BARCELONA Sada (1), Navarro (22), Mickeal (17), Morris (5), N"Dong (13) -cinco inicial-, Lorbek, Rubio (2), Grimau (4), Vázquez (6), Basile (12), Perovic (1), Lakovic.

POWER ELECTRONICS VALENCIA Cook (1), Martínez (4), Richardson (10), Savanovic (16), Lishchuk (11) -cinco inicial-, De Colo (4), Claver (8), Sundov (9), Simeón.

Parciales 26-21, 14-8, 23-18, 20-16.

Árbitros Hierrezuelo, Redondo, Jiménez. Eliminado De Colo (m.40).

Pabellón Final de la VII Supercopa, disputada en el Buesa Arena de Vitoria ante 9.600 espectadores.

vitoria. El Barça de Xavi Pascual reeditó ayer su título de supercampeón de la ACB en un Buesa Arena embargado por el tedio. La demoledora superioridad con la que el conjunto azulgrana resolvió la final convirtió lo que ya era un espectáculo descafeinado, por la ausencia del anfitrión, en un ejercicio de despotismo insoportable entre un colectivo engrasado, consciente a priori de su victoria, y un contrincante, el Valencia, que pese a la derrota ha salido reforzado de la cita vitoriana.

Los jugadores del equipo catalán no sólo se impusieron ante el equipo de Manolo Hussein, sino también a la desidia y al aburrimiento con el que deambularon durante algunas fases del encuentro. No tenían demasiadas ganas de jugar, así que decidieron el duelo por la vía rápida. Navarro, el alma de una tropa de máquinas sin compasión, acuchilló la final cuando algunos aficionados todavía buscaban sus localidades. Diez puntos consecutivos del escolta catalán y otros dos ramalazos de clase de Pete Mickeal, que derrocha ambición hasta en los amistosos, desterraron cualquier esperanza de gloria de los jugadores levantinos.

Si antes del choque eran pocos los que confiaban en la sorpresa, cuando Hussein solicitó un tiempo muerto para tratar de contener el terror que se apoderó de sus pupilos toda duda había desaparecido. En apenas tres minutos y medio de juego (14-4) el título había quedado decidido. Otra canasta del alero de Illinois y dos golpes de autoridad de Boniface Ndong invalidaron la charla del técnico. El Barça, sin romper a sudar, se había asegurado su tercer triunfo consecutivo en un torneo que sólo se han adjudicado los blaugrana y el Caja Laboral.

La grada, con apenas una docena de hinchas del Power Electronics y pocos más del Barça, se apagó. Sólo cabía la duda de saber si el ogro iba a ejecutar una nueva escabechina o si por el contrario iba a mostrarse clemente ante un rival menos apetecible que el Madrid de Messina. Y la moneda salió cara para el combinado taronja. Primero porque Hussein dispone de un plantel aseado, con tipos sobrados de clase, como De Colo o Savanovic, y sobre todo porque ni Xavi Pascual quiso azuzar a sus huestes ni a muchos de sus pupilos les apetecía trabajar más de lo necesario.

un margen digno La entrada de Ricky por Sada, un tipo que debió estar en el Mundial de Turquía, y las rotaciones redujeron la presión defensiva. El Valencia le practicó un torniquete al marcador y el partido se estableció en los márgenes de la dignidad. Pascual movió el banquillo, sacó a subasta los minutos para sus cinco interiores y, un poco por los reajustes y un mucho por la amplitud de las ventajas, el pundonor de Lishchuk y la inclasificable calidad de Savanovic propiciaron que el último cuarto arrancara con la engañosa impresión de que podía haber partido.

En la grada nadie se lo creyó. Pendiente de los avioncitos de papel que algunos graciosos hacían volar sobre el parqué del Buesa y de retomar antiguas pendencias con Mickeal o Navarro, la afición vitoriana comenzó a desfilar. Los que se quedaron pudieron constatar que, como hace un año, el Barça parte con una enorme ventaja en este inicio de temporada. La sintonía y los automatismos con los que se desenvuelve el combinado de Xavi Pascual lo convierten de nuevo en el principal candidato a ganarlo todo. Salvo un milagro como el que gozó la parroquia baskonista hace unos meses, el año vuelve a pintar de color blaugrana.