Resulta que el baloncesto, aunque se olviden algunos, ha sido siempre un deporte colectivo. No ganan los jugadores, por buenos que sean, sino los equipos. Y así quedó constancia la madrugada del domingo al lunes, fecha subrayada en rojo sangre en el calendario de los Bulls, que regresaban a una final de conferencia trece años después. Desde aquel ya lejano repeat the threepeat, con la inolvidable suspensión del mito MJ, la franquicia de Illinois se había aconstumbrado a seguir la postemporada por televisión. Al menos hasta la llegada del heredero, un Derrick Rose que ha impregnado de ambición y hambre a sus espartanos compañeros.

Los Bulls se adjudicaron la primera victoria de la eliminatoria de acceso a la pelea por el anillo (103-82) merced a un ejercicio de destajismo demoledor. Los pupilos de Thibodeau pelearon cada pelota como si fuera la última, como si les fuera la vida en cada posesión, y ahogaron con su ímpetu a unos Heat que pensaban que lo tenían todo hecho tras haber apeado de la carrera por el título a los Celtics. Se equivocaban. Probablemente el Big Three olvidó durante la preparación de este primer partido que los Bulls del MVP fueron el mejor equipo de la fase regular, sellada con una marca de 62 triunfos que no vislumbraban ni de cerca desde la marcha de su eterno icono.

Con una defensa que rozó la perfección, una intensidad espectacular, incrementada incluso por los gladiadores que salían dispuestos a dar su vida desde el banquillo (Taj Gibson, Ronnie Brewer, Watson, el turco Asik...) y un dominio insultante del rebote, los Bulls fueron poco a poco cimentando su sólida victoria. En realidad, la sensación para los aficionados de Chicago no era del todo desconocida. Bien harían los Heat en respetar mucho más a un rival que ya le ha endosado cuatro derrotas en los cuatro duelos que han mantenido desde que se inauguró el ejercicio.

Los pupilos de Eric Spoelstra, desactivados, superados por la energía cinética de la manada de toros que se les venía encima, subsistieron mientras Chris Bosh, el que nadie esperaba, mantuvo su inspiración ofensiva. Pero acabaron desangrándose ante la intensidad de los locales, que se gustaron e hicieron sangre durante un último cuarto en el que los rostros de las figuras de los Heat, objetivo recurrente de las cámaras de la televisión reflejaban las consecuencias del atropello. Con gente como Lebron y Wade, en cualquier caso, nadie puede fiarse. Los Heat proclaman venganza.

En el otro extremo de los Estados Unidos se desveló definitivamente la identidad del equipo que disputará con Dallas la final del Oeste. Los Thunder, con un Harden espectacular, acabaron definitivamente (105-90) con el sueño de Memphis.