Cuando Lebron James anunció que iba a hacer pública la decisión sobre su futuro en un programa de televisión creado ad hoc algunos de los que aún lo consideraban como el Elegido comenzaron a cuestionarse si aquel corpulento tipo que irrumpió en la NBA como un elefante en una cacharrrería no sería más un excelente producto de marketing que un jugador llamado a marcar época. Un año después, consumada su trama para reunirse en un mismo equipo con otras dos megaestrellas de la competición y asaltar el anillo que tanto se le había resistido, la popularidad de Lebron James se encuentra bajo mínimos; y el debate sobre su talento ha alcanzado cotas insospechadas.

Tildado de "cobarde" por el legendario Magic Johnson, King James huyó del parqué del American Airlines Arena antes incluso de que el bocinazo final confirmara como campeones a los Mavericks. Hundido por el estrepitoso desmoronamiento de un proyecto que algunos pensaron que podía incluso adulterar la competición, se perdió por el túnel de vestuarios mientras las cámaras buscaban la celebración del equipo texano, la sonrisa de liberación de Jason Kidd y las incipientes lágrimas de un Dirk Nowitzki que se sabía liberado de la vitola de eterno perdedor.

Lebron no quiso dejar pruebas gráficas del desastre. Por eso escapó del escenario del crimen mientras los aficionados de los Heat trataban de entender qué había podido suceder para que ese equipo diseñado con ingeniería genética y talonario hubiese sucumbido. Lo único que quería James, cuyo nivel de popularidad cayó en picado cuando decidió dejar en la estacada a los Cavaliers, el equipo de su tierra, para buscar el ansiado título con la franquicia de Florida, era huir de los flashes. Y en parte lo logró. Aunque, como casi todo cuando se trata de él, tampoco esta estrategia arrojó los frutos deseados.

Mientras las imágenes de la ABC americana mostraban a un respetuoso y deportivo Dwyane Wade felicitando a sus rivales, el plano fijo de la cámara ubicada junto a la puerta del vestuario reflejaba la estampa de un Lebron solitario, derrotado, una vez más acobardado. A sus 26 años, el jugador que recibió el sobrenombre de The Chosen One cuando aún jugaba en el equipo de su instituto, el hombre al que muchos comparaban con el mito Jordan, sigue sin oler un anillo. Y lo peor para él es que tras su cambio de equipo, ha aumentado en número su legión de críticos, han dejado de valorarse sus vitudes -que son muchas- y cada vez se le considera más como un jugador egoísta y arrogante, a pesar de que en estas Finales ha sido capaz de firmar actuaciones en las que repartía más de una decena de asistencias a sus compañeros.

Mientras Chris Bosh ha quedado relegado a un segundo plano mediático, la opinión pública comenzó a establecer debates en torno a quién debería, si Lebron o Wade, ejercer como líder de Miami. Y de esas discusiones han salido siempre dañados tanto el equipo como el jugador de Ohio.

Lebron, como el emperador Cómodo en Gladiator, sale siempre malparado en las comparaciones con el ídolo local, con el Máximo Wade, que debería asumir como mínimo la misma cuota de responsabilidad en la debacle. Sin embargo, nadie se la exige. Todas las miradas se centran ahora en el Rey cobarde, que en sus ocho temporadas en la NBA ha disputado dos veces la final.

Lebron, que no es tan cruel ni tan mezquino como el personaje que interpretaba Joaquin Phoenix en aquella película, supo al menos dar la cara cuando tocó hablar ante la prensa y admitir la decepción que le asaltaba tras el sexto y último encuentro de la serie ante Dallas: "Cuando te sientes en la cima de una montaña y caes es un fracaso personal", admitió el jugador, que tuvo en cualquier caso un mensaje para sus detractores. "Duele, pero no me colgaré por ello. Todos los que querían ver mi fracaso, al final del día tendrán que irse a dormir y cuando se despierten mañana tendrán la misma vida que antes. Yo voy a seguir teniendo mi propia vida e intentaré ser feliz", se descolgó. El Elegido volvió a escoger mal su camino hacia la redención.