Y qué les digo yo ahora? ¿Cómo quieren que escriba esta columna si aún estoy en estado de shock? Aún me dan escalofríos al pensar que Txema ya no está con nosotros, que se lo ha llevado una infección. Todo ha sido tan de repente. Da miedo pensar en ello. Si es que hace unas semanas estuvimos David (Etxebarria) y yo hablando con él en el Tour. Y ahora? Descanse en paz.
Conocí mucho a Txema. Primero, en su etapa como ciclista. Coincidimos en las carreras. El corría en La Brasileña y yo en Beyena. En 1990, mi segundo año y el cuarto suyo, nos metimos ambos en una escapada. Era la carrera de Haro. Txema era de los gallitos del pelotón y yo no era nadie. Así que no tiraba y como no lo hacía, vino un compañero suyo y me tiró a la cuneta, contra los viñedos. La anécdota me la recordó él mismo cuando volvimos a vernos en Euskaltel. Sería 1998 o 1999, no me acuerdo bien, cuando él llegó de masajista. Antes había estado en otros equipos aficionados y tenía fama de buen profesional.
No voy a hablar de si daba bien masaje o no. Eso es muy personal. Depende del gusto de los corredores. Pero lo que sí es innegable es su profesionalidad. Dominaba con una competencia impresionante todo lo relacionado con la infraestructura del equipo. No se le escapaba ningún detalle. Y a ninguno de los ciclistas que estaban en su equipo le ha faltado nunca de nada. Solucionaba problemas y los evitaba. Por eso tenía tanto valor. Y si como profesional era un diez, como persona, un mil. Era un tío de la hostia. Relajaba mucho al corredor cuando daba masaje porque no era ni pedante ni pesado. Me refiero a que nunca te hablaba de la etapa, de si te habías quedado o no andabas. Comentaba otro tipo de cosas, siempre alegres, que te hacían olvidar el sufrimiento y te sacaban una sonrisa. Era una persona que unía, que hacía grupo. Se le echará de menos. Siempre. Goian bego.