el jueves pude sentir el placer del viaje. Ya nos vamos adentrando en Tíbet. Estamos en la meseta tibetana, una tierra semidesértica que se encuentra por encima de los cuatro mil metros de altitud. No hay plantas, no existe vegetación, la vida parece imposible en estos parajes, y sin embargo hay puebluchos dispersos por uno y otro lado, uno por aquí, otro por allá... ¿Cómo será pasar el invierno aquí? Me resulta difícil de imaginar.

Vamos a hacer dos noches en Tingri, un pueblo, este sí, típicamente tibetano. Los hombres aparecen con el pelo recogido en trenzas rojas, sus collares turquesas? Es increíble estar aquí, tan lejos, tan diferente. Como no disponen de leña, usan las boñigas de los yaks secadas al sol para encender cocinas y estufas. El progreso va llegando con el asfalto y también usan cocinas de concentración solar. Todos los niños se nos acercan con la cantinela de "hello, money, hello money", y algunos adultos también. Lo cierto es que acabamos un poco hartos y cuando vemos alguno pensamos: "Ya vienen a pedirnos dinero". Supongo que ellos cuando nos ven pensarán: "Ya vienen a pedirnos fotos". No se dejan fotografiar fácilmente. Eso nos ha chocado bastante.

El jueves pudimos ver el Everest por primera vez. Imponente, negro, al contrario que el Cho Oyu y las demás grandes montañas cercanas que resplandecen blancas de nieve, en un contraste bestial con el páramo que pisamos. Chomolugma. Impone muchísimo respeto y es bellísimo. Cuando lo contemplamos ahí, lejos pero cerca, fue cuando pudimos empezar a disfrutar del viaje. Es un lujo estar aquí.

El viernes nos levantamos y dedicamos el tiempo a realizar un nuevo paseo de aclimatación. Subimos hasta los cinco mil metros. Desde la montaña que hemos ascendido, viendo humear la cabeza del Everest he pedido permiso a la madre tierra, y protección al padre cielo. Luego he puesto una piedra más sobre el túmulo de piedras de la cumbre. Ahora mismo me siento fuerte y contento.

Es curioso, pero cuanta más civilización nos va faltando, mejor me siento. Hoy me he afeitado con un cubo de agua fría en medio de un patio de tierra. Ya dormimos en los sacos? ¡Viva la vida pirata!

el grupo Compartimos el permiso de ascensión con dos alemanes. Sus nombres son Rolf y Andreas. Rolf es de cara y cuello redondeta. Se trata de un alto cargo de la marca de montaña Lowa. Ha ido a cuatro ochomiles y ha subido dos. Andreas es guía profesional de montaña y viene contratado por Rolf. Se casó dos días antes de salir para el Everest, pero su mujer no está de morros en casa, ella está ahora mismo tratando de subir el Shisa Pagma. Así que ya veis.

El tercero, Ned, es un tipo franco-argelino. Está en el proyecto de las siete cumbres (subir el monte más alto de cada continente) y no tiene demasiada experiencia en gran altura. Pretende suplirla con fervor patriótico. Viene aquí con una meta. Quiere ser el primer argelino en subir las siete cumbres y cuando vuelva del Everest le recibirá su presidente. Creo que tiene peligro, sobre todo para sí mismo. Me da la sensación de que no sabe donde se mete y que pretende subir al grito de ¡Vive l´Algerie!. Pretende comenzar a usar oxígeno a partir de los 7.500 metros.

Además tenemos la suerte de que nos acompañan desde Katmandú hasta el Campo Base Ralf Dujmovits y Gerlinde Kanterbruner. Él ha completado los 14 ochomiles y no sé cuantas cosas más. Ella es una de las candidatas a ser la primera mujer en conseguir los catorce, le faltan el Everest y el K2. Ralf quiere repetir el Everest porque en su día lo subió con oxígeno. Todavía encuentra retos. Van a intentar subir por el super couloir en estilo alpino. ¡Unos monstruos!. Y al mismo tiempo son encantadores. No se dan ninguna importancia. Son muy amables, los primeros en levantarse si falta algo en la mesa? ¡Un privilegio compartir todos éstos días con ellos! Me da la impresión de que la carrera por ser la primera mujer no le preocupa en absoluto a Gerlinde.