar con el peso de la esperanza de todo un país que organiza la carrera y que no la gana desde 1985, con Bernard Hinault.

Tras superar los Pirineos entre los mejores, comenzaron a surgir las voces que desde todos los rincones del país -y de algunos del extranjero- le colocaban como favorito para la victoria final Pero el ciclista del pueblo rebajó la espectativa: "Tengo cero opciones".

Voeckler rechazó la mano que le tendía su país, su director deportivo, sus compatriotas del pelotón, los medios y el mismísimo Armstrong, que le señaló como su favorito tras verle subir con los mejores a lo alto del Plateau de Beille. En esa cima, el tejano cimentó dos de sus triunfos y su reflexión sobre el francés disparó las apuestas hacia el modesto ciclista del Europcar muy por encima de lo que le permite su currículum. Impulsado al centro de la escena, Voeckler se esconde detrás de las bambalinas: "No estoy aquí para ganar el Tour, no es mi objetivo, no creo que tenga opciones". "No creo tener el nivel necesario en la alta montaña. Fue una anomalía que pudiera seguir a los mejores en los Pirineos, pero eso no me hace creerme más de lo que soy, me motiva haber dado la batalla, pero quedan los Alpes y auguro momentos difíciles", agrega.