LITUANIA Kalnietis (12), Pocius (16), Jasaitis (19), Kleiza (17), Javtokas -cinco inicial-, Maciulis (12), Delininkaitis (16), Jankunas (12) y Seibutis.
ARGENTINA Prigioni (7), Delfino (25), Pancho Jasen (11), Scola (13), Oberto (4) -cinco inicial- Cequeira (6), Quinteros (6), Leonardo Gutierrez (7), Juanpi Gutierrez (4) y Mata (2).
Parciales 28-18, 22-12, 35-23, 19-32.
Árbitros Vázquez (Puerto Rico), Cerebuch (Italia) y Butler (Australia).
Pabellón Sinan Erdem Dome de Estambul, ante 13.000 espectadores.
La generación dorada del baloncesto argentino saltó ayer por los aires y firmó el ridículo más espantoso que se recuerda en los últimos años. Un irreductible grupo de jugadores caracterizados por lucir sangre en los ojos y competir hasta la extenuación en busca de cualquier botín se desangró como nadie podía barruntar antes del salto inicial. Sin un relevo generacional claro por detrás que le permita reverdecer viejos éxitos y con un equipo muy envejecido que echa de menos ráfagas de savia fresca, los Scola, Prigioni y compañía consumieron en el Sinan Erdem Dome de Estambul un ciclo plagado de alegrías.
Todo lo contrario que esta renovada Lituania, quien lejos de echar de menos a sus viejos dinosaurios (Jasikevicius, Siskauskas, los gemelos Lavrinovic...) acaba de incrustarse con todo merecimiento entre los cuatro mejores. Tras su épica remontada ante España, su trayectoria en este Mundial le deja a las puertas de hacer algo grande. Su siguiente obstáculo, Estados Unidos, deberá hilar fino para evitar un disgusto.
Ver para creer. El mundo al revés. La cuarta y última entrega de los cuartos de final se desarrolló bajo unos parámetros inesperados. Lituania, un lobo vestido con la piel de cordero que parecía acudir al matadero, jugueteó con un irreconocible grupo argentino. Entre el estado de gracia de los bálticos y que los de Sergio Hernández comparecieron con los plomos completamente fundidos emergió un choque desnivelado de principio a fin y carente de emoción.
Y es que la apisonadora lituana no dejó títere con cabeza en una primera parte para enmarcar. Rebelada ante el teórico favoritismo albiceleste, apenas tardó cuatro minutos en engrasar la maquinaria y desplegar un baloncesto de altos vuelos. Su primoroso acierto exterior -hasta seis jugadores diferentes anotaron sin fallo los ocho primeros triples lanzados-, unido a una granítica defensa que taponó las vías de anotación a Scola, dejaron a Argentina herida de muerte.
El ex del Baskonia vivió un calvario. En lo que se convirtió en un triste espejismo, arrancó el duelo con una canasta que daría paso a un sufrimiento deleznable. Los constantes dos contra uno ordenados por Kestutis Kemzura y la corpulencia de esa roca llamada Javtokas cercenaron sus opciones de anotación. Huérfano de la magia de su estrella y esquilmado por la nula pujanza de otros lugartenientes de lujo (Prigioni, Oberto, Delfino...), Argentina dejó al descubierto sus carencias.
Con su principal baluarte (Kleiza) sentado plácidamente en el banco, el cuadro báltico reventó el partido antes del intermedio, donde la incertidumbre ya era mínima (50-30). Sus exteriores sembraron el pánico, ya fuera a base de penetraciones explosivas o tiros exteriores. Hasta el gélido Jasaitis logró destapar fuego de sus venas para engullir a un rival tiroteado desde el perímetro sin ninguna clase de miramientos. Como botón de la exquisitez lituana, Kleiza erró el primer triple cuando restaban un par de minutos para que el segundo cuarto se consumiera. De ahí al final del pulso, ni siquiera emergió el orgullo sudamericano para decorar un marcador hiriente. Un triste epílogo.