La ciudad de la piel de plata pone fin a la trilogía que inició con La ciudad del alma dormida y que dio paso a La ciudad de los ojos grises. Félix G. Modroño (Portugalete, 1965) salda cuentas con su querido Bilbao y rememora su infancia y adolescencia de la mano de sus protagonistas. El exilio forzado de su familia a causa de ETA fue una herida que marcó a un chaval de 15 años que no quería dejar a sus amigos ni olvidarse de su primer amor.
Había gran expectación por leer cómo acababa su trilogía de Bilbao.
-Bueno, no sé si lo estaban esperando, pero la verdad es que yo me he quedado muy a gusto. La sensación que yo tengo no es la de estar feliz, sino la de haberme quitado un peso de encima, un peso emocional. De alguna manera, he ajustado cuentas con Bilbao y con mi pasado, porque en esta trilogía yo quería contar las tres grandes afirmaciones de Bilbao del siglo XX y esta última novela era la que más respeto me imponía por todo el componente emocional que lleva. Además, escribir una novela histórica contemporánea tiene el inconveniente de que los lectores conocen la época, la han vivido, entonces hay que ser más riguroso e intentar que los lectores se sientan identificados.
¿Qué ha querido contar en esta historia?
-Esta novela no deja de ser una reivindicación de la historia de gente como mis padres, que dejaron su pueblecito en Castilla, Andalucía, Extremadura, Galicia… para venir a la Margen Izquierda y buscar un futuro, pero hay una cosa muy bonita, que ellos realmente se sienten muy orgullosos de sus raíces, pero también de tener hijos vascos. Eso hace que tengamos ese doble enraizamiento, que por un lado nos encanta el pueblo, pero por otro lado nos sentimos de aquí. Y luego, en la novela, cuento ciertos complejos que están en el pensamiento de todos, aunque no se verbalizan. Estoy muy orgulloso de haber podido escribir una historia muy bilbaina, pero a la vez muy fiel a mis raíces zamoranas.
¿Quería hacer también una novela costumbrista?
-En la novela, lo que yo he pretendido es hacer un retrato de la sociedad de aquella época. Es una novela costumbrista, sin licencias. Para ello he recurrido a documentación histórica, pero sobre todo a la documentación emocional, con sensaciones y percepciones propias, y, a pesar de todo, queda un bonito retrato de Bilbao…
"He recurrido a documentación histórica, pero sobre todo a la documentación emocional"
Hay cariño detrás de quien escribe y eso se nota...
-Sí, porque hay cariño y porque mis novelas de Bilbao las he escrito desde la distancia de alguien que no vive aquí. Hace años que vivo en Cantabria, por lo que valoro más Bilbao que si estuviese aquí en el día a día, probablemente. Me encanta que me cuenten historias de Bilbao y cuando vengo soy como un niño que va a Disneyland, porque me como un bollo de mantequilla, me paso por delante de la tienda de bacalao... Disfruto de cómo cambian los tonos de la luz y de repente veo una luz mágica del atardecer sobre la ría, empieza a llover y me da gusto que llueva... Me gusta todo.
¿Tiene pensado volver a vivir en Euskadi?
-Al haber pasado tantos años fuera, en Cantabria, no me atrevo a vivir aquí de nuevo. Bilbao es mi amante y cada vez que vengo disfruto muchísimo, pero si viviese aquí perdería el encanto de verla.
¿Con qué edad se marchó?
-Me fui con 15 años, 3 años antes que el protagonista de la novela. Me fui en el verano del 80, y yo soy del 65. Acababa de terminar primero de BUP. Fue muy duro para mí. Me marcó tener que irme. Además, por los motivos por los que nos fuimos, relacionados con el terrorismo. Mi padre trabajaba en el departamento de administración de una empresa constructora que estaba haciendo la autopista a Vitoria y ETA puso una bomba en las oficinas donde trabajaba. Por suerte, la descubrieron en los servicios y no llegó a explotar.
Pero supuso un punto de inflexión en su vida…
-Sí. Mis padres decidieron entonces que no querían seguir aquí y para mí fue un trauma dejar a mis amigos, el colegio, mi primer amor… fue bastante traumática la salida por cómo se produjo y, sobre todo, por todo lo que dejé. Yo no era tan consciente del problema, no sabía que mi padre tenía que mirar todos los días el bajo del coche. Luego supe que mi padre iba acompañado de un vecino que era policía y juntos revisaban los vehículos.
"Para mí fue un trauma dejar a mis amigos, el colegio, mi primer amor… "
Esto se refleja de alguna manera en La ciudad de la piel de plata, ya que, además de la búsqueda de la niña robada en la cárcel de Saturrarán que conecta con la segunda parte, habla del sufrimiento que generó el terrorismo.
-Sí. No quería escribir una novela sobre ETA, pero evidentemente, al haber nacido en los años 60, era imposible que no saliera. Vivimos en un ambiente de terror sin ser conscientes de cómo vivíamos nosotros mismos, limitándonos nuestra propia libertad de expresión. Yo tenía miedo y nunca, jamás, me signifiqué en ningún momento. Incluso cuando presencié un atentado con 14 años, en 1979, en Portugalete, en el que mataron al novio de una vecina que era Guardia Civil. Fui al colegio como si tal cosa, y cuando me sacó la policía de clase para interrogarme no sé si tenía más miedo de no saber quiénes eran los que estaban enfrente o de que me considerasen un chivato por lo que pudiera decir.
¿Ha sido doloroso bucear en esos recuerdos a pesar del tiempo que ha pasado?
-Sí. Este suceso lo tuve olvidado durante muchos años, como mecanismo de autodefensa, supongo, hasta que un día me dio por buscar la historia de este chico, que se llamaba Manuel Fuentes Fontán, porque no sabía quién era. Entonces, le puse nombre. Recuerdo ver a un hombre disparando a este chico y cómo cayó su cabeza contra el claxon, que comenzó a pitar, y su novia salió a la ventana y lo vio así.
¿Ha logrado cerrar ese capítulo de su vida con el cierre de la trilogía?
-Sí. Y aunque la trilogía la he cerrado, espero volver a escribir de otras épocas de Bilbao. Cada novela me ha supuesto un desgaste emocional brutal. Ha sido un proceso agotador y entre una y otra he tenido que estar como un año sin escribir nada para resetearme.
¿Sigue teniendo su restaurante en Sevilla?
-Sí, claro. Estoy preparado para preparar hamburguesas y tirar cervezas si no vendo libros… [sonríe].
¿Pero podría vivir de la literatura a día de hoy únicamente?
-Bueno… Podría comer, cenar depende… [risas]. A día de hoy podría vivir tranquilamente, pero a lo mejor, escribiendo libros igual no me llegaba para pagarme esos viajes a México que me hago… Porque desde luego no soy superventas, como Dolores Redondo o Juan Gómez-Jurado, sino que estoy en el término medio. Eso sí, no me puedo quejar…