Con un Mendizorroza hasta arriba y el hip hop como protagonista, la cuadragésimo séptima edición del Festival de Jazz de Gasteiz dijo adiós. Tras siete días intensos, el certamen se despidió con una última propuesta marcada de manera clara y evidente por la presencia de Trueno, sin ánimo de desmerecer el arranque de la doble sesión, que estuvo en manos del proyecto gasteiztarra We Rep The Hardest. Puede que en el exterior estuviese el tiempo de aquella manera, pero en el interior del pabellón vitoriano, el calor –y no solo el referido a la temperatura– estaba por todo lo alto.
El certamen bajó el simbólico telón con un cartel en el que se alejó de sus esencias con un objetivo claro: conectar con el público joven. Más allá del debate sobre si la propuesta tenía o no sentido dentro de su estructura, lo cierto es el cambio de caras entre los presentes fue evidente, sin perder de vista que a unos cuantos progenitores que, en algunos casos tras haber asistido a las jornadas anteriores, decidieron acompañar a sus hijos e hijas en esta actuación. No fueron pocos.
A We Rep The Hardest le tocó el papel más complicado en estas ocasiones, es decir, abrir un concierto en el que todo el mundo está esperando a lo que viene después. Es un rol ingrato pero afrontado, en esta ocasión, por artistas de la escena alavesa curtidos en mil batallas, como Kloy MC y los hermanos Andino. Esa experiencia fue clave para saber llevar el ambiente a su terreno, y salir del paso con muy buenas sensaciones, que no es poco.
El más esperado
Solo un detalle. Fue terminar el primer concierto y la avalancha a primera fila saltándose las sillas fue todo un espectáculo en sí mismo. Costó lo suyo organizar un tanto la cosa. No sé consigue eso sin razón por mucho que, en realidad, Trueno esté todavía en la primera parte de una trayectoria musical que debería ser larga y prolífica.
Que para muchos su concierto en el marco de un festival de jazz no tenga sentido no es algo achacable al artista. Es algo que la organización debe defender. Si la razón era atraer a los más jóvenes, objetivo más que cumplido. Ante ellos y ellas, Trueno se presentó con temas de sobra conocidos pero, sobre todo, con ese homenaje que Mateo Palacios Corazzina ha querido hacer al hip hop ahora que se conmemora el medio siglo de su nacimiento con El último baile.
A Trueno le acompañan dos cosas esenciales. Primero, que a pesar de su juventud, lleva haciendo camino desde que era un crío y en su presencia en el escenario se nota ese poso. Sabe lo que pisa y lo hace con seguridad. Es perfectamente consciente de lo que es montar un buen show y de lo que no lo es. Segundo, que destila energía y actitud por los cuatro costados y no hay nada mejor que creerse a sí mismo para que el público sienta la misma sensación.
Si a eso se le añade una puesta en escena en condiciones, una banda que sabe estar en segundo plano pero siendo esencial para sostener el edificio, y un respetable con ganas, algo muy extraño e inesperado tiene que pasar para que la tormenta no descargue con intensidad.
Mendizorroza saltó, rapeó, gritó y se entregó sin fisuras al argentino. Podría haber durado el concierto toda la noche y la madrugada y no hubiera bajado ni un ápice la entrega de los presentes. Pero aún así, tocó despedirse y aquí sí cometió el festival un error que ya sucedió con Kase O: no hubo preparada una post fiesta, una sesión de Dj como epílogo o algo que ayudara al personal a digerir lo vivido con un poco más de tiempo.