a Poulidor el Tour le hizo famoso porque no lo ganó. Luego, todos los que, obstinadamente, quisieron y no pudieron, se apellidaron como él: le nouvelle Poulidor.

Cadel Evans es de los que muere en la orilla. Cuelga de su dorsal el estigma. No gana. Poulidor. Aunque no sea del todo cierto que su pólvora está mojada -en 2009 logró el Campeonato del Mundo, la mejor de una veintena de victorias entre las que también figuran tres etapas del Tour, la Flecha Valona, la Tirreno-Adriático o el Tour de Romandía-, al australiano, 34 años, ciclista de carretera tardío ya que antes fue estrella del mountain bike, se le recuerda más por las derrotas y las caídas en momentos clave que cincelaron su trayectoria fatídica en el Tour, la carrera que adjetiva.

Cadel tiene tatuada en su cuerpo la silueta de una herradura. Con once años, una coz de su caballo Rae le tuvo una semana en coma. El Tour también le ha coceado. Varias veces. Fue segundo en 2007 y 2008. Perdedor. Es lo que queda. El olvido. "Es en ganar en lo que todo el mundo está interesado y es normal que solo los vencedores sean recordados", dice.

Drama en el Tour Evans, que después de una semana de Tour es de los pocos favoritos que no ha sufrido ningún percance, es segundo en la general y ha ganado una etapa -la del Muro de Bretaña, a un Contador desbocado-, llena algunas de las páginas de la enciclopedia de dramas de la carrera francesa.

En 2008 fue por primera vez maillot amarillo en los Pirineos, en Hautacam, la montaña de los milagros, solo 24 horas después de una caída espantosa en la que se golpeó la espalda. "Aquel Tour lo pude ganar". No resistió. "Gasté muchas fuerzas con la caída, tuve que luchar mucho, la tensión, el golpe? Todo eso me desgastó". Para abatirle, de todas maneras, hizo falta todo un equipo, el CSC de Riis que luchaba en dos frentes, dentro y fuera de la carretera, contra el Tour y contra la bicefalia, las cabezas de plata de los Schleck o la de Carlos Sastre, por el que Evans siempre sintió una admiración irresistible desde que en su primer incursión en la carrera francesa, 2005, el abulense, domestique de Ivan Basso, le ofreciera uno de los botellines que subía del coche un día de calor y le dijera: "Mira, si alguna vez necesitas un botellín o cualquier cosa cuando estés solo, házmelo saber y te pasaré uno. Si puedo ayudarte, lo haré". Aquel Tour Evans lo corrió solo. Acabó octavo.

2009 no fue un buen julio para el australiano. Ni un buen año hasta que en octubre se le apareció el arco iris en Suiza. En febrero, una semana después de que dejase Australia para comenzar su temporada en Europa, los incendios proliferaron en diferentes partes de Victoria. Kinglake Rangers, hogar de Evans, fue una de las zonas más castigadas. Durante 24 horas no supo nada de su madre. Cuando le dijeron que estaba a salvo, la noticia le llegó con un apéndice dramático. Había muerto, pasto de las llamas, Danny Shepherd, uno de sus amigos íntimos desde la época de la escuela y el amanecer del deseo ciclista, el mountain bike, en los veranos calurosos de Barwon Heads. "No creo que Cadel confíe en muchas personas. No es porque sea desconfiado o paranoico, pero le cuesta tiempo y esfuerzo hacer sitio en su corazón", suele recordar Henrik Redant, exciclista y director de Evans, que sufrió con aquella perdida como ahora sufre la de Aldo Sassi, su preparador y también el de Basso, al que "recuerdo todos los días".

Aquel Tour que salió de Mónaco solo tuvo ojos para una pareja: Contador-Armstrong. Cadel estuvo más gris que nunca. Acabó el treinta y tantos. Fuera de foco. Desdibujado. Gris. El Mundial, octubre, le devolvió el color. Arco iris.

Había derribado el estigma. Ganaba. Ya no era Poulidor. Le faltaba demostrarlo en la carrera que le señaló. El Tour. En Morzine, donde Samuel cayó al sprint ante una tortuga, Andy Schleck, volvió a vestirse de amarillo. Pero estaba marcado. Una caída ese mismo día le había agujereado el codo. Lo tenía roto. Se dio cuenta al día siguiente, en la Madeleine, cuando se fue a levantar sobre los pedales y no pudo. Alarma. Cuando el pelotón lo hizo en saltar el pedazos Vinokourov y luego volaron Andy y Contador, Evans se descompuso, oponiendo, eso sí, a la pérdida inevitable, una resistencia tan inútil como inhumana, la capacidad de sufrimiento por la que es admirado. En meta se dejó una minutada. Empapado el maillot amarillo de sudor y lágrimas, derrumbado en las escaleras del autobús, solo abría la boca para pedir perdón a sus compañeros.

"Puedo ganar el Tour" Acabó perdido aquel Tour, pero no rendido. "Puedo ganar este Tour", dijo hace unos días, antes que la carrera zarpara en el Passage du Gois. Pocos le escucharon. El Tour es una cuestión íntima entre Andy y Contador. O era. Una semana después, hasta Alberto le ve como gran favorito. "Es al que mejor se le ve de todos", sostiene el español. "Es, también, el más consistente; resistente en la montaña y gran contrarrelojista. La última crono le beneficia", razona estos días de calma Contador, que ya le ganó un Tour a Evans, el de 2007, por 23 segundos.

Los sigue habiendo escépticos con el australiano. "¿Evans? No, el favorito sigue siendo Contador", dice una de las voces expertas del pelotón al que le basta un fotograma para explicar su determinada opinión. "En el Muro de Bretaña Evans fue el mejor en un terreno que no es el suyo. Era un lugar para Gilbert, Hushovd y ese tipo de ciclista poderosos. Que Cadel estuviese ahí quiere decir que tuvo hacer un esfuerzo sobrehumano. Gastó muchas balas. Demasiadas para un favorito a ganar el Tour. Eso se traduce en dolor de piernas durante varios días". "¿Que Contador también estaba? Ya, pero a Contador nunca le duelen las piernas".